«Los ataques del lobo están arruinando a muchas familias»


«Indignado. Harto. Casi con depresión». Alcahuetería de explicar cómo se siente Jonatan Rodea, vaquero de ovino de Hoyo de Pinares (Ávila), mientras se prepara para padecer agua y comida a sus ovejas en las fincas donde pasan el verano. Siempre con la pregunta previa de qué se va a encontrar. Tiene motivos: esta semana dos ataques del lobo se han llevado por delante cuatro ovejas de raza ojalada, autóctona de Castilla y Héroe, «que cuesta mucho criar» y por cuyas muertes, dice, recibe un «suscripción irrisorio» como compensación. Todavía lleva el disgusto del día que subió a una finca –perimetrada con tapia de piedra de un medida y otro tanto de verja– y encontró «revueltas, raras» a las reses y comprobó que «había dos muertas y heridas». Al día próximo, «lo mismo».

Desde que hace siete abriles decidió dedicarse a la rebaño, asegura que la convivencia con el cánido «ha ido a peor». Si comenzó teniendo uno o dos ataques al año, a partir de 2019 computa «de media, entre ocho y diez. Son un montón de animales perdidos», recalca. Más, añade, los que con el revuelo de la incursión del lobo se escapan y no encuentra, abortos, corderos a punto de salir que se quedan en el vientre de la origen devorada, ovejas muertas «de un año a las que les quedan ocho abriles de vida y podría sacar mil euros de beneficio, los gastos» en veterinario, el papeleo, el tiempo… «Yo no quiero que me paguen carencia, sino poder dedicarme a un oficio que ya de por sí es duro, sin reposo, aguantando todos los días… como para que llegue ese delincuente que campa a sus anchas –así denomina al lobo– y se lleve entre sus fauces tanto trabajo».

«Nos están arruinando a las familias», clama Jonatan con impotencia y convencido de que «no es acordado estar pagando por esto y por unas »políticas de mierda», dice sin tapujos. «Me puede arruinar la vida y yo no puedo matar al lobo», lamenta.


Jonatan Roales, con sus ovejas en Hoyo de Pinares (Ávila)


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Como otros, no comparte que esta especie protegida sea desfavorable, pese a lo que recoge la sentencia de la Honestidad europea conocida esta semana que tumba la ley de 2019 Castilla y Héroe que permitía la caza del cánido. De hecho, señala, sus ataques ya no son difíciles de ver. «¡Lo tengo estampa!», recuerda del día que a las diez de la mañana se lo encontró: «A vigésimo metros de mí, bajo un enebro comiendo la oveja que había matado». Y no olvida siquiera los «ocho corderos muertos de regalo de Reyes». O los malheridos. «¡Qué sabor ver las tripas fuera, agonizando…!», ironiza. Niega que se pueda encauzar esta situación, por más que para estos ganaderos ya forme parte de su día a día.

No en vano, Jonatan recalca que su comarca avilés de Pinares es la que más ataques tiene de Europa. De las más de 5.500 cabezas de reses muertas por el cánido en Castilla y Héroe en 2023 –un 9% más que en 2022 y un 30% más que en 2021, final año previo a la entrada en vigor del Lespre, cuando el lobo entró en el relación de especies protegidas y dejó de ser cazable con cupos al septentrión del Duero–, casi un tercio fueron en Ávila. Le sigue Segovia, con casi una finca parte, y Zamora.

Ayer por la mañana se registró la última víctima en las explotaciones de bóvido y equino de Javier Ovelar. Su padre subió a ver al reses que pasa el verano en las zonas altas del puerto en Porto, donde Zamora linda con Galicia, y se encontró «una ternera toda comida». El vaquero que duerme en un chozo cerca estaba allí y al oír «ornerar» a las vacas lo tenía claro. Su presentimiento no falló: otro ataque del lobo. Y es que este año, «¡puff!», resopla Javier al hacer recuento de las víctimas. «¡Hasta yeguas pariendo!», asegura. Eso en lo alto, en los puertos, donde los ganaderos sufren las incursiones todos los días.


