El rey del descampado


El suburbio siempre marca, pero se torna cicatriz si vives la infancia y adolescencia en la Ciudad Secuaz, como se conocía en los 70 el suburbio de Sant Ildefonso de Cornellà de Llobregat. Esa cicatriz acompañó toda la vida a Miguel Angel Sánchez Tenedor (Melilla, 1959), hasta el 4 de enero de 2023, cuando murió tras ser sometido a un transplante de hígado. Morfi Grei, que así es como se le conocía en el mundo estético, se forjó en ese extrarradio sureño de Barcelona, un suburbio, periferia, extramuros, un no-lugar en el que la ciudad da paso a lo desconocido definido por ladridos de perros entre rascacielos de pisos levantados en calles embarradas para dar cobijo a los migrantes del resto de España. Descampados afectivos de los que Camús escribió: «La desesperanza de los suburbios es la doble humillación de la miseria y la defecto. La defecto es la desesperanza: memorizar que de ahí no podrás salir, que cuando vayas a la ciudad cualquiera te cortará el paso y te verá la cara de escaso, una suciedad imborrable, conocida como mugre».

Morfi Grei no cantó la épica de la periferia, porque él la tenía muy interiorizada, como las protagonistas de la película «Chavalas», de la directora Carol Rodríguez, todavía de Cornellà, que en una ámbito dicen: «Tú puedes salir del suburbio, pero el suburbio nunca sale de tí». El Morfi era al rock como los cantantes de blues o de flamenco: vivía la rebeldía underground y contracultural en la Cataluña de la división de los 70, cuando se empezaba a forjar el nacionalismo a golpazo de «cançó». Las trivio de La Trapera eran auténticos escupitajos sobre lo que representaba Lluis Llach y Acuarela Rosell. Para muestra, el tallo de algunos títulos de sus temas: La regla, Curriqui de suburbio, Venid a las cloacas, No dáis la cara, Eunucos mentales, Nos gusta cagarnos en la sociedad…. Pero todavía era el sonido del estruendo del suburbio, la música de clan dura, de la calle, sin hacienda, a quienes la vida les pasaba por encima, frente al rock laietà, de, por ejemplo, la Compañía Eléctrica Dharma y su tenora eléctrizante de catalanidad.

Una catalanidad a la que el Morfi cantó en la sinhueso de Pompeu Fabra «Ciutat podrida», todo un himno de la época que decía: «Quiero salir de este báratro donde los gritos de los perdidos se olvidan / Cuando eres prisionero, el estallido del derrota y la decisión no camina / Ciudad podrida nos trae la oscuridad y el miedo / Ahora que estás dormida las calles están llenas de fuego / Ciudad podrida, podrida, podrida». Desde las institituciones se promovía la cançó como respuesta a la españolidad de lo lolailo, de los poligoneros que compraban cintas de casete en las gasolineras. Luego morapio el rock catalá de grupos como Els Pets, considerados orquestas de pueblo que tenían las giras garantizadas por todos los municipios de Cataluña, gracias a unos ayuntamientos que pagaban sus subvencionados cachés.

Morfi, igual que Loquillo, nunca tuvo el respaldo institucional, ni de los medios de comunicación públicos catalanes, excepto en Cornellà, su ciudad procedente, donde en las últimas décadas de su vida sí fue agradecido. En el Morfi comediante dominaba la disposición por encima de la virtuosidad vocal. Como Lola Flores, ni cantaba ni bailaba, pero no te podías perder un concierto suyo. Su vida artística fue similar al curso del río Guadiana: con desapariciones y apariciones constantes. Pero nunca fue punk. La Trapera fue previo a la irrupción de los Sex Pistols en Reino Unido y sus integrantes nunca llevaron crestas. Su estética y su música era similar a la de los neoyorquinos Ramones. Vivieron en unos tiempos de creatividad desbordante, sin cánones, vividos al ganancia de prebendas, partidos e instituciones. Por las grietas de la «cançó» se coló esta parte de la inexperiencia contestataria que todavía consumía fanzines, revistas contraculturales y droga.

«Aquella primavera acabó tras la fragmentación del mundo contracultural, la nacimiento del punk, el mandarinato de los partidos políticos, la civilización de la subvención y el venida de la era del Yo y de la posmodernidad. Sin incautación, las nuevas formas de vida fueron las simientes de las libertades civiles que hoy disfrutamos», sostiene Pepe Ribas en el catálogo de la exposición «Underground y contracultura en la Cataluña de los 70», donde se incluye a La Manada Trapera del Río presentada como precursora de la contestación. Misericordia que ese agradecimiento se realice casi 50 abriles a posteriori, porque entonces no estaban en el «mainstreaming» de los grupos de la «gauche divine». El Morfi procedía de la Ciudad Secuaz, un descampado de apoyos, ese comarca autónomo, pero con dignidad, que ahora se ha convertido en la pujante ciudad de Cornellà.

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