Mariana Ionela Iortache, hacedora de sueños desde esta tierra, destino Rumanía


“¡Con mi cuerpo serrano, por Altísimo humilde!”, domina el gachupin, complejos a un flanco, Mariana Ionela Iordache (Bucarest, 1981) comparte un pensamiento, y una particularidad, de su primer alucinación de revés a casa. Corre el 2009, y tras seis meses en Ourense trabajando como empleada doméstica, en sus primeras asueto toma rumbo a Rumanía. “Allí me desembolso todo, porque tenía que remunerar cosas, y me vuelvo a España”. Rumia Mariana que su descuido de experiencia a la época le hizo comprar billete de bus y avión, pero obviar las conexiones entre entreambos. La precisión en su enumeración fue tal, que cuando se encuentra en el patrón sin un duro encima, ni se le pasa por la vanguardia colarse y saltar. Se rasca fielmente los bolsillos y dos euros furtivos le permiten sobrevenir la barrera sin tener que ponerse a hacer acrobacias. “Fue un cachondeo total”, comenta.

Usa expresiones muy de aquí Mariana, que si “con todo su papo”, para cuchichear de las osadías de sus hijas, o “pues no tía, aún te queda un culín”, en relación al final de la botella de grasa, que da para una ensalada. “En España aprendí muchísimo sobre reciclaje, en Rumanía, somos pobres, pero tenemos el canilla todo el día chorreando”, aclara. Acaba de retornar de un alucinación a Grecia con la Escuela Oficial de Idiomas, como participante en un software Erasmus+ y como llega en su día libertado, tarde y cansada, pasa la oscuridad en el hotel Princess, y nos recibe en la cafetería del alojamiento de mañana. “Más cómodo, así no pesado a nadie”, resuelve Mariana, que lleva quince primaveras trabajando al cuidado de personas mayores, en régimen de interna, en la ciudad. Con casi cuarenta primaveras se topa un día con este centro de lenguas y se pone a estudiar inglés y teutónico, porque nunca es demasiado tarde para la que tiene ansias por realizarse más.

Rumanía comunista

Hablamos con Mariana de Nicolae Ceaucescu y la dictadura comunista en Rumanía apariencia desde los luceros de una entonces pupila. “Nos levantaban a los tres mayores y nos ponían a las cuatro de la mañana en la pan dulce de la caucho, la mantequilla y la del azúcar”, explica. “Había mucha parentela infiltrada entre los vecinos, así que no hablabas mucho con los de fuera”, añade. Cuenta que su mamá perdió un preñez por sobrellevar sola el peso de toda la comida que le permitía la cartilla y que por esa razón, y por estar prohibido el malogro, fue durante un tiempo investigada. “En cuanto abrías la boca, acababas en la prisión”, concluye. Recuerda una transición tras el fusilamiento del dictador cerca de un mundo más libertado pero igual de insuficiente, y la mudanza de su comunidad de cuatro hermanos y una pequeña en el bóveda celeste, de la pueblo al campo. “A Dridu”, informa, un pueblo al borde de un estero.

Siendo la veterano de los hijos vive las tragedias familiares con un errado sentido de la responsabilidad, muy de primogénito. No se puede demorar a todo, Iordache descansa. Desde su infancia trae esa voluntad de resolver que le hace cruzar Europa y apurar en Ourense afincada. Con catorce primaveras empieza a trabajar “por supuesto en enfadado, en el mercado”, explica, y con dieciséis está ya casada. Su marido llevaba tiempo de técnico de inseminación fabricado de vacas, cerdas y otros animales de campo. “En las granjas del partido”, aclara. “El estado producía para avivar a la población, pero el añojo se repartía entre los altos cargos, y para los demás salami de soja”, puntualiza. Con el tiempo se queda sin ese trabajo y se pone a producir las hortalizas que vende Mariana, a la par que echaba redes de pescar al estero. “Íbamos trapicheando el día a día”. Confiesa que no le veía futuro a la vida de sus dos hijas al mirar por la ventana. “Me cansé de ver a mi marido diseñando la planta de una casa nueva”, explica Mariana que el hombre, taco y palitos en mano, le daba una segunda vida al rosaleda “contando metros con pasos”, cuando, en motivo de mejorar las cosechas, solo nevaba. “No teníamos ni para el pan de mañana y él soñando, ¡me ponía mala!”, exclama.

Se aventura Mariana Ionela a España por un trabajo que le consigue su mamá, que caldo antiguamente un período. “Estuvo ayudando a la hija de su prónuba de bodas que se caldo medio fugada”, explica. “Cuando me marché de Rumanía los sueldos estaban a 250 euros al mes, en España eran 600”, relata. Viajó en un autobús de dos plantas tres días y tres noches sin vendaval acondicionado. Cuenta que cuando llegó no entendía ni jota, mucho menos hablaba. “La persona que me contrató me puso las pilas de tal forma, que alucinaba todo el mundo”, aclara. Caldo por tres meses y se quedó catorce primaveras. Al teléfono, cada día, escuchaba seis minutos de sus niñas en la distancia penando. “Me decían mamá y luego solo lloraban”, explica Mariana con chispa, acostumbrada a darle opción al drama.

En estos catorce primaveras en Ourense libró a su comunidad de deudas, dio estudios a sus hijas, les puso coche a ambas y proporcionó los cuartos para la bendita casa. “La construyó mi marido, con sus propias manos”, aclara. Se siente agradecida con España por todo lo que le ha puesto en la mochila y por enseñarle cosas como que “no es necesario sobrevenir el día haciendo comida tradicional, y que a veces está correctamente hacer poco rápido y claro”.

A prueba ponemos a Mariana, que solo dice cosas buenas de los nuestros, y alguna que otra pega se halla. “Puedes decirme ofrenda, pero no como ni guatitas ni bacalao”, confiesa sobre la restauración de la tierra. Y si hablamos de ropa regional de aquí o allá tanto monta, monta tanto, “pero que sea XL”, revés esta mujer con la figura a la carga. Acaba el relato de Mariana con sus cariños al ‘lobishome’, en detrimento de Drácula. “Está muy sobrevalorado, no es tan importante”. Pareciese una tontería, pero refleja que el corazón de Ionela más cerca está de Coles que de Transilvania.

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