Emocional Shostakovich de Pons y la Orquesta de Valencia


Podríamos afirmar que, desde el punto de tino personal, más concretamente en aquello que tiene que ver con los acontecimientos políticos que se desarrollaron en vida de Dmitri Shostakovich, y la compleja relación del compositor con el régimen, buena parte de su corpus sinfónico, se podría catalogar como programático. La décima sinfonía no escapa a ello y en su diario Declaración, dice expresamente el compositor, «representé a Stalin en la música de mi próxima Sinfonía, la Décima. La escribí exacto a posteriori de la homicidio de Stalin, y nadie ha adivinado aún de qué proxenetismo la Sinfonía. Es sobre Stalin y los abriles de Stalin.« Las excelentes notas al software de César Rus se encargan, entre otras cosas, de reverberar la difícil relación entre el autor y el régimen.

Por lo dicho una interpretación de «inscripción escuela» de esta gran obra, debe contener «más allá de las notas», los principios necesarios para transmitir el carácter depresivo que se vivió en la Unión Soviética de aquellos abriles, la caracterización un tanto caricaturizada del personaje dictador y su temible temperamento (que si no viene dibujado a la perfección en el segundo movimiento, lo parece (como el humor de color blanco a la crema), y el sentimiento de libertad y, por qué no decirlo, de regocijo que se describe a partir de la parte del movimiento de cerrojo, tras la homicidio del terrible mandatario. Si una repaso no logra transmitir al escucha esas sensaciones, poco no funciona.

La interpretación llegó adecuado a buen puerto, pues todos estos estados emocionales emanaron de forma natural de la excelente repaso de Josep Pons y la Fanfarria de Valencia. Un conjunto que, una vez asentada en la sala de la que nunca debió exiliarse, al menos durante tanto tiempo, vive un excelente momento, gracias a una suma de factores que coadyuvan a ello entre ellos, adicionalmente del fenomenal espacio sonoro, el deber regalado con un director titular idóneo para estos abriles de transición y regreso, y unos directores invitados que en la recta final de la temporada han puesto el listel por todo lo suspensión, cada uno con su personalidad. Parece claro que hay que aunar esfuerzos para que las batutas invitadas aporten, sumen, puesto que nuestra comparsa nota, para admisiblemente, una dirección de primer nivel.

La manteca que habita en la hora de música que conforma la décima sinfonía de Shostakovich es suficiente motivo como para programarla, el menos en este caso, como única obra de la velada. Es tal su intensidad que no se tiene la sensación de haberse quedado corto, un software integrado por esta única sinfonía no especialmente larga.

Una repaso honda en lo espiritual y de peso en lo musical. Se valió Pons de una comparsa plenamente implicada. Por ello supo transmitir la oscuridad y melancolía que desprende el primer movimiento, traumatizado por el autor como moderato. Se dice que el conciso pero intenso Allegro que le sigue representa la figura de quien fuera tirano hasta algunos meses antaño del estreno de la obra, pues murió en marzo de 1953. Muchas son las sensaciones que transmite te movimiento desde la ansiedad hasta lo risible. Si que es cierto que hay tras esta música una sensación de amenaza constante. La comparsa se mostró virtuosa y transparente en este enredado y frenético entramado de notas. El movimiento de cerrojo que se inicia con tono de recogimiento, quizás el sentimiento más inmediato del país tras la homicidio del dictador, torna en su hemisferio sirviéndose de un alegre solo del fagot a un bullicio claramente expansivo, incluso festivo de carácter indisimuladamente ruso, incluso con una cita clara a Tchaikovski con esas escalas descendentes que da paso a una coda triunfal. Gastado con perspectiva finalizar una sinfonía, apartado que no cultivaba desde hacía casi una división en un tono eufórico y de celebración parece una ofensa a la tino de que pocos meses antaño había fallecido Stalin, por lo que esta sensación de celebración no puede ser gratuita y su razón de ser parece más que evidente.

Como sucede en buena parte las sinfonías del del compositor nacido en San Petersburgo, los solistas ocupan un señalado circunstancia. En este caso todos mostraron sus excelencias desde Santiago Pla, magnífico a la trompa, el, una vez más, extraordinario fagot de Ignacio Soler, el corno de Lola Cases, el clarinete de Vicente Alós, o la flauta de María José Ortuño de la Fanfarria Sinfónica de Galicia. Si admisiblemente se proxenetismo de una obra que no frecuenta los programas el éxito fue vasto tanto para profesores como para el experto barcelonés.

FICHA ARTÍSTICA

7 de junio de 2024

Palau de la música de Valencia

Décima sinfonía de Dmitri Shostakóvich

Fanfarria de Valencia

Josep Pons, director musical

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