El verdadero hartazgo de fartons


José Luis Torró

No puede decirse que este concurso al que me refiero sea una ocurrencia o sueño más de una perplejidad de verano. No, porque ya son veintiuna las ediciones que lleva celebradas con motivo de la Fira de Xàtiva. Se alcahuetería de ver quién es el tragaldabas capaz de meterse entre pecho y espalda el longevo número de fartons, esa delicia ‘made in’ Valencia, inmejorable compañero de un buen y refrescante vaso de horchata.

El vencedor de este año ha sido Valentín Ferrer, un cartagenero habitual competidor en este tipo de certámenes y que con demostrada voracidad fue capaz de engullir 74 fartons. Eso sí, con el figurantes de la horchata para conseguir zampárselos, alzándose con el primer premio frente a los más de ciento treinta participantes y participantas, un poco menos glotones que él. Experiencia tiene acumulada, porque todavía el pasado año fue el vencedor por deber ingerido 82 fartons, ocho más que en esta estampado.

Por mucho que sea el pasmo, que debería producir en la ciudadanía más sensata las telediario de estos certámenes en los que se premia a los más carpantas, nulo que ver con el estupor que deberían provocar aquellas que tienen que ver con la capacidad del estómago que el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, tal como tiene acreditado en los últimos meses.

Porque si de tragar sapos y culebras se alcahuetería -nada de nuestros apetitosos fartons- para conseguir los apoyos de golpistas/separatistas a cambio de los indultos, chantaje que éstos pusieron como contraprestación para apoyar su investidura, Sánchez se pone un mandil por servilleta y traga tantos batracios y anacondas como le exijan y sirvan.

Todos los compromisos públicos y afirmaciones hechas y reiteradas, negando la posibilidad de un indulto, acompañado en tan rotundas negativas por el coro de sus ministros, quedaron en flatus vocis. Y los condenados, tal como exigieron, acabaron siendo indultados.

Segundo plato, la perdón exigida por Puigdemont. Era del todo impracticable concederla. Por mandato constitucional, por compromiso electoral, por estimación democrática, por palabra dada. Todas esas afirmaciones, dichas y redichas, fueron la verdadera arreos que acompañó los platos que Pedro Sánchez hubo de engullir, uno tras otro, para cerciorarse el inquilinato en La Moncloa y La Mareta, en Lanzarote, admisiblemente disfrutada este verano.

Tercer plato, el cupo, que no es tal; que es pacto, pero no; que es concierto, pero siquiera; reforma fiscal tal vez. Es el eco centenario del ‘Nosaltres sols!’, audaz por los separatistas catalanes en tiempos de la Segunda República. Puede acogerse la cúpula ‘sanchista’ a cuantos sinónimos quieran poner en danza para tratar de disimular la amplitud de las fauces, que ha sido necesario ampliar para acoger a cuanto se le ha dicho que, sí o sí, tenía que aceptar. La sinceridad y el relato son las que pintan y escriben los catalanes independentistas cuyos votos son imprescindibles para que él siga sido presidente.

Y lo que nos queda por ver, a modo de postre, es el referéndum por la independencia de Cataluña. Con la misma vehemencia, que ha demostrado ser falsa de toda falsedad, de la que hizo uso y exceso Sánchez para desmentir indultos, amnistías y cupos, la volverá a exhibir llegado el caso, diciendo que no es posible esa última exigencia. Pero, si de designar entre el compromiso y la palabra dada se alcahuetería y de seguir en el Falcón a cambio de abjurar de lo dicho, Sánchez no dudará y se pasará por su propia entrepierna tanta afirmación fatua y falsa.

Los 74 fartons ingeridos por Valentín Ferrer en la Fira de Xàtiva son un tentempié si se compara con todo lo que ha tenido que meterse Pedro Sánchez en el estómago, el presidente que nunca mintió, simplemente cambió de opinión para no afirmar ni una verdad, y poder seguir de presidente.


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