Ricky Rubio, el valor de hablar de demonios



En julio de 2007 tuve la suerte de interviuvar a Aíto García Reneses, uno de los entrenadores de baloncesto más prestigiosos de nuestro país. El técnico impartía un clínic y durante más de una hora pudimos charlar en un hotel ourensano.

Aíto entrenaba en aquel momento a un Joventut de Badalona célebre, con varios jóvenes prometedores, entre quienes destacaba un talento extraordinario. Este participante había debutado en la ACB con sólo 14 abriles. En Ourense había deslumbrado en el campeonato de España de niño. En el Europeo cadete había anotado 51 puntos -y un tiro desde medio campo para forzar la prórroga- en la trofeo de la selección española. A sus 17 abriles era ya el saco titular de aquel equipo, con una creatividad y pasión asombrosa. Un año a posteriori será el saco titular de la selección absoluta en la final de los Juegos de Pekín, en un partido ya utópico contra una extraordinaria Estados Unidos. Se llamaba Ricky Rubio.

Aquella imparable progresión no engañaba al curtido Aíto. Así nos respondió: “Es muy difícil absorber a su permanencia lo que está pasando. En algún momento le afectará y deberá aventajar el socavón”. Este ‘aviso’, a contracorriente del  momento, me quedó xilografía en la mente.

El estado psicológico del deportista, es un cifra más en su rendimiento. Ayer no se le prestaba atención porque se le presuponía siempre bueno y humorístico. Cualquier señal se atribuía a un carácter débil o indisciplinado. 

Estos problemas truncaron la carrera de grandes atletas, quienes ocultaron la sinceridad por vergüenza. Que Rubio o Simone Biles reconozcan sus “demonios interiores” les revalorizan frente a la sociedad.

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