A Arturo Guede (1989, Allariz, Orense) le mueve la pasión por viajar, acampar, hacer deporte y conocer nuevas culturas. Como ingrediente extra, añade una imperiosa necesidad de romper con la monotonía y embarcarse en nuevos retos que le lleven a sumergirse en lugares tan lejanos como exóticos. E incluso peligroso. Hace poco más de dos semanas, Arturo, que trabaja como fisioterapeuta en París, aterrizó en Galicia procedente de Ciudad del Cabo, en Sudáfrica, tras haber recorrido el continente africano de norte a sur en bicicleta. Un viaje agotador que comenzó en El Cairo, Egipto, y duró siete meses y alrededor de 12.000 kilómetros. Aunque no es, ni mucho menos, la primera aventura de estas características que supera. En 2018 cruzó Australia en bicicleta, un viaje en el que recorrió 16.000 kilómetros. “Pero África es completamente diferente”, explica a este medio el inquieto trotamundos.
Para emprender esta expedición, Arturo llevó justo lo necesario: una robusta bicicleta de hierro, una tienda de campaña, una estufa, algunas herramientas, equipos de grabación y alfarería, y algunas mudas de ropa. La comida y la bebida se obtuvieron en el suelo.. “En algunos países fue complicado porque casi no hay agricultura ni árboles con frutos. En Sudán comía frijoles en el desayuno, el almuerzo y la cena. No es ideal hacer 100 o 120 kilómetros al día, como beber agua filtrada del Nilo. Y, por supuesto, nos estábamos enfermando. Pero a veces es lo que es”, afirma Arturo.
Efectivamente, la adaptabilidad y los constantes desafíos marcaron su día a día. Trazó una ruta que se vio obligado a cambiar en múltiples ocasiones. “No te guías por mapas ni aplicaciones de GPS, sino que preguntas mucho a los lugareños”, que son los que recomiendan caminos alternativos más seguros y alejados de los agresores. La fortuna también estuvo de su lado. «En Sudán el golpe se produjo al mes o mes y medio de su paso por allí. Conozco a un par de ciclistas con los que viajaba que estaban atrapados allí, escuchando disparos. En un pueblo de Uganda que había cruzado dos semanas antes, Un grupo terrorista islámico mató a 25 niños en una escuela.. «Hay que ser consciente de que puede pasar. Es una lotería”.
El sentido de comunidad
A pesar de los obstáculos, dificultades y peligros, Arturo fue dejando atrás a todos los países que componían su ruta, entre ellos, Egipto, Sudán, Etiopía, Uganda, Tanzania, Namibia y Zambia. Una lista en la que añadió, sobre la marcha, Burundi, y de la que eliminó a Malawi y Mozambique, debido a una enfermedad que le mantuvo tres semanas con antibióticos en un hospital. Una recaída que no minó su moral. “Poco a poco te vas acostumbrando y vas perdiendo el miedo. Al final del viaje tuvo la sensación de ser invencible». Arturo estaba aprendiendo a tratar con los lugareños, negociar en las tiendas y cómo evitar a la policía cuando te quieren pedir dinero. Todo esto mientras ella enfrentaba los lugares salvajes que él recorría. “Empecé a ver muchos animales en la frontera con Zambia y Botswana. Es un zoológico sin barreras. Vi elefantes, jirafas, Tenía hienas alrededor de la tienda, oí leones. Estaba en medio de la naturaleza y es necesario acostumbrarse”.
La mayor sorpresa y gratificación para Arturo residió en la hospitalidad recibida de los lugareños durante todo el recorrido. «Parabas cinco segundos y cualquiera te preguntaba cómo estabas, adónde ibas y si necesitabas algo. Me encantó su sentido de comunidad. No tienen nada, pero si ven que alguien tiene hambre le dan un plato, no dejan a nadie atrás.», dice el viajero antes de compartir una reflexión. «Ves gente con muchas adversidades, luchando por lo justo para llevarse algo a la boca. Y sin embargo no se quejan y te reciben con una sonrisa. En los países más desarrollados todo nos parece insuficiente, siempre nos quejamos y queremos más.
Tras la odisea, Arturo ya piensa en sus próximos objetivos: dar la vuelta al mundo por etapas con su bicicleta y remando a través del Atlántico.