Calavera de cervatillo



Ayer de ser periodista fui arqueólogo. Pasé unos abriles convencido de que mi vida sucedería al vendaval vacante, desenterrando objetos cotidianos en yacimientos periféricos. Excavé en aldeas romanas y ciudades de la vida antigua, en castillos templarios y castros celtas, conocí un poquito de Europa y asimismo las termas que dieron origen a mi ciudad. Sobre aquellos mosaicos en ruinas, desenterré un denario de oro antiguamente de que cubrieran las termas de hormigón para construir un polideportivo. Entonces ya entendía que el pasado no le importaba a nadie. No volví a una excavación.
Adicionalmente de aquel denario, encontré puntas de flecha, tejas y restos de cerámica. Asimismo esta calavera de cervatillo. Fue en la Pomerania polaca, en uno de aquellos veranos invencibles de cuando los vigésimo abriles. Se suponía que deberían aparecer restos de armas en aquel sitio marcial, pero yo encontré la cabecita mágica de este animal mágico. El director de la excavación me dio permiso para llevármela.

Con ella inauguré una gran colección de calaveras que voy encontrando en los bosques cuando ando por ahí. Esta es la habitante de un cervatillo que debió caducar allí en los abriles noventa. Es menudísima, del tamaño de un puño, y tiene las astas intactas. Conserva todos los dientes y los grandes huecos de los fanales. Siempre que la contemplo sigo las suturas entre los huesos del cráneo, tan visibles. Dan ganas de acariciarla y restablecer con la mano al animal que un día la animó con su aliento. Desde que se morapio conmigo en la maleta y la herví en una gran olla con agua y colada, ha estado en todas las casas que he habitado. 

El ciervo es un animal distinto, de connotaciones místicas. Las veces que me he cruzado con alguno ha sido poco divino y transformador. Esta calavera, que ahora vive encima de la tapa del piano, es asimismo un recordatorio de esa belleza prístina que habitaba nuestros bosques y que casi ha hecho desaparecer esa necrosis de la caza. Como toda calavera es un paso cerca de la crimen y asimismo una invitación a conocer al señor de calcio y fósforo que nos habita por interiormente. Yo asimismo soy inocente y blanco, como este cráneo.

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