el rupturismo recae en sus conflictos cainitas


Un día de febrero de 2020, el hasta entonces líder de En Marea, Luís Villares, anunciaba repentinamente que colgaba la saco de político y volvía a en fundarse la toga de mediador. «¿Por qué no podemos hacer una tira (…) de progreso entre todos nosotros?», se preguntaba en una comparecencia en la que destilaba desilusión y amargura. Coloquialmente, se diría que Villares se marchaba mosca, con la sensación de activo sido un «bicho raro» al que había pasado por encima una «desbocada carrera por el sillón» en el seno del rupturismo gallego. Luchas intestinas que habían devuelto a este espacio a la «casilla de salida». Hoy no se sabe muy perfectamente dónde están, por sorprendente que pueda resultar cuando se da por hecho que Alfonso Rueda no tardará en convocar elecciones. Lo único seguro es que, con Sumar y Podemos a la disputa -y la onda expansiva sacudiendo Galicia-, el cainismo vuelve a alastrar las opciones de aquellos a la izquierda del PSOE, para regocijo de los socialistas y del BNG.

Con Villares como candidato, el rupturismo tocó techo en 2016: 14 escaños, los mismos que el PSdeG, segunda fuerza en O Hórreo -cinco más que los logrados por AGE (Esquerda Unida y Anova) en 2012, con Xosé Manuel Beiras a la comienzo y Yolanda Díaz como número dos por La Coruña-. Pero nunca fue un bodorrio perfectamente avenido. Poco olía a podrido en el reunión parlamentario, que se fue envenenando desde adentro hasta implosionar. El mediador acabó marchándose con tres afines al reunión cerilla, disparando contra Podemos, harto, lo dejó perfectamente claro, de las injerencias de Pablo Iglesias. La crónica de un cisma anunciado, a posteriori de la amarga conquista de Villares en las primarias del 18 y de que fueran incapaces de concurrir unidos a las generales de abril del 19.

La historia se repetiría en las gallegas del 20. Con el morado Antón Gómez-Reino como candidato de escaso consenso, registraron coalición ‘in extremis’ Podemos, EU, Anova y mareas municipalistas. En Marea se borró en abril, aunque el aplazamiento por la pandemia de Covid permitió que se lo pensaran dos veces: Pancho Casal, uno de los afines a Villares, se puso en julio al frente de los restos del revés, inmediato a Compromiso por Galicia y el Partido Galeguista. Un combo que sacó un pírrico 0,2%, con menos votos que a los animalistas de PACMA. No le fue mucho mejor al otro ticket rupturista, que se despeñó y no obtuvo representación -Gómez-Reino asumió en primera persona el «fracaso» y se apartó, aunque formalmente no fuera hasta finales de 2022 cuando cedió la dirección de Podemos Galicia a Borja San Ramón-.

«Difícil» acuerdo

Tres abriles y medio a posteriori de aquella perplejidad aciaga para la izquierda a la izquierda del PSOE, cunde la sensación de déjà vu. Suponer por un entendimiento entre Sumar y Podemos se antoja, cuanto menos, osado. Y eso que no han transcurrido ni dos semanas desde que el portavoz de Movemento Sumar Galicia, Paulo Carlos López, celebraba que se estaban solventando «atrancos» en las negociaciones discretas con Podemos y EU para concurrir en coalición en las autonómicas. En cuestión de días, San Ramón apremió a cerrar un acuerdo equitativo, al 33%; el portavoz Ernest Urtasun le respondió en nombre de los fucsias que no tocaba dialogar de «cuotas»; el coordinador de los morados en Galicia replicó que lo que no procedía era «marear» a los gallegos; Podemos rompió con Sumar en el Congreso; la diputada Marta Lois (mano derecha de Yolanda Díaz) pasó a ver «difícil» un pacto; y Podemos advirtió de que serían responsables, en Sumar, de ir divididos por cuestiones ajenas a Galicia.

Contagio de Madrid

El mar de fondo entre Sumar y Podemos a raíz del 23J, agravado por la desaparición de los morados del Consejo de Ministros, no era el mejor ingreso para que fructificara sin traumas un acuerdo a nivel autonómico. Sin secuestro, desde Podemos no se comparte esta impresión. San Ramón recuerda que hace tan pronto como unos meses fueron de la mano en las elecciones generales, en medio del «ruido». Y que en las de 2015, aunque ponían ellos el músculo, aceptaron un acuerdo equitativo con Anova y EU… cuya coordinadora era Yolanda Díaz.

«Si hay concurrencia que quiere traer conflictos de Madrid aquí» -apunta San Ramón en conversación con torrevieja news today- han de ser ellos quienes «den explicaciones»: a él le «importa poco» el contexto franquista. Insiste en que tienen la «mano tendida», reivindica que son los únicos que han puesto una propuesta sobre la mesa y coloca la «pelota» en el «tejado de los demás». «Seamos responsables», añade.

En Sumar, desde que Lois enfrió un acuerdo el pasado jueves, la consigna es trabajar y «huir del ruido». Lo dijo Paulo Carlos López y lo remarcan fuentes del partido en Galicia, que repiten las ideas fuerza de su portavoz: permanecer la «hoja de ruta» y igualmente las «puertas abiertas» a personas y colectivos que compartan su ideario. Rechazan confrontar, convencidos de que este tipo de trifulcas endógenas son uno de los motivos por los que su electorado se queda en casa cuando llegan las autonómicas. «Sabemos perfectamente a lo que nos lleva todo esto», apostillan. Adicionalmente, aunque mantienen que no van rezagados -sus potenciales socios sí, por poco les apremian-, saben que el tiempo no les sobra, software y comienzo de cartel sin cerrar.

Con los puentes maltrechos, pero todavía no dinamitados, desde Podemos se matiza que, cuando partidos diferentes negocian un acuerdo, pueden darse estas situaciones. San Ramón pone el ejemplo de PP y Vox a posteriori del 28M. Sea como fuere, unos y otros son conscientes de las consecuencias que tendría aparecer por separado a las urnas. De reojo, se mira lo que sucede en el País Vasco, exactamente en la misma altura. Y de fondo, la prueba del algodón sobre la cacareada autonomía de unos y otros frente a las centrales en Madrid. O lo enmiendan, o perpetuarán el remoto cliché de la desunión del rupturismo.

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