“Cómo cambiar tu vida con Sorolla”, o libro de César Suárez sobre el artista



Bajo el título que, como el pequeño del autor, no me convence, aparece un libro, “Cómo cambiar tu vida con Sorolla”, que leo con placer y beneficio. Un volumen, bien ilustrado, una lástima, con pinturas y fotografías. (Sorolla era uno de los dos pintores que despreciaban la pintura que, desde el puro realismo, imitaba el arte de Monsieur Daguerre) que tenía a la vez una crónica y una biografía o, simplemente, una narración.

O que este libro es un ejemplo de compendio de conocimientos y, también, de comodidades. Nada, bueno, que ver con el manual de autoayuda que parece anunciar el título. Y no habría acudido a él si no fuera por el hombre generoso de mi hija, precisamente, que me hizo engañar. Estoy encantado, porque aparte de otros conocimientos o curiosidades, debo saber que, en 1907, Sorolla pasó varios meses en quinto “La Angorilla”, propiedad de la familia Urcola, velando por la salud de los niños; su pequeño se enamoraría de Raquel Meller, una amante ciertamente infeliz. Sí, al mismo tiempo que Juan Carlos I “empoderaba”, más aún, Corina Larsen, nombraba a dos escorts como “Ingrid”. Sorolla, que era republicano, con su íntimo amigo Blasco Ibáñez, monárquico (y pintor de cámara de Alfonso XIII). Pero lo que más nos interesa es que Sorolla es el retratista pero el recreador de la luminosidad, levantina o no. También lo que revivió los blancos y los rosas. Nada impresionista pero nada emprego da cor violeta, uno de los favoritos de dos pintores que aprovecharon el término que aludirá, pexoractivamente, a la “impresión” que el primer cuadro de Monet causó en un crítico.

O peor aún Sorolla (o Romero de Torres o Lorca), recordad, son sus imitadores. A moreas. Y, obviamente, Sorolla fue quien mató a Sorolla. Víctima de un infarto cerebral que o le resultó imposible, con justicia, o que amaba compulsivamente; obra Y Joaquín Sorolla pintó, tanto, como para no dejar de hacerlo. Para no parar. Y por eso tanto trabajo: histórico, social, primero, sorollista, después. Esto es lo último o lo mejor que se puede decir de un pintor tan controvertido, célebremente discutido, ya que los calendarios que cuelgan de los cromos “sorollianos” son dos de sus copistas, aunque no imitadores.

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