Madrid descubre los secretos ocultos de sus templos y palacios más singulares


La arquitectura es una forma de entender al hombre y sus entrañas. Luego las afueras. Surgió el urbanismo y surgió el sevillano Vitrubio o García de Paredes, a quien el Festival Open House Madrid dedica su novena edición.

La arquitectura es la calle en palabras; y ese Madrid que dicen “chato”, sin ‘skyline’. Que Madrid guarda, pese a los piquetes de ambos partidos políticos, joyas. Joyas reales. Joyas que merecen una tarde. O más de cien, que son las que ha consignado el festival (las joyas). Y no hay mejor manera de conocer una ciudad que a través de la organizadora, Paloma Gómez Marín, quien fundó esta forma de ver la ciudad desde dentro. Son más de un centenar de edificios, estudios de arquitectura y rincones desconocidos. Sucede que “la arquitecta es una gran desconocida para la sociedad” y ella, desiderativamente, espera que la propia sociedad se haga partícipe de su “vocación e ilusión”.

Gómez Marín, para estas cosas virtuales, se propone acompañar al cronista en cuatro edificios de los más de cien de la lista. Y en esos más de cien edificios hay “más de 500 voluntarios” que son historiadores del arte, arquitectos o amantes de los cuatro rincones cotidianos de la ciudad.

La mañana comienza, por ejemplo, en la Cuartel General de la Marina, que pese a lo que pesa, (sic) es “un mazacote” en palabras de su guía. Un mazacote dijo con ironía constructiva, obviamente. Porque el guía voluntario, Julio Serrano, historiador del arte, ha tenido que aprender los modos militares ‘a base de tenacidad’. Y ahora, en el interior, el cronista en el ascensor de oficiales observa la maravilla del Cuartel General de la Armada y el alma del mismo. Por sugerencia de Gómez Marín se fija en el “traslado del Ministerio de Marina” en 1929 desde lo que hoy es el Palacio Godoy: “Pieza a pieza”.

Godoy “era el que era”, exclaman su amigo Serrano y el soldado Salazar, capitán de fragata y alma del edificio; y no, no es un apellido compuesto. Trasladó el despacho más o menos del antiguo Palacio del Marqués de Grimaldi, y así está, con un retrato de Felipe VI vestido de blanco marinero y un escritorio de fetén; firmar un real decreto. Cerca, una capilla a la Virgen del Carmen, que fue donación del arquitecto Espelius (el del proyecto original de Las Ventas), y que, además de lo metafísico, es un paso más para llegar a esas escaleras que entiende Gómez Marín. como “estilo imperial” y donde si el día se torna español, se interpretan marchas “con una acústica sensacional”.

El edificio fue erigido en 1917 y el vitral de la “casa Maumejean” fue y es de más devoción que la escalera o aquel friso recordatorio de aquellas glorias romanas: aquellas que fueron tan nuestras. Si no, que se lo pregunten al bueno de Ferrer-Dalmau.

El visto bueno de Berlanga

El recorrido, elegido al azar, no se detiene. En la llamada “sala de los tubos”, del Cine Doré, en aquellas trastiendas de Santa Isabel, Susana Martín, entonces experta en la Filmoteca, explica que se trataba de un solarón de la iglesia. El que fue, después, lugar de espectáculos de variedades, revistas y golfistas. Confiesa que ya en 1912 se distribuían revistas sobre el invento de los Lumière: el cine. Y hay algo en el underground del cine mudo; o juicio. Saura presente. Siempre.

Crispulo More, así se llamaba el genio constructor, repitió el símbolo del ‘palio’ en la pantalla. Incluso lo hizo en “los basureros”. La obra original fue de Francisco Garriga, pero poco importa cuando un cartel de Conchita Velasco ilustra quiénes éramos. ‘Las chicas de la Cruz Roja’. Esta reiteración de la cabecera de la cinematografía es impactante; Aunque es más deseable que Javier Feduchi Benlliure (ojo, Benlliure) hiciera una reforma interna con el visto bueno de Berlanga, entonces presidente de la cuestión; con una ‘sonrisa vertical’, con un ‘verdugo’, con un tanto trabucaire. Es un cine, sí, pero recorre toda la historia de Madrid. Quizás nadie se haya percatado de su despliegue veraniego, o de que, pese al mercado que lo rodea, hay una paz como la de Visconti cuando trascendió. Cuando quiso trascender.

