Luis Peñalver Alhambra: Patitos de goma


Lo que da la medida de ese ávido e insubstancial consumidor en que se ha convertido el homo sapiens occidentalis no es nominar entre diez clases de salsas o diez marcas de cereales, sino entender escoger un patito de liga. Los centros de las ciudades de medio mundo se han llenado de tiendas donde se ponen a la saldo un sinnúmero de alegres patitos. Los toledanos y sus visitantes todavía pueden ver cómo se asoman, sonrientes, a los escaparates de la calle Ancha. Los encontrarán divididos por temas o categorías: celebriducks, deportes, héroes y villanos, nacionalidades, star wars, momentos especiales, oficios y profesiones, animales (un patito con vanguardia de toro, por ejemplo), terroríficos, etc. Todo empezó hace unos primaveras con una ocurrencia de la hija de Bárbara de Valm, fundadora de la empresa Duck Store y propietaria de la tienda matriz en Ámsterdam.

Hoy existen en el mundo forofos con enormes colecciones y congresos internacionales en los que personas adultas intercambian sus experiencias con los patitos de liga. Y con un poco de suerte en algún puerto del mundo puedes encontrarte con Florentijn Hofman, el comediante e ideólogo de los patitos de liga, y su hércules pato flotante. De Valm está encantada de poder compartir su apego por los patos. Para esta holandesa emprendedora «la amabilidad que brindan los patos de liga» no tiene parangón: «es suave, amable y apto para todas las edades». Ha tenido ocasión de comprobar cientos de veces que cuando los clientes entran en su tienda «sonríen al instante» (una sonrisa boba como la que exhibimos cuando somos testigos de las gracias de un caniche o de la mascota que se lleve esta temporada). En ese momento siente que no vende patos sino «pequeñas piezas de gozo». Por supuesto, todavía se pueden seguir a estos patitos en las redes sociales, en Facebook, Instagram y Tiktok, y de esta forma ser los primeros en entender cuándo salen las nuevas colecciones.

Así son los espejos en los que nos miramos los occidentales de nuestra época. Un huella inequívoco de su infantilización, pero todavía de la decadencia y el agotamiento de una civilización. Hemos pasado de ver a niños con un gofre con forma de pene en la boca a adultos comprando el patito de liga que error en su colección. Este artículo podría ser una extensión de aquel en el que hablábamos, con Peter Sloterdicjk, de cómo estamos condenados a la frivolidad, que es otra forma de referirse a nuestra voluntad de superficialidad. Las razones para atesorar estas tiernas menudencias son tan de poca monta que rozan la indiferencia. La prueba definitiva de que nos estamos volviendo inconsistentes es la inconsistencia de nuestras razones. La inconsciente trivialidad, la inane trivialidad es la característica fundamental de esta superficie sin fondo en la que transcurre nuestra vida (o sin otro fondo que el de la cuenta corriente de estos dispensadores de gozo). Los influencers y los youtubers se revelan de suma importancia en el diseño frívolo de nuestro yo.

Quien esto escribe no deja de asombrarse de la paciencia que derrochan haciendo trasero los seguidores de estos gurús telemáticos, porque alguno de ellos les ha dicho dónde se puede comprar el mejor pan de Madrid. El establecimiento está enclavado en el Huella, donde una abigarrada variedad de objetos de diferentes épocas hablan de un pasado del que ya nadie se acuerda, porque la historia ha sido liquidada por una ahora cibernética en la que las únicas cosas tangibles que se toleran son las lisas superficies de los dispositivos móviles o el leche blandito de los patitos de liga (fabricados, suponemos que en China, con certificado CE).

Las emociones que provocan los simpáticos patitos están mentalmente en sintonía con las que buscan otra clase de coleccionistas de sensaciones. En nuestra percepción mediatizada de la efectividad las series juegan un papel muy importante, ya lo sabemos, sobre todo si hablamos de series de culto como Serie de tronos. Veamos un ejemplo que atañe a una de las ciudades más hermosas de Europa, Dubrovnick, que tuvo la suerte o la desgracia de servir de tablas a esta superproducción de HBO. Cientos de miles de fans de esta dinastía épica de excentricidad viajan todos los primaveras a esta ciudad Patrimonio de la Humanidad con el único propósito de fotografiarse en la Fortaleza Roja, la Bahía de Aguas Negras o la entrada al Desembarco del Rey.

Varias empresas ofrecen tours por los lugares icónicos del rodaje de las diferentes temporadas de la serie. Hasta tal punto la industria turística de esta bella ciudad croata se ha manido revolucionada por Serie de tronos, que al conocerse que el cabildo en septiembre va a acometer obras de restauración de la famosa escalera barroca del Paseo de la Vergüenza (por cuyos peldaños desciende una humillada Cersei Lannister), se han producido miles de cancelaciones. Por cierto, en el circuito amurallado de la ciudad no hay una, ni dos, sino tres tiendas de patitos de liga. Y posiblemente no tarde en atracar en su puerto el gran pato flotante de Hofman.

El simulacro ha suplantado a la efectividad. Una sensación de deber perdido el suelo firme lo impregna todo. Para aliviar las tensiones que ello genera «la descreída Internacional de los Consumidores Finales» sondeo esparcirse en la civilización de la diversión y el entretenimiento, una civilización que, como escribe Sloterdijk, «ni tiene ni es un principio que se tome a sí mismo en serio». La absurdidad de la vida ha sido sustituida por la superficialidad de la vida; la tragedia, por esta comedia sensiblera y trueque. ¿Qué mejor remedio para ese poso de angustia y ansiedad, siempre tan inoportuno, que nos deja nuestro superficial estilo de vida que esas píldoras de la gozo que son los patitos de liga? Posteriormente de todo, afirma Bárbara de Vlam, estos suaves amiguitos tienen «propiedades curativas» porque sirven para aliviar la tensión.

SOBRE EL AUTOR

Luis Peñalver Alhambra

Doctor en Filosofía por la Universidad Complutense de Madrid

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