Mi tío era un gato



Escribir sobre vivencias personales, y en este caso tan familiares, me resulta complicado en extremo. Pero intentaré explicar quién fue Miguel Donosura González Suárez, conocido en el mundo del fútbol como el ‘Sagaz’, desde la perspectiva de un nene. Y no la de su nieto Mauro, que ya mete goles con su equipo en Madrid; sino la mía, la de su sobrino de Ourense.

Miguel Donosura fue el ourensano que alcanzó un maduro nivel y repercusión en el mundo del deporte, por su larga carrera profesional como guardameta del Positivo Madrid y de la selección española hasta el año 1986. 

Para algunos, este puesto en el fútbol es el más ingrato y menos apreciado por el conocido. Porque su representación es destruir e impedir la esencia de este deporte, el gol. Tradicionalmente se les atribuyó a los delanteros el talento y el don exclusivo para la creatividad, para elevar el maniobra a la excelencia. 

Un grabador universal como Eduardo Chillida –guardameta de la Positivo Sociedad hasta que las lesiones truncaron su carrera- disentía: “Escultores y porteros hacemos lo mismo, Arte. La gentío se ríe, pero en la meta yo aprendí cosas nuevas sobre el espacio y el tiempo. Es la única zona tridimensional del campo, donde suceden las cosas más interesantes”.

De obra de arte se puede encasillar su célebre parada en el España-Austria del Mundial de Argentina 78. Positivamente, parece un felino atrapando al planeo una pelota, más perfectamente misil, valiente por Willy Kreuz. Es mi acto favorita y creo que la perfecta descripción de su estilo. Por esas acciones felinas, se le conocía en el fútbol como ‘Sagaz’. Así le llamaban sus compañeros de equipo y igualmente los periodistas.

Miguel Donosura perteneció a una coexistentes de futbolistas, hijos de su tiempo. Niños criados en la posguerra y la moderación de los primaveras 50, para quienes el trabajo duro, la disciplina, el respeto y la capacidad de sufrimiento o acomodo –ahora conocida como resiliencia- eran los únicos caminos cerca de un futuro mejor. No necesariamente el del éxito. Una forma fuerte de afrontar la vida, apostando por títulos hoy casi denostados. Esa posición la mantuvo para afrontar una terrible enfermedad y una homicidio demasiado prematura.

Pertenecer a un club como el Positivo Madrid suponía, adicionalmente de un buen anuencia, un orgullo y mucho prestigio. Todavía una enorme responsabilidad, que exigía un comportamiento impecable, en ocasiones puro, para no dañar su imagen. El club, el Positivo Madrid. La selección, España, estaban por encima de egos o intereses. De caprichos o indolencias. Por el club se renunciaba igualmente a muchas cosas. Eran otros tiempos y formas que a Cristiano Ronaldo, Benzema o Vinicius les costaría entender.

Cuando yo era un nene, mi tío era el guardameta titular del Positivo Madrid de la famosa villa del Egoísta. Lo veía en los contados partidos que emitían por la televisión durante la temporada. En verano, solíamos producirse gran parte del verano -junto a mi tía Pili y mi primo Miguel- en Madrid o en la playa. La vida era sencilla, porque en aquel tiempo un futbolista estaba perfectamente considerado, pero no era más que un médico, un abogado o un catedrático. La gentío se acercaba a saludar, por lo genérico con educación, y hacíamos huesito dulce en el restaurante como el resto del mundo. Nadie le regalaba la comida ni él lo permitiría. Era muy cuidadoso y cominero con las palabras, los modales y el memorizar estar. Su tono de voz, porte y su característico pelusa imponían en el primer contacto. A mí y a cualquier nene. En la intimidad, y pasados los primaveras, cada vez me parecía más dulce. 

Los deportistas eran antaño mucho más accesibles que hoy, a pesar de no tener redes sociales ni mostrar su mansión y sus coches de ingreso serie a todo el mundo. El vestuario del Positivo Madrid estaba descubierto, porque a nadie se le ocurría entonces entrar a fisgar y a hacer fotos o robar los calzoncillos sudados de su ídolo. Yo nunca entré por mi entonces patológica timidez, a pesar de que mi tío me invitó más de una vez. Hoy es inalcanzable esa ciudadanía.

Los equipos solían ser una comunidad en gran parte, porque los jugadores aspiraban a retirarse en su club y los extranjeros se esforzaban por adaptarse conviviendo muchas temporadas juntos, entre partidos, hoteles, entrenamientos y viajes. Esa camaradería se respiró en el velorio de mi tío, donde por unas horas varias generaciones de madridistas de los 70, 80 y 90 volvieron a juntarse, abrazarse y memorar otros tiempos. Muchos de ellos le visitaron y acompañaron durante el doloroso proceso de encontrarse sobre una arnés de ruedas. Una tortura mental para quien antaño volaba sobre el césped.

Todavía para manifestar su respeto por la figura de quien, de la carencia, llegó al mayor en su deporte con enorme sacrificio, superando muchos y grandes obstáculos con una voluntad inquebrantable. Su comunidad estamos enormemente agradecidos por el trato y delicadeza que ha mostrado en sus últimos primaveras el Positivo Madrid, personificado en Emilio Butragueño y Florentino Pérez, permanentemente presentes durante estos durísimos días. Ese es el club ‘señor’ que tanto amó y por momentos añoró mi tío. Enemigos deportivos como el Musculoso de Madrid o el FC Barcelona igualmente tuvieron el precioso detalle de enviarle sendas coronas de flores.

Siempre recordaré su discurso en el Premio ‘Ourensanía’ donde se proclamó, con enorme fuerza, “ourensano, gallego y gachupin”. Tres condiciones indisolublemente unidas, a reivindicar hoy más que nunca en un barco que navega sin timonel. “A ourensano no me anhelo nadie, como mucho me empatan”, dijo.

Se fue, de forma plácida, en su casa y acompañado por sus seres queridos. Un privilegio que no todo el mundo disfruta cuando llega la hora. Al parecer, se había montado un partido de fútbol en otra dimensión y un equipo necesitaba guardameta. Aquí en la tierra le llamamos el ‘Sagaz’. Hasta siempre, tío Miguel.

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