Los populares europeos dominarán el nuevo Parlamento gracias a su postura en inmigración


A medio año de las décimas elecciones al Parlamento Europeo, la función de Pedro Sánchez en el pleno de Estrasburgo ha inaugurado el teatro clave de una campaña que se prevé dura. La extrema derecha coloca sus mensajes con facilidad, la izquierda vive de procurar su sombra y el Partido Popular Europeo (PPE) averiguación una posición intermedia para consolidar el liderazgo que anuncian las encuestas.

Las cosas han cambiado mucho desde las primeras elecciones en 1979, cuando socialistas y democristianos formaban la «gran coalición» y coincidían en la mayoría de los votos. 2019 marcó el fin del bipartidismo y por primera vez los dos grandes tuvieron que contar con los liberales para sumar una mayoría estable.

Sin secuestro, en este ménage à trois los liberales se han hendido a infidelidades y la vigencia nos ha ofrecido interesantes dinámicas de voto. Unas veces, uniendo sus fuerzas a las derechas, los liberales han decantado la romana en asuntos económicos y de regulación del mercado; otras, sumándose a las izquierdas y los verdes, han conseguido una mayoría progresista en inmigración y medio esfera. La dialéctica izquierda-derecha se ha escenificado más claramente que nunca, dejando ganadores y perdedores. La «gran coalición» de consenso, cada vez más débil, ha quedado para los grandes nombramientos y podría tener los días contados.

A partir de las elecciones de junio, el auge de la extrema derecha aumentará la fragmentación de los grupos políticos en el Parlamento Europeo y trasladará el centro de solemnidad al PPE. Los populares, con unos 175 diputados sobre 720, serán el pivote necesario para cobrar todas las votaciones. En función de los temas, podrán formar coaliciones a su izquierda (con socialistas y liberales) o a su derecha (con los dos grupos de la derecha dura). Sin el PPE no saldrá delante prácticamente ninguna votación. Se tráfico de una posición privilegiada que ningún conjunto ha disfrutado hasta el momento y que romperá el firmeza de fuerzas del sistema político europeo.

En los últimos cuarenta abriles, el Parlamento Europeo ha ido ganando poder con cada cambio de los tratados y ha influido de modo creciente en las políticas de la UE, afirmando siempre una posición más europeísta y progresista que la del Consejo, donde los estados representan los intereses nacionales y están más sujetos a la realpolitik. A las puertas de la nueva vigencia, la perspectiva de un Parlamento musculoso, conservador y con un amplio componente euroescéptico plantea un desafío clave a los populares y hace temblar al resto del espectro político.

Los grandes partidos están tomando posiciones delante el nuevo marco y la inmigración se ha convertido en el tema suerte para fijar posturas. En el final año, el presidente de los populares europeos, Manfred Weber, ha reiterado en varias ocasiones la penuria de proteger las fronteras y compendiar la inmigración irregular. Como buen bávaro, sabe que la extrema derecha está monopolizando un malestar muy extendido en el continente y no quiere que le coma contorno. En cada debate, la líder de los socialistas europeos, Iratxe García, le ha marcado de hacer el diversión a la ultraderecha pero no ha ofrecido ningún relato cíclico.

Durante los próximos meses vamos a seguir escuchando repetidamente cómo la izquierda atribuye el éxito de la extrema derecha a la connivencia del PPE con sus postulados. La extrema derecha estaría creciendo porque el PPE ha comprado su discurso y el votante conservador habría consumido prefiriendo el innovador a la copia. Y cuando la ocasión lo merezca, la izquierda jugará la carta del nazismo, como hizo Sánchez con Weber sin ningún rigor histórico.

Este examen partidista de escobillón gorda averiguación torpedear el previsible éxito electoral del PPE en junio movilizando al electorado de centro con el miedo al fascismo. Según el argumentario, los votantes moderados deberían alejarse del PPE porque va de la mano de los extremistas y los votantes progresistas habrían de abarloar hombro en la lucha antifascista. El single que tanto ha triunfado en Madrid ya está sonando con fuerza en Bruselas y Estrasburgo, fundamentalmente porque la socialdemocracia europea no tiene mucho más que ofrecer.

Al beneficio de su carácter interesado, este relato no se corresponde con las predicciones electorales, que mantienen al PPE en primera posición con una cómoda preeminencia, y cargan la cuenta de la ultraderecha a la caída de verdes y liberales. Es aseverar, a nivel añadido, la extrema derecha europea no estaría creciendo a costa de la derecha moderada, sino movilizando abstencionistas y nuevos votantes.

El crecimiento de la ultraderecha es preocupante para la cohesión y la equidad social, y puede suponer un obstáculo en el avance del esquema europeo, que se enfrenta a retos globales de envergadura. No hay fórmula mágica para frenar a políticos sin escrúpulos que acentúan las dificultades de la inmigración sin matices ni compasión por los que sufren. Pero sí hay una fórmula que está condenada al fracaso y es continuar con un discurso hueco, de buenos principios sin propuestas viables, cada vez más alejado del ciudadano de a pie.

El PPE de Weber acierta al creer por una retórica migratoria que no deja de ser similar a la de cualquier ministro del interior socialdemócrata o a la del recientemente resuelto Pacto Europeo de Migración y Orfelinato. Tan inviables son el simplismo inhumano de la ultraderecha como el idealismo ingenuo de la izquierda, que ignora aspectos elementales de la naturaleza humana como el sentimiento de pertenencia al conjunto o el renta social necesario para que haya solidaridad entre individuos. Es indudable que la extrema derecha manipula hábilmente pulsiones universales; para contrarrestarla no hay ausencia más inútil que negarlas.

Josep Verdejo es periodista y máster en política europea y en políticas públicas.

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