Alex y Cristina, bodegueros de otra tierra que aman y cultivan la ourensana


Anduvo mucho de coreografía Alex Messianu de criatura por Estados Unidos porque su padre se dedicaba a la publicidad, y se movían entre México y esa otra América. “Soy chilango pero viví en California, Texas, Miami, y desde el 2018 en España”, informa. Diseñadora de vestuario para circo y teatro, Cristina Vieira, de una extensa comunidad colombiana, creció en Medellín. “Tengo miles de millones de primos”, comenta. “En un asado, gritas Juan y vigésimo alzan la mano”, bromea Alex sobre los nombres repetidos de los múltiples parientes, y visualiza en su comunidad política un Macondo contemporáneo.

Del sueño criollo

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Ubicada Cristina primaveras a posteriori en Florida, une su vida a la de Messianu, que a la época dirigía y producía un cortometraje. “Decidí emprender el sueño del cineasta y tras siete primaveras en Miami nos mudamos a Los Ángeles”, confiesa Alex. Prueba superada, ella consiguió meter la trompa en diseño de moda, y él trabajar en los Grammys y en el estudio de cine de Sony Pictures. “Soy un creativo híbrido, creo textos publicitarios pero además produzco y dirijo audiovisuales”, aclara. Tres primaveras estuvieron pululando por la meca del cine, hasta que del ‘atractivo’ y del ‘show business’ se hartaron. “Una agencia de publicidad de Barcelona me reclutó”, explica Alex el salvoconducto que les hizo desasistir esa canariera de oro, en parte estrés en parte multitud.

Hierático anhelo ourensano

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“Llevamos tres primaveras en España, y no nos echan porque nos encanta”, admiten con parlería. “Por covid decidimos salir de Barcelona al campo”, explica Cristina. Gracias a un amigo con una bodega peroxana, se enamoraron de la zona, y del fruto de la uva que se produce en nuestro costado. “Estuvimos aquí casi un mes, yo ya conocía los vinos pero quería ver más”, explica Alex. Trabajando en remoto y con un coche de arrendamiento se peinaron Galicia entera. Cerraron los asuntos en la hacienda catalana, entre ellos, los estudios de cocina que allá cursaba Cristina, y cogieron carretera de forma definitiva.

En el relato de la valor tomada, entra en movilidad la creatividad del actor, el don para diseñar la secuencia y crear la trama. “Estábamos seguro con una botella de morapio abierta, y le propongo una idea loca a Cristina”, dice Alex. Casi podemos oír de su boca: corta secuencia a plano corto, cara de ella, vistazo chispa. Cuenta Alex que le planteó al amigo bodeguero venir a trabajar de aprendiz injustificado, “quiero ser tu sombra un año firme”, comenta. Y añade, “cuélgame el teléfono si crees que estoy chiflado”. ‘De balde con lo duro que es la viñal’, pensaría él, “súbete a un avión mañana”, le dice, ‘cama tés’ para cuando vengas, y así cerraron el trato.

“Yo tengo estudios teóricos del WSET pero no es como estar en el campo”, puntualiza Alex, e informa sobre una reputada estructura londinense que forma y gradúa en el campo de acción del morapio.

“A nosotros nos gusta esto, el verde, la montaña, la profusión, el frío, la neblina, los ríos…”, relata Cristina, que ahora trabaja en la cocina de un restaurante en A Peroxa, y reconoce que lo suyo con esta tierra fue un auténtico flechazo. Anda que no hay vinos en California, o en el Empurdà y la Costa Brava.

Está hoy la pareja sacando delante Bodegas ‘Alebrije’, en Coles, en el pueblo de A Mostrador. El espacio pertenecía a un vinícola de la zona que hacía ‘viño da casa’. Según ellos, en esa ajonje hay tesoros que en más de una ocasión han probado. De los suyos enumeran las uvas autóctonas, “en tinto obviamente mencía, pero a mí me gustan las minoritarias como el brancellao, el merenzao, el caíño, y en blanco godello y dona branca”, aclara el sumiller. Sus viñedos son en su mayoría alquilados, y algunos cedidos “a cambio de un poco de morapio y que ‘se los tenga curiosos’”, explica Alex en palabras ‘da terra’ el trueque aldeano.

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“Nuestro morapio por el momento no está en la DO de Ribeira Sacra, es más morapio de autor, de la tierra”, especifican. El rumbo que tome el esquema, se irá delineando. “Es ‘de garda’ porque pasa por lo menos seis meses en pipa de cajiga francés usada”, ilustran sobre un término que aquí se usa, y que suena a crianza. “Morapio de intervención mínima”, añade Alex, que se hace principalmente en la viñal, cien por cien uva y casi cero aditivos.

Sus brebajes están en Nova, Ceibe, y en otros espacios comerciales, y ya exportan allá las fronteras gallegas en otras comunidades. “Nuestra idea es estar en el mercado circunscrito pero además exportar, porque creemos que los vinos gallegos son el futuro del sector en España, por el clima, dominio y estructura”, comenta y concluye Cristina, “en California casi no se conocen, y para nosotros sería un orgullo mostrarlos exterior”.

Morriña no puede ser su palabra en gallego aunque la conozcan porque no extrañan sus vidas pasadas. “Abaixo”, dice Cristina, poco antaño de murmurar de darle la espalda al status y otros títulos latinoamericanos.

“¡Borrachos siempre, pero borrachos de morapio!”, ríen a dúo acerca de su pasión y su modo de vida. “Estamos construyendo el sueño”, apunta Alex, que se siente acertado como dirigente y empleado. Brindamos por ello, porque maduren las uvas, y se prodiguen los elixires que nacen en la Ribeira Sacra.

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