O Son do Camiño triunfa contra viento y marea (de público)


Ya no suena música desde el Monte do Goce. Muchos, especialmente los que vinieron desde más remotamente, lo vivieron como unos días al ganancia de todo, espléndida oportunidad para disfrutar de una retumbante desconexión. Pero todo lo que comienza tiene un final y, ayer, al Son do Camiño le tocó hacer las maletas y dejar Santiago un año más. Rematado el festival, la estampa de la viaje de ayer fue la de un éxodo de miles de campistas levantando tiendas y dejando el circuito. Tanto por parte del manifiesto como de la estructura, la ‘operación recogida’ no fue cosa último: por un costado, los trabajos de pulcritud tras el desfile de más de 40.000 personas cada día, según la estructura; y, por otro, la retirada de los tres escenarios por los que circularon cuarenta y ocho artistas y todo el maquinaria asociado, aguaducho incluida.

Los rostros ayer pesaban más que en los días previos, pero un adiós amargo es huella de un buen retentiva. Las treinta mil entradas que se habían vendido en una sola mañana dejaban atisbar la afán por asistir a la estampado de este año y, venida la hora de la verdad, el Monte do Goce se llenó de legiones de fans las tres jornadas, que de principio a fin dejaron momentos memorables.

Ya desde el jueves, con la primera aparición en España desde hacía primaveras de la mítica facción Green Day, que no se olvidó de repasar himnos como ‘Basket case’, ‘Wake me up when September ends’ o ‘American Idiot’ frente a un manifiesto con el que, en su inmensa mayoría, se encontraba por primera vez. En su caso, por desgracia, asimismo se plasmó algún retentiva para mal, a causa de una ristra de fallos de sonido que estropearon la experiencia en las inmediaciones del decorado. Siquiera facilitaron la audición las fuertes rachas de meteorismo que azotaban el circuito -y que fueron una constante los tres días, obligando al manifiesto, adicionalmente, a armarse con prendas cortavientos, pese al calor de las tardes-. Por suerte, no hubo escasez de grandes actuaciones en la primera viaje: ahí están las que habían ofrecido poco antiguamente, aunque en claves perfectamente distintas, Arde Bogotá y J Balvin. Desde el inicio se cumplió la norma de que, a partir de primera hora de la tarde, los flujos de manifiesto entrante se fuesen multiplicando hasta formar una multitud permanente frente a los dos escenarios principales, en los que se fueron turnando los espectáculos, hasta perfectamente entrada la tenebrosidad. De hecho, este engendro rompió récords de ligereza el viernes, alcanzando un repleto completo antiguamente de las seis y media en pago a La Oreja de Van Gogh.

De coronar la segunda tenebrosidad se ocuparon los británicos Pet Shop Boys, otros grandes esperados, y un show que hizo de puente entre las generaciones de su manifiesto. El sábado despuntaron Ana Mena, Melendi y Rels B, en lo tocante a la campo franquista; y los estadounidenses Thirty Seconds to Mars, con Jared Leto al frente, en un concierto que llenó de luces la velada.

Entre las novedades de esta estampado estuvieron un decorado específico para los artistas de música electrónica y la retransmisión abierta y en directo de algunos de sus conciertos -a través de YouTube o de TVE-. Fue la casa de campo que celebró el festival y, por el momento, el culmen de su crecimiento desde que surgió en 2018. De hecho, la semana pasada, unos días antiguamente de su estreno, el director de Turismo, Xosé Merelles, celebraba en rueda de prensa que gracias a este y otros festivales Galicia «se esté consolidando como sede de grandes espectáculos», poco positivo para el sector turístico y hostelero, pero asimismo en un contexto profesional. Este año, en números, se tradujo en 1.000 empleos directos y 4.000 indirectos, según reveló la estructura. El Son sigue su camino.

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