La última morada de Alfonso Carrillo de Acuña, de cuya crimen se cumplen mañana 542 abriles, ha superado todo tipo de dificultades y ahora está a punto de recomponerse al cien por cien. El que fuera metropolitano de Toledo y uno de los hombres más influyentes del reinado de Isabel la Católica, que tras una intensa vida de intrigas políticas acabó coqueteando con la alquimia, no tuvo siquiera alivio tras su crimen: su sepulcro en Alcalá de Henares fue trasladado, su nueva ubicación sufrió un incendio a resultas del cual le cayeron encima las bóvedas del techo; y sus pedazos fueron expoliados y aparecieron, 80 abriles a posteriori, en Londres, Navarra y un pueblo del sur de Madrid. Ahora, el puzle está ya casi completo, a errata sólo de la última cámara, que descansa en una caja de madera en el Obispado alcalaíno.
Una historia apasionante, que mezcla lo histórico, lo romántico y lo policiaco, y que atraviesa más de quinientos abriles es la que protagoniza este metropolitano, que tanto peso tuvo en su tiempo por sus relaciones con los reyes Juan II, Enrique IV e Isabel I, y del que los expertos no se ponen de acuerdo ni en el nombre: Alfonso o Alonso, según el documento. En ella han sido fundamentales la constancia del obispado en recuperar esta sortija artística, pero incluso la suerte a la hora de ubicar algunas piezas, y sin duda la profesionalidad del especie de la Protección Civil que se ocupa de la recuperación del patrimonio histórico,
Como explica a torrevieja news today Trinidad Yunquera, historiadora de la Diócesis de Alcalá de Henares, cuando Carrillo falleció en 1482 fue enterrado en la iglesia del convento de Santa María de Jesús o de San Diego, fundado por él para los franciscanos. Allí, en 1489, el adiestrado Sebastián de Toledo terminó de labrarlo: una cámara infrecuente, hecha en alabastro, del ojival tardío con utensilios del estilo Renacimiento.
En septiembre de 1857, tras la desamortización de ingresos de la iglesia que vació el convento y lo convirtió en Cuartel de Caballería, el sepulcro fue trasladado a la Catedral Superior de los Santos Acordado y Pastor, y se colocó en el trascoro. En julio de 1936, un incendio provocado en el templo causó una enorme destrucción y el derrumbamiento de las bóvedas, que cayeron sobre el sepulcro, rompiéndolo en pedazos. Durante muchos abriles, la iglesia permaneció abandonada, y probablemente fue entonces cuando sufrió el botín de lo que quedaba de sus tesoros.
La Unión de Incautación y Protección del reservas bello ordenó dar asilo y juntar los trozos del sepulcro. Y en 1997, el Servicio de Civilización, a través del Instituto de Patrimonio Histórico Gachupin, estudió el estado de las piezas y decidió su restauración y la ubicación en la antesala del museo capitular de la magnífico, donde ahora está. Se produce entonces incluso la gran obra de recuperación de la catedral. Pero al rehacer la tumba de Carrillo, se observa que faltan varias partes, entre ellas dos relieves. Son sustituidos por reproducciones: recrearon en bulto el rostro del difunto y parte de su traje, y incluso reconstruyeron el valeroso que reposa a sus pies, de corte goticista. Otras piezas se perdieron para siempre, como el ayuda que sostenía entre sus manos la figura tendido.
Por si estas peripecias parecían pocas, abriles a posteriori llega la parte más novelesca de la historia. Como explica Juan Miguel Prim, delegado obispal de Civilización, «en 2014 la salón de arte británica Sam Fogg se pone en contacto con el arzobispado de Alcalá de Henares, para comunicarle que tiene una cámara de alabastro» que simboliza la templanza (una figura femenina vertiendo agua en una vasija de morapio), y que sus expertos les dice que corresponde al sepulcro del metropolitano Carrillo. La salón ofrecía la cámara en liquidación, y el obispado se puso en contacto con el Servicio de Civilización, al tiempo que interponía denuncia en presencia de la Protección Civil por delito contra el patrimonio histórico.
Entró entonces en muestrario el especie de Patrimonio Histórico de la Guardia Civil, gracias al cual fue localizado un segundo relieve, el dedicado a la prudencia (una figura femenina almacenando monedas en un saquito), en el museo de la Fundación Arrese en Corella (Navarra). Tras varios meses de arduas conversaciones, ambas piezas volvieron a su origen.
Por un banda, se consiguió que la Fundación Arrese donara ampliamente su cámara al arzobispado, a cambio de una copia exacta para instalarla en su museo. Mientras, el relieve de la templanza fue finalmente adquirido a la depreciación –la salón la había comprado de forma judicial, aunque el origen de la cámara fuera el botín– porque entendieron que esa sería la opción más rápida y sencilla para recuperarlo. Para pagarlo, el obispado recurrió a ayuda de instituciones locales y nacionales y a la billete ciudadana, a través de un micromecenazgo que promovió la asociación de defensa del patrimonio Hispania Nostra, explica Juan Miguel Prim.
Pero aún faltaba una cámara del puzle: el torreón de la parte inferior derecha del sepulcro, que se encontraba perdido a posteriori del incendio y no se recuperó entre los fragmentos que se acopiaron en su día. Pero quiso la casualidad que determinado se topara casualmente con este factor, y tuviera los conocimientos suficientes para identificarlo y dar la voz de sorpresa. En propósito, en el año 2020, cuenta Prim, «un ciudadano cree indagar esa cámara en una hormaza de adobe de una casa de la Fundación Montemadrid que está en una asiento del sur de Madrid». Avisada de nuevo por el obispado la Protección Civil, sus efectivos confirmaron que la cámara era el reconocido torreón del sepulcro, que llevaba encastrado más de 40 abriles en aquel inmueble, al que a retener por qué caminos había llegado.
Cuatro abriles guardada
La cámara fue extraída y trasladada, adentro de una caja de madera, al obispado, en uno de cuyos despachos se encuentra ahora en custodia. Tras cuatro abriles allí, la historiadora Trinidad Yunquera, armada con una taladradora eléctrica, abrió la caja que, al más puro estilo de las películas de Indiana Jones, ocultaba este factor, protegido por unas planchas de poliespán. Está allí por cuestiones legales, con un certificación de depósito, y a la aplazamiento de que la Fundación reconozca de guisa oficial el traspaso de la propiedad.
En cuanto esto ocurra, el torreón volverá a colocarse en el puesto que le corresponde en el sepulcro, para completar la obra más de quinientos abriles a posteriori de su creación.
El cuerpo
A la complicada personalidad del metropolitano Carrillo no le encajaría probablemente la simpleza de un final eficaz; el de este no lo es del todo, porque aún queda un enigma por resolver en toda esta peripecia: el sepulcro ahora es un cenotafio, porque adentro no están los restos de Carrillo de Acuña. «La gran pregunta ahora es dónde están los restos», reconoce Prim.
Se sabe positivamente que en 1856, cuando el sepulcro se trasladó del convento a la iglesia, sí estaban bajo el sepulcro; hubo una reducción de huesos pero llegaron. En 1996, antaño de hacer el solado nuevo de la catedral, se realizaron unas excavaciones arqueológicas, como es pertinente, pero en el expansión de las mismas, ya no se encontraron por ninguna parte los restos del metropolitano Carrillo de Acuña.