Enrique Martínez, catedrático de Filosofía de la UAO-CEU: Balmes contra Fausto


Unos primaveras a posteriori de la publicación del drama Satisfecho, Jaime Balmes escribía El criterio (1843). Aunque no trató de replicar al protagonista de la obra de Goethe, nos vamos a permitir la abuso de luchar a san Agustín de Hipona haciendo de El criterio un nuevo Contra Satisfecho. Lo hacemos en vísperas de la celebración en Barcelona y Vic (10 de abril) de la Caminata «Una visión contemporáneo del pensamiento de Balmes», organizada por la Universitat Abat Oliba CEU y el Centro de Estudios, Formación y Disección Social.

Reivindicamos así El criterio de Balmes contra una civilización que es radicalmente fáustica, al acontecer absolutizado la praxis -más aún, la póiesis productiva-, secundando aquella subvertida expresión con la que comienza Goethe su obra: «Al principio era la entusiasmo».

Frente a esta primacía de la entusiasmo productiva, que subordina a la eficiencia técnica el retener y la honesto, Balmes exhorta a conocer la verdad por sí misma, con aspecto teorética. Frente a la voluntad demiúrgica de poder sobre la naturaleza creada, que se cree capaz de modificarla sin límites, Balmes exhorta a inspeccionar la existencia, pues «si deseamos pensar acertadamente hemos de procurar conocer la verdad, es afirmar, la existencia de las cosas». Frente a la soberbia acídica y resentida de Satisfecho, que no habiendo aprehendido ese poder demiúrgico acabó pactando con el diablo, Balmes ensalza la sencillez del agricultor o del artesano que con su arte buscan imitar la naturaleza. Frente a la dialéctica idealista del que opone la voluntad al entendimiento y los sentimientos a la razón, Balmes aúna según síntesis todo lo humano: «El entendimiento sometido a la verdad, la voluntad sometida a la honesto, las pasiones sometidas al entendimiento y a la voluntad, y todo ilustrado, dirigido elevado por la religión; he aquí el hombre completo, el hombre por excelencia». Frente al antropocentrismo, del que acaba ironizando Mefistófeles al recordarle a Satisfecho que no es más que un hombre, Balmes subordina religiosamente el hombre a Altísimo. Ya decía Aristóteles que, si el hombre fuera lo más excelso del Universo, la prudencia política sería la virtud más elevada; mas ello corresponde a la cabeza cubo que Altísimo es lo perfecto mayor.

Delante las revueltas antimacedónicas, Aristóteles huyó de Atenas para que no se pecase por segunda vez contra la Filosofía. Pues con aspecto aristotélica, Balmes escapaba de la agitación revolucionaria y de los bombardeos sobre Barcelona, buscando la consolación de la Filosofía en una retirada masía en Prat de Dalt. Allí escribía El criterio. En nuestros días incluso la ciudad es bombardeada, pero por las bombas del hombre fáustico. Detrás siempre se encuentra Mefistófeles, afirmando en verso que no hay camino; Satisfecho respondía que, en emoción, él no rebusca la júbilo, sino que el temple del hombre es su más agitada actividad. La ciudad queda así arrasada, en ruinas. Urge recuperar el criterio para pensar acertadamente, para conocer la verdad, para inspeccionar el dogma de Chesterton de que «un desaseado es un desaseado» -o que «un idiota es un idiota»-… Pero, sobre todo, urge que el hombre y su ciudad estén ordenados sapiencialmente a Altísimo. En una ciudad así, nos recuerda Balmes contra Satisfecho, «la razón da luz, la imaginación pinta, el corazón vivifica, la religión diviniza».

Enrique Martínez, catedrático de Filosofía de la Universitat Abat Oliba CEU

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