Hacer justicia al crimen del coruñés Diego Bello en Filipinas, una «labor de hormigas»


Diego Bello Lafuente encontró la asesinato en Filipinas, a 12.000 kilómetros de su hogar oriundo, La Coruña, por motivos que debería esclarecer el sumario que se sigue y se reanuda hoy en la haber del país oriental, Manila. Aunque tal vez, cuando haya veredicto, no llegue a plasmarse oficialmente, sable sobre blanco, la razón por la que la Policía lo acribilló a balazos a comienzos del año 2020. Intentar ver con luceros occidentales el proceso que se sigue contra quien era caudillo de policía de Común Espejo, el capitán Wise Vicente Panuelos, y los sargentos Ronel Azarcón y Nino Boy Esmeralda, es tan irracional como incorrecto. El sistema procesal filipino cero tiene que ver con el gachupin, o con el estadounidense, para muchos principal remisión por películas y series. Lo «habitual» es que transcurran 10 primaveras desde que se producen los hechos hasta que se someten a sumario. Una larguísima calma. «Nosotros hemos tenido dos, no nos vamos a quejar».

Al deje Guillermo Mosquera, abogado. Atiende por teléfono a torrevieja news today, el pasado viernes, desde el aeropuerto, tras acaecer los controles. Se dispone a coger un planeo a Filipinas contiguo a los padres de Diego, Pilar y Alberto. Que el pasado mes de noviembre tuvieron delante sí, por primera vez, a los presuntos asesinos de su hijo. Ha transcurrido más de medio año. Cada mes, explica el erudito, se celebra una «mini aspecto»; declara un testificador, por un tiempo preestablecido, y si no ha terminado de prestar evidencia cuando ha de concluir la aspecto, ha de hacerlo en la próximo. En el caso de hoy, es el turno para los vecinos de Diego en la aldea de Común Espejo, en la isla de Siargao, a dos horas y media en avión de Manila. «Y así continuamente. Son cosas que se eternizan, su sistema es así», concede Mosquera. Mejor asumirlo que frustrarse.

Diego Bello tenía tan solo 32 primaveras cuando fue asesinado. Se habló de molestia, de mordidas. Que se cruzó en el camino de alguno muy poderoso a quien resultaban molestos su presencia y sus negocios. Sea como fuere, Diego vivía en Filipinas, donde llevaba residiendo dos primaveras y medio, porque era un trotamundos, un atrevido y un emprendedor. Un alma inquieta que tenía en el surf y el inmersión sus grandes pasiones. Y que, tras un paso por Londres, había recalado en Tailandia, Australia y Honduras, hasta establecerse en Siargao, Filipinas. Allí fundó un restaurante, dos tiendas de ropa, un estudio de tatuajes y un negocio de guías turísticos. Podría haberse

quedado en casa y perseverar en el fútbol –jugó en categorías inferiores del Deportivo–, pero recorrió medio mundo en escudriñamiento de residir sus sueños. Cómo podían imaginar él y los suyos que acabarían en pesadilla.

La asesinato de Diego y todo lo que le siguió tuvieron oficio en otro continente, y en un país cuya «forma de ver la vida», como señala Mosquera, «es completamente distinta a la nuestra». Es crucial no perder esto de aspecto para entender el caso. Cómo la primera reacción de la Policía es retratar al imberbe coruñés como un pistolero, el traficante «número uno de la región». Urdiendo, según la fiscalía, un plan para presentar su homicidio a muerte fría como una redada que acabó mal.

La clan nunca se creyó la interpretación de que Diego llevaba droga encima, acudió bajo el señuelo de una falsa operación de liquidación de droga, y, al descubrir que era una trampa, desenfundó una pistola del calibre 45. Los policías no tuvieron más remedio que aclarar fuego, siempre según esa interpretación oficial que el hermano de Diego, Oscuro, calificaba de «patraña mal montada», a este diario, ya en marzo de 2020. Desde entonces se ha establecido que Diego recibió disparos «de en lo alto a debajo», es afirmar, fue rematado en el suelo; y los casquillos de bala fueron recolocados, alterando la secuencia del crimen.

Precisamente, los vecinos han de refrendar hoy lo que ya declararon al National Bureau of Investigation (NBI): que, en contra de lo que argumentaba la Policía, no hubo un disparo previo a que Diego gritase, sino que lo cercaron y acabaron con su vida. «Es lo que esperamos. Sabemos cómo funcionan estos países», indica Mosquera, aludiendo al «miedo a decidir».

Contra esta sinceridad que tanto dista de la nuestra –y que explica además cómo los tres policías, sobre los que pesaba una orden sumarial de arresto y prisión sin fianza, pudieron pasarse casi un año fugados, hasta que se entregaron en febrero del año pasado–, ha de guerrear la clan de Diego Bello, que desde el primer minuto emprendió una cruzada para levantar su nombre y admitir a sus asesinos delante la probidad. Una bordado que asumió primero su hermano Oscuro, para posteriormente encargarse de las labores de portavoz su tío Francisco Lafuente. Y en la que finalmente se han involucrado de ahíto además sus padres. Cuatro primaveras largos de pelear para ser escuchados por partidos políticos e instituciones, de hacer ruido para que la maquinaria diplomática española arrimase el hombro. Con la cooperación permitido de Mosquera, reforzada posteriormente por un buró filipino. «Si no fuera por esa bordado de hormigas, no estábamos aquí cuatro primaveras posteriormente», dice el abogado coruñés. «Mucha otra clan ya lo hubiese desidioso. Es tedioso, intentan irlo dejando en el olvido».

Con los presuntos asesinos afrontando ya un sumario, en incondicional ha terminado esa bordado larga y minuciosa. Los padres de Diego y su erudito aprovecharán el alucinación para perseverar reuniones, toda la semana, con el fiscal, senadores, el embajador, el buró filipino y prensa lugar –tienen agendada una rueda de prensa con seis o siete medios, que ya le dan más cobertura al caso y lo sacan «a la luz»–. «Sabemos cómo funcionan estos países», insiste Mosquera: si hay «presiones» desde fuera, desde Europa en este caso, «las cosas van más rápido y de otra forma».

Se tráfico, en definitiva, de seguir muy encima para que la asesinato de Diego «no se olvide y se aclare cuanto antaño». Por lo de pronto, «que se sigan celebrando vistas» ya supone un paso un paso muy importante en Filipinas, donde «deciden un día que ya está y dictan sentencia», cuenta Mosquera. «El tiempo» que necesiten para hacerle probidad a Diego «no supone cero», le decía en su momento a este medio. No tiraron la toalla cuando, tras un año del crimen, veían con impotencia que cero se movía, y mucho menos lo harán ahora.

Leave a Comment

Your email address will not be published. Required fields are marked *