Hay gente dispuesta a arriesgar su vida



Llevo 18 años transmitiendo ininterrumpidamente Encierro de toros en San Sebastián de los Reyes y me sigue sorprendiendo que, cada mañana, haya tanta gente dispuesta a arriesgar su vida e integridad física a cambio de unos segundos de riesgo y tradición. En muchos casos será la necesidad de adrenalina; en otros, la herencia adquirida; en otros, reconocimiento público; y quizás, en algunos, el deseo de probar cosas nuevas. El caso es que nadie falta a su cita.

Los veteranos se niegan a marcharse, los más experimentados intentan explotar sus cualidades, los jóvenes intentan aprender para convertirse en expertos y los novatos se fijan en el resto para intentarlo. acercarse lentamente al toro. Y así, año tras año, el relevo generacional que ha perpetuado estas fiestas populares a lo largo de los siglos.

La liturgia se repite en otras ciudades y pueblos y se multiplica en grandes actos como el de Pamplona o éste, de San Sebastián de los Reyes. Nunca faltan corredores dispuestos a acompañar a los toros por muchos percances que se produzcan o que las televisiones repitan las imágenes de los momentos de mayor peligro. Siempre hay corredores dispuestos a desafiar los múltiples peligros que encierra este espectáculo.

Los titulares más gruesos suelen ser corneados, pero hay muchos peligros silenciosos que no ocupan tanto espacio en los medios y que los participantes asumen cada vez que se adentran en la manga de un encierro. Están las caídas a velocidades endiabladas, que pueden provocar fracturas y golpes, a veces tan peligrosos o más que la herida por asta de toro. También se producen abrasiones por roce con el asfalto o con los talones. Y, por supuesto, están los pisotones. A menudo vemos pasar cabestros o toros que pisan a los mozos, con sus más de 400 kilos y con el roce que supone el contacto de la pezuña con la piel cuando el animal toma impulso.

Todos esos peligros más silenciosos que el herida de asta de toro suceden muchas veces en un solo encierro. Y les llamamos caídas, contusiones o roces sin poder calibrar con precisión su alcance, porque sólo un médico podrá valorarlos posteriormente y medir sus consecuencias.

Todos se suceden una y otra vez para recordar que estamos ante un espectáculo muy peligroso, y en el que sólo quienes conocen las entrañas del encierro y quienes están dispuestos a asumir su riesgos. Los que simplemente lo hacen por intentarlo juegan con su inconsciente y sólo la suerte podrá salvarles. El resto son todos esos niños y veteranos que ven, cada mañana, completar esos carreras espectaculares que soñaron la noche anterior. Nunca se conforman, porque nada más volver a casa ya están pensando en cómo será el día siguiente.

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