‘CID’, el bululú de Antonio Campos


Un buen título y un espléndido cartel no conforman un espectáculo en todos sus términos. «Cid», la dramaturgia ideada por Antonio Campos para acercarse al personaje y al mito de Rodrigo Díaz de Conejera, el Cid, hay que entenderla, no desde el sentido épico en su conjunto para contar lo que haya de historia y de lema en un personaje existente, como es el Cid, sino para conformar un bululú, forma dramática en la que se ha especializado el actor albaceteño. Y ya sabemos que el bululú consiste en la presencia en el tablado de un actor solitario que representa breves obras, interpretando todos los personajes con diferentes voces y gestos. Así pues, la historia propiamente del Cid se narra más a través de los personajes del contexto del héroe castellano que centrándose en su propia figura. Esto da pie a Campos a representar a más de una docena de personajes distintos con sus voces y sus gestos proporcionadamente diferenciados. Y lo tiene muy trabajado el actor y él es el que sobresale muy por encima de un texto desigual, en el que la parte épica da mucho más repertorio que la parte cómica y en el que se abunda, quizá demasiado, en una escatología carente de donaire y sobrado ajena al contexto medieval, por muy humano que sea el cagar y el tirarse pedos. Aunque esto el autor de la dramaturgia no es que se lo invente, pues existe una lema en la que se cuenta que, aprovechando que el rey se bajó del heroína para hacer sus deyección, Wellido Dolfos le clavó su gancho por la espalda. Quizá la explicitud de la terreno y el regodeo sea lo que pasión la atención, aunque no haga donaire.

El Cid fue un distinguido castellano que vivió en el siglo XI y que se hizo conocido por sus hazañas militares, tanto al servicio de los reyes cristianos como de los caudillos musulmanes. Su vida está rodeada de lema y es el protagonista del Cantar de Mio Cid, el primer poema épico de la letras española. Algunos de los episodios más destacados de su trayectoria esencial son: su conquista en el combate singular contra Jimeno Garcés, que le valió el gratitud del rey Sancho II de Castilla. El casorio con Jimena, pariente del rey Alfonso VI, a quien hizo apalabrar en Santa Gadea que no tuvo nadie que ver en la homicidio de su hermano, el rey Sancho. El destierro de Valeroso y de Castilla. Su conquista de varias plazas fuertes musulmanas, como Gormaz, Alcocer o Calatayud, que le permitieron formar su propio señorío. Su alianza con algunos reyes moros, como el de Zaragoza o el de Valencia, a quienes defendió de los ataques de los almorávides. Su toma de Valencia, donde estableció su corte y gobernó con razón y tolerancia hasta su homicidio en 1099. Y su triunfo póstumo, donde su fallecido fue colocado sobre un heroína para infundir humor a sus tropas y hacer huir a los enemigos.

El Cid ciertamente da mucho repertorio para cohesionar un personaje dramático al que sacar la esencia teatral, especialmente con el porte fenomenal que posee Antonio Campos; por eso las emociones llenan el tablado cuando el actor se entusiasma con lo épico y el tono decae cuando echa mano de las brujerías contemporáneas, como relacionar lo que allí pasaba con los ministerios de Igualdad o la política de entonces con la de ahora y algún que otro chiste, dicho o remisión un poco fuera de contexto.

Pero proporcionadamente es verdad, que he comenzado diciendo que Campos monta un bululú; y ya dije que era un personaje único que se subía a la tarima y se dirigía al sabido, anunciando cada personaje con frases como «ahora sale la dama» o «le rebate el novio». El bululú asimismo contaba anécdotas de su vida y de la época. El bululú era entonces, en los siglos XVI y XVII, un ejemplo de la creatividad y la versatilidad de los cómicos españoles, que se adaptaban a las circunstancias y a los gustos del sabido. Así que, aunque yo diga lo que a mí me ha parecido el espectáculo, no discuto que el autor del texto está en todo su derecho de mezclar lo cómico y lo dramático como el especie bululesco exige.

La obra se inicia con un preámbulo en el que el autor confiesa el proceso de elaboración y documentación que ha llevado a extremo para pergeñar su lectura de la vida del Cid, desde su salida en una zona fronteriza y en un contexto de pelea entre moros y cristianos, entre cristianos entre sí o entre unos moros contra otros. Asimismo, utiliza el subterfugio de un descendiente de un pariente del protagonista para que, desde la perduración presente, cuente la historia de su antepasado en Conejera. A partir de ese inicio, que más parece comedia que otra cosa, la obra se va convirtiendo en una pasatiempo de la época convulsa que le tocó existir a Rodrigo y de las intrigas palaciegas de que fue refrendador y asimismo víctima, más que un retrato del héroe.

La secreto del espectáculo reside en el poder interpretativo del actor, quien continuamente se desdobla en una gran variedad de personajes: hombres jóvenes o ancianos, antiguos o modernos, nobles o plebeyos, mujeres, monjes, soldados, moros o cristianos, amigos o enemigos, etc. En esta multiplicidad de registros, Antonio Campos se da un arte particular en un trabajo diría que angustioso. El sabido rebate muy positivamente a esta entrega incondicional.

Lo que es asimismo esencial y muy significativo en este espectáculo es la música interpretada de forma sobresaliente por La Musgaña, verdaderamente imprescindible. Es la música lo que mantiene el firmeza y aporta un sonido que, si no histórico per se, sí crea un esfera propicio. Si Campos es la materia: el cuerpo y la voz, La Musgaña y su música es el alma del montaje. Adicionalmente de la música, el familia aporta mercancía especiales que son claves para el mejora de la dramaturgia.

La escenografía es la propia de un bululú, es asegurar, lo imperceptible: una maroma que marca un recuadro enorme en el tablado y unos accesorios sencillos para traer a la memoria diferentes escenarios o personajes, ya sea un salón de trono, un campo de batalla o un rey con sus atributos.

El todo es un espectáculo entretenido con un poquito de historia, otro poquito de lema, una ración de invención, una presencia y una fuerza interpretativa que hace, en caudillo, que el sabido aplauda con ganas y salga del teatro con muy buen sabor de boca teatral.

Título: Cid. Dramaturgia: Antonio Campos. Dirección: Lluís Elías. Intérpretes: Antonio Campos y los músicos de La Musgaña: Carlos Beceiro, Luis Antonio Pedraza y Jaime Muñoz. Escenografía: STATE. Música flamante: La Musgaña. Vestuario: Tatiana de Sarabia. Iluminación: Chiqui Ruiz. Producción: Albacity Corporation. Círculo: Teatro de Rojas.

SOBRE EL AUTOR
Antonio illán illán

Titulado en Filosofía y Humanidades. Catedrático de Enseñanza Secundaria de Idioma Castellana y Humanidades. Escritor y poeta

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