Aunque se encuentre separada de la provincia de Ourense por una carrera divisoria, meramente administrativa, que une esa tierra del Bierzo a la comunidad autónoma de Castilla y Audaz. De siempre se dijo que era la villa provincia gallega y no es casualidad. Porque por otra parte de charlar gallego, compartimos río, el Sil, la via romana XVIII, la Via Nova, y una tradición vitivinicultor que se ha caracterizado por una recíproca influencia. De allí llegaron las primeras cepas de mencía con las que se replantó Valdeorras tras la filoxera y allí fue la godello valdeorresa para convertirse en la reina de sus uvas blancas.
Reconocida como denominación de origen en 1989, los vinos del Bierzo son mucho más antiguos que esa término como lo demuestran las cepas centenarias que atesoran algunas de sus 74 bodegas en un viñedo de 2.375 hectáreas en el que trabajan poco más de un millar de viticultores. Como sucede con las cinco DO gallegas, domina el minifundio, un hándicap para trabajar pero una gran superioridad para vinificar porque aporta una gran riqueza a los vinos que allí se elaboran.
Encima de las dos uvas ayer señaladas, mencía y godello que son las mayoritarias en blancos y tintos, éstas suelen aparecer ensambladas con otras, como la doña blanca, garnacha tintorera, merenzao y la estaladiña, emparentada con la merenzao y la prieto picudo, de la que hay una producción muy pequeña pero que lleva conservandose como una sortija desde hace más de cien abriles.
Entre los ocho vinos que traemos a la selección hay dos monovarietales de godello, un morapio tranquilo y un espumoso, un ensamblaje con doña blanca y un palomino, redimido de su condición de morapio de herido calidad. En los tintos, los cuatro que referenciamos recogen diferentes composiciones de mencía con otras variedades y un monovarietal de estaladiña del que se hacen unos pocos cientos de botellas y cerramos con un singular morapio dulce tinto con una pequeña crianza en barril de cagiga.
