Celanova sabe a México y Venezuela



En Celanova, los latinos están dando una nueva vida a muchos locales que se verían abocados al obturación de no ser por su espíritu emprendedor. Por un flanco están Mari Carmen de Prado y Pepe Esteban, que vinieron desde la Riviera Maya hace un año para poner en marcha, en julio del año pasado, El Compadre. Enclavado en el antiguo Bar Dorado, están trayendo lo mejor de su tierra a la de sus padres, pues la hermana de Mari Carmen nació en el mismo edificio en el que se encuentra su negocio. Su historia se parece a la de otros tantos ourensanos, sus padres emigraron a México en los 40 y ella ya nació en el país hispanoamericano. Volvió a Celanova en el 69 y permaneció durante 4 abriles antaño de retornar a México y regresar otra vez a la villa en octubre de 2022. “Allí éramos los españoles y aquí los mexicanos”, ríe.

En México somos muy emprendedores”, asegura De Prado, al contrario de lo que ocurre en España. Afirma que es “porque no nos da miedo ir delante con nuestras ideas”, poco que adquirieron “de nuestros padres, que hicieron lo mismo en México, porque llegaron sin mínimo y se esforzaron para conseguirlo”. Sobre su negocio, comenta entre risas que “yo soy la patrona y Pepe mi tiranizado” y tienen en marcha otro plan en Xunqueira. En El Compadre buscan que los celanoveses conozcan “lo que es la comida mexicana, no el tex mex”. Por postrero, apunta que para la villa es muy necesario seguir con todo el impulso y la buena energía generada a partir del concurso de Ferrero Rocher, ya que ha notado como le han llegado clientes procedentes de puntos muy diversos de España. “Celanova tiene sabor: sabor mexicano, sabor venezolano y sabor gallego”, concluye.

El antiguo bar Arboleda es, desde hace ya abriles, Abandono, una relato en materia de comida venezolana. Uno de sus socios, Carmelo Lo Giudice, no tiene una historia manejable. Salió de Venezuela hace unos abriles por la “difícil situación” que se vive en el país latino y escogió Celanova porque la conocía de haberla visitado con su suegro. Al conservarse, “pensaba que la situación sería más cómoda porque yo hacía muchas cosas en Venezuela que aquí no se puede hacer”.

En su país de origen tenía cinco tiendas de ropa y la comida no era más que un pasatiempo. Una vez aquí, pensó que le sería más manejable conseguir un empleo, pero mínimo más allá de la sinceridad. “Nadie me daba trabajo por la años”, confiesa, a lo que añade que estuvo sobre 10 meses sin encontrar mínimo. Empezó un curso en Cruz Roja sobre hostelería y se interesó en la restauración, siguiendo su hobby de la cocina “aunque lo mío es la italiana”. Así, consiguió empleo de ayudante de cocina en un restaurante, donde se mantuvo unos 9 meses. Él era un perseverante del bar Abandono, que en aquel momento tenía otro dueño, incluso venezolano, con el que decidió emprender una aventura juntos. “Yo venía a desayunar aquí los días libres y fue él el que me propuso que me metiera a colaborar”. Y así lo hizo en un puesto que desempeña hasta el día de hoy, aunque con otro socio diferente.

Ser autónomo fue su salida a que nadie le quisiera contratar, y ahora regenta uno de los locales con más afluencia de Celanova. Sobre ser autónomo, indica que “hay meses buenos y malos, como en todo”. Relata como “todo el mundo me decía que no me hiciese autónomo, que era poco muy malo, yo les decía que lo que yo quería era trabajar, no estar irresoluto del paro y demás historias. Yo lo que quiero es sacar delante a mi grupo”.

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