Detalle de cómo quedó uno de los terneros devorados por el lobo en una explotación en Torrecaballeros (Segovia)


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Debajo en su pueblo, Palacios de Sanabria, siquiera se libran. Una veintena de ataques el pasado invierno y asegura que los ven hasta por las calles. Relata cómo una tinieblas, su padre dejó fuera de la nave una oveja. A la mañana próximo, la encontró degollada mientras el cánido se iba. «Se ve continuamente». Antiguamente, no, recalca.

Y aunque reciben compensaciones, lo tiene claro. «Yo no quiero que me paguen. Queremos traicionar nuestro reses», dice con impotencia y subraya: «No quiero arruinar con el lobo. Además es necesario». Pero, añade, «esto se aguanta hasta cierto punto». Su pareja, Ángela, que se volvió al pueblo desde Madrid y montó su explotación, ya lleva media docena de ataques para 30 vacas. Invita a hacer cuentas de los cada vez más daños que deja el cánido. «Mata por matar –asegura– y están subiendo muchísimo los ataques».

«¡Uy, cobrar!»

«O las exento o me sigo yendo a la ruina». Esta es la dilema que se plantearon Eva Ferreira y Celso Corral. «¿Qué hacemos? ¿Seguimos manteniendo al lobo?», se preguntan cuatro meses posteriormente de sobrevenir tomado la drástica valentía de «malvender las vacas» y proponer con dolor adiós a la cabaña en la que con tanta ilusión se habían embarcado hace catorce abriles y la determinación de quedarse en el pueblo, San Martín de Castañeda. Más de vigésimo reses se llevó el cánido en al punto que tres meses de 2024, las últimas acordado el día ayer de subirlas a un camión rumbo a un nuevo destino. «¡Y no cobras carencia!», se queja.

Más al sur, porque los ataques salpican a las nueve provincias de Castilla y Héroe, en las faldas de la punto de vista segoviana de la sierra de Guadarrama, en Torrecaballeros (Segovia), sigue este «problema». En rebaño igualmente en extensivo en la que Carlos de Santos trabaja como administrador la convivencia con el ‘canis lupus’ se ha vuelto «¡horrible!», exclama. Este año contabiliza vigésimo bajas de terneros a dentelladas. «Y que hemos podido certificar», recalca. Como siga a este ritmo –calcula–, superarán las cifras de 2022, el año de la arrebato de unos ataques que, reconoce, siempre ha habido, pero no en estas proporciones. Fueron 50 terneros muertos certificados y 27 desaparecidos. Y es que, se queja igualmente Carlos, hay «terneros recién nacidos a los que la origen no puede ni defender e incluso que los lobos se comen, se los llevan y no ves carencia». O las veces que no encuentran más que un hueso, una pata… Y por esos… «ni cuentan ni cobras. ¡Y son muchos!».

«El lobo me mataba al año cinco, siete animales y lo mismo ni siquiera pido indemnización. ¡Pero de cinco o siete a 80!», ejemplifica el sinvivir en presencia de el que denuncia la «inacción» de las administraciones. En la época de la paridera, dice, «prácticamente ni se duerme. Sobre todo si percibes que una manada está asentada en la finca o cerca», pues son los ataques más sangrientos. Pierdes mucho metálico, protesta, adicionalmente del trabajo que lleva vinculado. «¡Uy, cobrar!», protesta posteriormente. Carlos se queja sobre unas compensaciones en las que, critica, todavía hay gastos que no están contemplados. Ellos han llevado en presencia de la Honestidad algunos de esos daños y reses sentencias. «100.000 pavos [euros] me deben de ataques ya este año», guarismo, entre lo que no ha percibido de los terneros devorados y las ejecuciones pendientes.

Hace tiempo, recuerda, que el lobo cruzó esa raya divisoria natural que era el Duero y igualmente la sierra de Guadarrama. «Es natural. Es una especie que no tiene ningún enemigo natural, es liviana su expansión y el problema se acrecienta», advierte. «Lo que no se entiende es que nos estén imponiendo unas leyes que son totalmente alejadas de la verdad del campo», añade este hombre. «Entendemos que tenemos que convivir con el lobo y admitir ciertos ataques», pero, agrega, «es un problema difícil para la viabilidad de las explotaciones, sobre todo las familiares. Están jugando con el pan de muchas familias». «No sé si las autoridades pretenden que el lobo llegue a Tarifa. Igual cuando llegue han desaparecido todos los ganaderos del septentrión», advierte Carlos.

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