Entre las cuestiones que se plantearán en esta segunda escalón se encuentran el estudio de los materiales que se usaban, la posible influencia de la expatriación en algún caso o encontrar la causa del porqué en algunas zonas hay muchos más que en otras. “Igualmente queremos ver y analizar quién los construía, quién los pagaba y cómo cambió la música y la acústica en función de cómo se construían estos lugares. La idea es designar cuatro o cinco casos diferentes entre sí y ver los modelos de hacer fiesta”, señala Rodríguez.
Y en esta selección ha entrado por pleno derecho un palco ourensano: el de la parroquia de Zarracós. “Nos llamó la atención que se siga utilizando, que lo reformaran y que pintaran un mural basándose en una fotografía antigua que tenían en la biblioteca. Por otra parte, hacen talleres, obras de teatro, proyectan cine y hasta han creado un punto de biblioteca. Hablamos mucho con ellos y nos parece muy interesante su faena. Es un palco vivo en su totalidad”, comenta Fátima Rodríguez.
La parte sentimental
Destaca adicionalmente que “cuando empecé en el esquema me llamó la atención porque se le sigue dando mucha importancia y tiene un mantenimiento”, e incide en la parte sentimental de estas construcciones: “Los palcos los construyen los vecinos y a lo mejor para algún de fuera no tiene mucho valencia, pero para la comunidad sí, y no quiere que el palco se destruya o se descuide”.
Por eso, explica, en muchos casos ha habido situaciones de conflicto. “En otros tiempos los palcos se construían de forma poco justo. Y en algunos sitios los Concellos han decidido tirarlos, a lo que los vecinos se han obtuso y eso ha generado conflictos”. Y es que esos palcos, algunos ya en el olvido, forman parte de la memoria sentimental.