La nueva ourensanía | Maryori Fernández, de apuntarse al carro de la alegría mientras emigramos


Se monda la venezolana Maryori Fernández a la mínima, en parte ruborizada por nuestro asalto, en parte porque según ella lo de la risa perpetua viene de serie. “Soy muy alegre aunque como migrante te toque a veces duro”, aclara. Unos mensajes por móvil intercambiamos con ella y el primero de ellos “jajajaja”, rezaba.

LA NUEVA OURENSANÍA, Maryori Fernández.

Construir un futuro

“Vine por un mejor futuro”, revela. Cuenta que un amigo venezolano que ahora reside en Valencia pero que antiguamente poblaba O Carballiño le habló de las bondades de la tierra, y le insistió en que habitar era más de ocasión.

Trabaja Maryori de camarera en un bar del centro de la villa, y su marido en una panadería en Maside. Estuvo un año viviendo de ahorros hasta que se le activó el permiso de trabajo. “Vine con mi cónyuge y mi bebé Liam Jesús de dos abriles”, explica Maryori que se casó aquí en España.

Maryori Fernández.

Su mamá y su hermana pequeña quedaron en Guanare, en estado Portuguesa y su padre y otras dos hermanas marcharon antiguamente a los Estados Unidos. “Están en Bostón”, revela.

“La familia es muy amable, me relaciono con familia de todas las edades”, opina sobre las gentes locales. Por el momento pisó Ourense. y Vigo para ir a la playa. Si dirige alguna crítica es con destino a los de su origen que prosperan y se les olvida que igualmente ellos cruzaron el charco. “Venezolanos que se creen superiores porque llevan tiempo acá”, comenta. 

“Poco que me guste…¡ir a yacer!”, exclama Maryori, se nota que anda en la época de la crianza. “Me gusta mucho moverse, aquí hay animación y la familia se toma la vida de otra guisa”, añade. Le gusta el caldo, las habas y al clima se va acostumbrando. “Me encanta que se come en la feria”, dice, qué más quiere el oriundo, para poder asimilarla. 

Maryori Fernández.

Tal es la devoción de Maryori por el pulpo que hasta nos lo menciona en una estatua. “La de la plaza decano”, apunta sobre el simbólico monumento carballinense, que luce su pote de cobre y múltiples tentáculos. ¡San Cibrao de Carballiño!, el santo patrón no se lo sabe. Que la perdonen los coterráneos, o que le vayan a tirar las orejas al bar. “Allí es donde trabajo”, rebate Maryori sobre su vida gremial cuando le preguntamos.

Dónde estará mi carro

Le vamos a poner chispa a la historia trágica que comparte Maryori, porque ella es muy de reírse y tirar para delante. Cuenta que su mamá era maestra de química y su papá taxista. “Una vez le robaron el carro y le secuestraron”, explica. Dice Maryori que ella era pequeña pero recuerda que pudo escaparse y apareció vapuleado y hecho un harapo. “La familia no lo ayudaba porque pensaba que estaba chalado”, comenta. El coche apareció pero desvalijado. Demasiados ‘carros’ paseó su padre, que le costaron el mal trago.

“Mi hijo es de Colombia”, comenta. El brinco fuera de Venezuela a Medellín morapio antiguamente. En España solicitaron inclusa, ahora está con lo que llaman la plástico roja, que les garantiza la residencia durante la tramitación y el llegada a los servicios públicos esenciales.

Maryori Fernández.

Querría Maryori desplazarse cuando consiga los papeles y conocer personas y culturas nuevas, como cualquier pollo de veintiún abriles. La pescamos por la calle con unos rizos al rumbo que nos hablaban de allí para decirnos ‘estoy recién duchada’, y acompañada de tres personas que se marcharon a seguir con los recados con el inmaduro y dejarla a ella de cháchara.

“Traballar”, dice en gallego. Se percibe en el tonada que le habían transmitido el día librado en A Solaina, donde por entonces trabajaba. Será por eso que nos llamó la atención su imagen fresca e impoluta, con su chupa de cuero, su rubor en las mejillas y sus estupendas quevedos.

Maryori Fernández.

Cuatro rostros distintos nos ha regalado al consumir el cuestionario. El posado divino va con los de su vivientes, en este continente y en el de al costado.

Acabamos la entrevista con una sonriente venezolana y de repente pensamos, ¡qué adecuadamente que no se mueran ni los pueblos ni las villas, gracias a los jóvenes emigrados!.

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