La crucifixión en tiempos de Almanzor


Aunque los orígenes de la crucifixión se remontan a tiempos de los asirios, siendo además utilizada por los griegos, fueron los romanos quien popularizan esta forma de ejecución tan cruel.

En sorpresa, durante el imperio romano, la crucifixión, encima de cruel era considerada una asesinato innoble, razón por lo que esta pena no podía ser aplicada a sus ciudadanos. No fue este el caso de Cristo, que era semita y, luego, carente de esa protección que el imperio daba a los suyos.

Durante el siglo III d. C, la crucifixión cayó en desuso coincidiendo con la conversión del emperador Constantino al cristianismo, momento en el que encima la cruz se erige en símbolo para los cristianos.

Así pues, ni durante el Bajo Imperio, ni a posteriori, durante el reinado visigodo hubo crucificados en suelo hispano. Pero la situación cambió desde el mismo momento en el que las primeras tropas musulmanas entraron en la Península a principios de s. VIII.

En sorpresa, y aunque resulta poco conocido, durante el emirato y el califato de Córdoba la crucifixión volvió a ser utilizada. Al igual que durante el tiempo de los romanos, era considerada una asesinato innoble, destinada a traidores, conspiradores y autores de los delitos más espantosos.

Ahora admisiblemente, es preciso teñir que para los musulmanes la cruz carecía del simbolismo que si tenía para los cristianos. Recordemos en este punto que para los musulmanes Jesús,’Isa’, ā como ellos lo nombran, era un real profeta y Alá lo salvó de la asesinato segura en la cruz, es aseverar, sobrevivió al tormento, según el Corán.

Por otra parte, a diferencia del Imperio Romano, en la etapa musulmana la crucifixión era la etapa póstuma a la ejecución, es aseverar, que la persona ya estaba muerta cuando era crucificada, porque había sido previamente degollada o se le había seccionado la sustancia espinal. Muy frecuente además fue que el reo hubiese sido decapitado con antelación, tras lo cual la inicio volvía a ser unida a su cuerpo mediante un burdo cosido. Era entonces cuando su el fallecido era subido al tablero y exhibido en un sitio divulgado, frecuentado y visible.

Al igual que hicieron los romanos con el mismo Cristo, además fue frecuente durante el califato colocar un leyenda en la parte superior de la cruz donde se escribían burlas, insultos o anuncios de los delitos que el ajusticiado había cometido e, incluso, fue frecuente que una persona pregonase en suscripción voz al pie del ajusticiado todo lo previo.

Así pues, podríamos aseverar que la crucifixión musulmana fue más benévola que la romana, pues era una cuestión más de escarnio divulgado que de hacer padecer al condenado una asesinato lenta y angustiosa. Y para que ese escarnio fuera efectivo, ejemplarizante, había que contar, como hemos dicho, con un ocasión frecuentado. En el caso cordobés hubo un par de sitios predilectos: la puerta de la Azuda del Alcázar califal y, en segundo ocasión, no muy remotamente de la primera, el ‘Arrecife’, es aseverar, el camino o paseo que discurría entre la muralla del Alcázar y el río Guadalquivir.


Representación de Almanzor

Las crónicas musulmanas están salpicadas de estos tristes episodios durante todo el periodo de dominación agarena, centrándonos en estas líneas en algunas muertes muy destacadas que se produjeron durante la dinastía amirí.

Abu Amir Muhammad, el Almanzor de las crónicas cristianas, comenzó su carrera meteórica en Córdoba en tiempos del califa Alhaken II. Pero cuando verdaderamente consolida su poder será durante el reinado de su hijo y sucesor Hisham II, momento en el que se subida con el cargo de primer ministro o hagib. Pero no fue un camino dócil para aquel personaje que iniciaba su camino como actuario de la Córdoba califal, redactando en el Patio de los Naranjos de la gran Mezquita aljama todo tipo de contratos, actos y demás negocios jurídicos entre particulares.

El castigo más cruel

En sorpresa, con el fin de despejar el demarcación, infundir miedo y hacer durar un claro mensaje a los que querían interferir en su carrera, recurrió a la crucifixión en más de una ocasión, aunque obviamente, como él no podía, convencía al califa para firmar las condenas al más cruel de los castigos.

Uno de aquellos desgraciados fue Abd Malik b. Mundir, conocido precisamente en las crónicas como ‘el Crucificado’. La condena le llegó por conspirar contra el califa, y por extensión, contra su primer ministro. En esta conjura se pretendía sustituir a Hisaham II por un primo hermano suyo, otro nieto del califa Abderramán III. Dice el cronista musulmán que «fue sacado al ocasión de la crucifixión en la orilla del río. A todo esto no sospechaba lo que le iban a hacer; fue sedicioso y degollado. La gentío quedó aterrorizada…»

Pero quizá el suceso más destacado de la época fue la crucifixión del genérico Galib, principal de los ejércitos califales, que encima era suegro de Almanzor y con quien compartía el cargo de primer ministro. Era este importantísimo personaje de la corte califal el posterior escollo que tenía el caudillo musulmán para terminar haciéndose con el poder completo de al-Ándalus. De esta forma, cuenta el cronista lo que sucedió al genérico a posteriori de salir derrotado en la batalla con Almanzor: «Galib fue despellejado y su piel, rellena de algodón, crucificada en la puerta del Alcázar de Córdoba. Colocaron su inicio clavada en una cruz, a la puerta de al-Zahira».

El mismo poeta Ibn Hazm escribió: «Yo he aprehendido a verla puesta allí, hasta que desapareció, el día de la destrucción de al-Zahira».


Aspecto aéra de la Mezquita de Córdoba

Pero como dice el refranero castellano «quien a hierro mata a hierro muere», razón por la que aquella dinastía que se inicia en la persona de Almanzor acabó sus días además en una cruz. En concreto, su hijo y posterior sucesor, Abderramán Sanchuelo, sufrió esta asesinato y escarnio. En sorpresa, estando de campaña Sanchuelo tuvo conocimiento del inicio de la sublevación en Córdoba a principios del año 1009, volviendo a ella de inmediato. En Armillat, primera y última parada de los ejércitos califales, fue degollado, decapitado y su cuerpo fue el objetivo del odio que buena parte de los cordobeses sentían en torno a los amiríes. Lo que pasó a continuación es narrado de la posterior forma:

«Mandó al-Yabbar abrirle el vientre (a Sanchuelo), sacarle las entrañas y rellenarlo con plantas aromáticas para conservarlo. Se hizo eso, se ajustó su inicio al cuerpo, se le vistió con camisa y zaragüelles y fue sacado. Se le clavó en un stop tablero en la puerta de la Azuda y se emplazó la inicio de Ibn Gómez en otro tablero más bajo, al flanco».

Pero durante muchos abriles se contó en Córdoba como cosa extraordinaria cómo aquella cruz llevaba colocada un mes contiguo a la puerta del Alcázar. Había quedado allí dispuesta para crucificar a un cardador de algodón que había protestado airadamente cuando en el sermón del viernes en la Mezquita sorprendentemente se había invocado el nombre de Sanchuelo como heredero al trono.

Sin retención, el califa, al asimilar que aquel pipiolo no estaba en sus cabales, suspendió la crucifixión y lo devolvió a prisión, donde el lunático proclamaba que él no sería crucificado, sino que el crucificado sería el «otro», el impostor, que con artimañas había convencido al real califa nombrarlo como su sucesor sin admitir la mortandad omeya en sus venas.

Al mes se cumplió la profecía de aquel lunático, concluyó la dinastía iniciada con Almanzor y comenzó la caída del califato de Córdoba.

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