lavar el cutis con el deporte


En los últimos abriles sucede una “Disputa Fría” entre dos países por la influencia en Oriente Próximo. Arabia Saudita y su partidario Emiratos Unidos, contra Catar. La novedad es el uso del deporte como ‘pertrechos’ de propaganda.

A través de la importación de espectáculos deportivos de detención nivel, ambas partes desarrollan la táctica conocida como “sportwashing”, traducida como una virtud de imagen internacional de sus miserias internas: regímenes autoritarios, religiosos, peligrosamente relacionados con grupos terroristas y sin libertades básicas. Eso sí, hay que precisar que Emiratos es el más rajado y Arabia Saudí, el más restrictivo en sus leyes.

La lucha cuesta miles de millones de dólares, en una carrera desenfrenada por doblar la envite del competidor. El repaso de las acciones de estos tres países es apabullante.

Emiratos, por medio de su primer ministro, Al Maktum, ganó la Champions con su Manchester City y el Tour con su equipo ciclista. Organiza un gran premio de Fórmula 1, por otra parte de participar en la escudería Ferrari.

Al Thani, como ministro de Catar, compró el club de fútbol francés PSG y todos los derechos de audición de la jarretera. Organizó diferentes Mundiales de Atletismo, Balonmano, Buceo y Fútbol. Tiene un gran premio de Moto GP y un torneo ATP de tenis.

Arabia Saudita -a través del príncipe Bin Salman- asimismo es sede de Fórmula 1 y Moto GP. Acoge veladas de lucha, compró el rally Dakar y la Supercopa de Fútbol española. Es el retiro de Messi, Neymar o Ronaldo. Sus últimos objetivos son el golf  y el tenis.

¿El deporte de elite se importación? Sí, sus dirigentes lo venden al mejor postor, sin importar para falta su integridad.

Rafa Nadal, la última importación de los saudíes

Rafa Nadal, el príncipe Al Said y la presidenta federativa Arij Mutagabari.
Rafa Nadal, el príncipe Al Said y la presidenta federativa Arij Mutagabari.

El mejor deportista gachupin de todos los tiempos -a prudencia personal, por supuesto- sorprendió la semana pasada, al aceptar la propuesta de “embajador del tenis de Arabia Saudí”. Una proposición millonaria a cambio de instalar una de sus academias en Diriyah. 

El manacorí fue siempre impecable en su postura adentro y fuera de las pistas, un ejemplo de superación, un referente. Su Fundación realiza un trabajo encomiable en zonas deprimidas de Palma, Valencia y Madrid, exportando la idea a La India, un régimen falta tolerante.

La “Rafa Nadal Academy” fomenta el tenis en sus sedes en Grecia, México -un narco estado- y Kuwait, quizá uno de los países más abiertos del Tuno Pérsico. El brinco cerca de un país tan “próspero” como absoluto es un enfermo e indigno error.

Nadal es, en sí mismo, un embajador del deporte y del tenis. No precisa la suerte ni el monises saudí para sobrevivir o ayudar un detención nivel de vida, como otros dirigentes federativos. Podría justificarse su entidad en ese país como una mejoramiento de las condiciones o un estímulo para las niñas deportistas, pero nunca a cambio de participar en su virtud de imagen internacional.

Porque Arabia Saudí es una monarquía teocrática absolutista, homófoba, machista, antiliberal y represiva contra toda disidencia o discrepancia. Su príncipe heredero, Bin Salman, es el sanguinario autor del descuartizamiento de periodistas y opositores. Un criminal de lucha y promotor terrorista.

Una cosa es ser deportista y competir en un país dictatorial. Muy dispar es comerciar o respaldar a dictadores. Me duele escribirlo, pero mi admirado Nadal se equivoca.

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