Un pequeño local con variadas y muy notables pizzas



El mundo está ahíto de pizzerías. Es el gran invento de la comida rápida italiana más extendido internacionalmente. Pero pocas veces nos encontramos con un lugar en el que en realidad disfrutamos del sabor flamante y tradicional de este plato. El pasado sábado descubrí uno de ellos donde menos lo esperaba: el bajo de la que fue mi casa hasta los 26 primaveras y la de mis padres mientras vivieron. Establecimiento está ornamento con sobriedad, muy pocas mesas y una cocina que trabaja tanto para atender a los comensales in situ como para elaborar comida para soportar. El plato esforzado son las pizzas, de las que elaboran veinticuatro variedades diferentes, algún entrante, calzones (las pizzas cerradas) y puccias (bocadillos con pan de masa de pizza).

Probé dos pizzas diferentes, la capricciosa, que es la que aparece en la fotografía y la campesiña, con berenjena, calabacín y tomate seco. En los dos casos, la masa estaba espléndida y los ingredientes eran de muy buena calidad, logrando el pizzero ese punto acordado en el que la pulvínulo se encuentra crujiente y suave y la cobertura no se ha pasado ni un minuto. Cada una es suficiente para un comensal por su desprendido tamaño, y queda hueco para tomar un postre, por ejemplo, unos cannoli sicilianos que tanto le gustaban al doctor Pasquano, el forense de las historias del comisario Montalbano. Buen precio, buen servicio, merece la pena

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