Imagen principal - Arriba, el Palacio Maudes;  a la izquierda, la Casa Cisneros en la Plaza de la Villa;  derecha, Cuartel General de la Marina
Imagen secundaria 1 - Arriba, el Palacio Maudes;  a la izquierda, la Casa Cisneros en la Plaza de la Villa;  derecha, Cuartel General de la Marina
Imagen secundaria 2 - Arriba, el Palacio Maudes;  a la izquierda, la Casa Cisneros en la Plaza de la Villa;  derecha, Cuartel General de la Marina
Joyas arquitectónicas madrileñas
Arriba, el Palacio Maudes; a la izquierda, la Casa Cisneros en la Plaza de la Villa; derecha, Cuartel General de la Marina
Belén Díaz

Y en el recorrido aleatorio, el viaje continúa y se mezclan con discreción reyes, varones válidos, enanos, secretarios y arquitectos que no tenían titulación en aquel momento. si del Torre Kio Madrid Parecía pequeño, en los tesoros arquitectónicos es insondable. Llegas a la Casa de Cisneros, en la Plaza de la Villa, y ya hay una fila de amantes de la arquitectura. Una especie madrileña desconocida, pero que existe y quiere existir. Los guías y voluntarios han estudiado y responden cordialmente a las preguntas, que no son tantas. Esto se debe a que el madrileño no desprecia todo lo que ignora, sino que su herencia constructiva es casi incomprensible.

Es cierto que la organización se dedica a este ejercicio de hacer de la construcción un arte comprensible. Por casualidad, y por casualidad debemos guiarnos, las puertas de Casa Cisneros o, en español, la otra puerta del antiguo ayuntamiento. Ejemplo del plateresco conservado en la capital.

Según Gómez Marín “uno de los pocos palacios renacentistas del siglo XXI que quedan en Madrid”. Y entre celadores con sonrisas se ven los alcaldes, incluso un Álvarez del Manzano como lo vio Velázquez. Y en cuanto a arquitectura, esa sala de tapices, “los artesonados de madera, tejas y zócalos” de esta construcción que Salamanca trae a Madrid. Si el mal de ojo quiere ver, verá ese puente que recuerda al de Barcelona que une los canónigos con el poder autonómico. Y ese esfuerzo se ve recompensado con ese puente de Luis Bellido y González en esa bajita calle de Madrid donde la Macarena de Madrid ensaya ‘chicotás’ y ‘revirás’. El palacio, como sabes, está lleno de funcionarios amigables por dentro y, por fuera, de japoneses con memoria corta y HDMI largo.

hospital de jornaleros

Hay días que Madrid huele a Europa, a España. Y vas a un edificio gubernamental, libre de jefes de servicio, y se descubren perlas. Es la filosofía de Open House. El Hospital Maudes donde, al igual que Pérez de Tudela, se coloca la bandera. Y lo que hoy es un BIC (Bien de Interés Cultural decretado en 1979), hasta ayer era un hospital de jornaleros. Había entonces jornaleros en Madrid; Todavía los hay, pero de otro tipo.

El mármol y los azulejos y la ventilación hacia el norte eran la prioridad. Y el sol, que brillaba en lo que fue el patio de la Hospital de jornaleros con una desgana que desmintió y contradice a septiembre. Y allí, cuentan los voluntarios, había un puente “como un Eiffel” para aislar a los “enfermos”, y ventanas buscando el sol. Y allí, en un edificio que albergó a los braceros de la provincia, Moisés Casasola destaca las tímidas vidrieras, en lo que Gaudí puso de moda en su época: “el trencadís”, que no es otra cosa que porcelana rota mezclada. Aunque el edificio es más, mucho más. Un jardín en Chamberí que busca el sol, ese sol que nos sobra y que curaba a los enfermos.

En Maudes, decimos, hoy sede de la dependencia autonómica, quedan, sin embargo, restos de piedra de la Galicia de Antonio Palacios, ayudado en la obra por Joaquín de Otamendi. Sólo en la fuente, en el azulejo, se cuenta la historia de Madrid, de España. Y Madrid está abierta, con voluntarios que lo cuentan y un patrimonio que, más allá de la luz, no debe despreciarse. Lo mismo que algunos estudios de arquitectura que figuran en los cien lugares para aprender arquitectura. O aprender Madrid.

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