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Pedro S.
Pedro Sánchez, en el Congreso de los DiputadosMariscalEFE
  • pactos El PP lamenta el “no es no” de Sánchez a su propuesta y el PSOE le acusa de “pensar en salvar el pellejo”
  • política Feijó promete convocar elecciones dentro de dos años si Sánchez le permite gobernar y ofrece seis pactos de Estado

Tres días después de las elecciones de 2015, en vísperas de Nochebuena, Rajoy citó a Sánchez en La Moncloa. En diciembre hacía un frío terrible. No es duro, pero tampoco para quedarse rígido en el aire y en el cuerpo de un rey. Ese día, Sánchez definitivamente afiló su semblante y blindó sus facciones. En las fotos de aquella mañana emergió de repente el Sánchez que ya era y no veamos por qué seguía arropado por su aparato partidista.

El rostro de Rajoy reflejaba su decadencia y resignación. Sánchez sentenció a Susana Díaz: “Las líneas rojas las marco yo”. Estaba decidido a llegar a un entendimiento con Iglesias y sólo después de unos días se tragó el mandato de su Comité Federal de no incluir a los separatistas en su tartán. No nos dimos cuenta entonces de que empezaba a construir su fértil ficción: “Votar ‘no’ a Rajoy es cumplir el mandato de los españoles, es decir, sí al cambio”, aseguró tras una reunión tensa y con muchos silencios. No escuché la propuesta de Rajoy. Rechazó un café y salió temprano de la cita. Esperé en las escaleras, sin abrigo, a que su coche lo recogiera.

En el PP creían que era un garrote y lo reconsideraría. Pero Sánchez había sido claro: el PSOE explorará “todas las opciones (para) un gobierno de cambio, progresista y que practique el diálogo”. Nunca se desligó de su clamorosa y exitosa contradicción, de su implacable versión del Pacto del Tinell. Rajoy insistió con desánimo: propuso una gran coalición, pactos de Estado a nivel simbólico de los de 1977 y ofreció a Sánchez la vicepresidencia del Gobierno. Fue en vano. En las elecciones de junio de 2016, Rajoy revalidó su victoria y mejoró sus resultados, Sánchez los empeoró y, tras mostrarse esquivo y maleducado, cogió una sola vez el teléfono de Rajoy para reiterarle su “no es no”. El fallecido PSOE podría haber solucionado el problema posterior abriendo un expediente disciplinario y de expulsión a Sánchez -quería hacer trampa en una votación interna-, pero se vio desbordado por la impronta de Iglesias. No se atrevió.

El resto es todo ayer y melancolía: Feijó ganó el 23-J y propuso a Sánchez un gran acuerdo de Estado para abordar conjuntamente los problemas acuciantes de España para los próximos dos años y formar un gobierno sin injerencias separatistas. Ilustré su exposición con una imagen de Los Pactos de la Moncloa -desde el momento en que los firmó Carrillo-. Sánchez entrecerró los ojos como suele hacer y mostró a Feijó sus cuatro comodines -ERC, Bildu, PNV y Junts-. En su comparecencia, a la ministra portavoz se le escapa una verdad cuando se disponía a montar un troll: “nos ofrece un pacto con Vox para derogar el sanchismo en dos años”. El pacto que extendió Feijó no es con Vox -aunque no excluido- pero, ciertamente y básicamente, el acuerdo que plantea el PP consiste en derogar el sanchismo, ya que se basa en la regeneración de las instituciones, el distanciamiento de las exigencias independentistas y el fin de sus fueros.

Rajoy y Feijó -como líderes de la primera fuerza política- y Rivera y Casado se han ofrecido en diversas circunstancias -durante el ascenso y caída de la llamada nueva política y contra la amenaza secesionista reivindicar el virtuosismo del consenso y emular los Pactos de la Moncloa. Sánchez siempre encontró atajos: desde 2015 ha habido cinco elecciones generales, Sánchez ganó dos -solo ganó la investidura en una y celebró la mitad alarmado-, pero ha gobernado, de los casi ocho años, más de cinco. La España deseable y fértil, la que converge con miras a la prosperidad, no es cosa de Sánchez, cuya altura se mide por la de sus aliados. Se ajusta la boina y continúa jactanciosamente al límite.

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