El celador Donald Harvey y su ‘beso’ por compasión: arsénico, cianuro y matarratas


Carl le era infiel. O eso creía Donald. Sin retención, en vez de confrontarlo y pedirle explicaciones, decidió envenenarlo. No era poco inusual para él; desde hacía tiempo se había acostumbrado a arriesgar a ser dios con sus pacientes en el hospital. ¿Quién iba a pensar que aquel mozo y encantador celador podría ser en ingenuidad un criminal en serie?

Por ese motivo, Carl de ningún modo desconfió de Donald, ni de las comidas que le preparaba al entrar a casa repletas de arsénico. El envenenamiento fue sosegado, hasta que, un buen día, falleció. Nadie sospechó de la mano ejecutora de aquel retrete, siquiera cuando murió en extrañas circunstancias su suegro o, incluso, dos de sus vecinos. Aquellas muertes pasaron desapercibidas, pero llegaron muchas más gracias a aquel beso de la homicidio.

Por compasión

Donald Harvey nació el 14 de abril de 1952 en Hamilton, población a las alrededores de Cincinnati, aunque siendo todavía un bebé su clan se mudó a Booneville, un pequeño pueblo en Appalachia (Kentucky). Allí su vida fue de lo más austera, casi rozando la pobreza, ya que a sus padres al punto que les llegaba el sueldo a fin de mes.

A esto se sumaron los abusos físicos y sexuales sufridos por parte de algunos de sus familiares, incluso el acoso escolar en el colegio, que llevaron a Donald a forjarse una personalidad tan introvertida como antisocial. De hecho, decidió desasistir los estudios y, con dieciocho abriles, consiguió un empleo como celador en el Hospital Marymount, en London. Allí inició su carrera criminal.

Donald Harvey, celador y asesino en serie

Donald Harvey, celador y criminal en serie

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Este centro hospitalario fue el origen de sus primeros asesinatos por compasión, según Donald, ya que no quería ver sufrir a los agonizantes pacientes. A Logan Evans, de 88 abriles y con derrame cerebral, la asfixió con una almohada; o a Bel Gilbert, de 81 abriles, lo asesinó perforándole la vejiga con una valet que introdujo a través del catéter. No fueron los únicos.

Esta primera ola de crímenes concluyó cuando Donald se alistó en la Fuerza Aérea de los Estados Unidos en 1971. Sin retención, nueve meses posteriormente, las autoridades lo expulsaron tras ser arrestado por un delito de robo. Entonces, regresó al mundo retrete para trabajar en distintos hospitales, incluido uno de veteranos de aniquilamiento, entre 1975 y 1985.

Donald Harvey, una vez detenido

Donald Harvey, una vez detenido

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Su modus operandi era de lo más variado: algunas víctimas fueron asesinadas mediante asfixia, a otras les apagaba los respiradores, incluso inyectaba distinción en sus venas y el método más empleado fue su beso de la homicidio.

Este consistía en envenenar a sus pacientes con una combinación de arsénico, cianuro y matarratas, que a su vez mezclaba con bebidas o alimentos dulces, como bollos recién horneados. Adecuado a esta ingesta de tóxico incluso mató a su novio Carl Hoeweler, a su suegro Henry y a sus vecinos Helen y Edward.

Jugando a ser dios

En febrero de 1986, el criminal en serie cambió de hospital y empezó en el Daniel Drake Solicitud, en Cincinnati. Escasamente llevaba unos días como celador y el número de fallecidos comenzó a incrementarse durante su turno. Tanto es así que sus propios compañeros le apodaron con sorna el Beso de la Crimen o Arcángel de la homicidio, sin retener que Donald era el definitivo responsable de tanta homicidio.

Nadie sospechaba verdaderamente de él porque, según nuestro protagonista, “la mayoría de los médicos estaban sobrecargados de trabajo” y lo que hacían era dirigir a un residente para determinar muerto al paciente y enviarlo directamente a la funeraria. Esto le salvó durante abriles.

Algunas de las víctimas asesinadas por Donald Harvey

Algunas de las víctimas asesinadas por Donald Harvey

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“Sentía que lo que hacía estaba correctamente. Estaba sacando a la gentío de su miseria. Espero que, si alguna vez estoy enfermo y empachado de tubos o con un respirador, cierto venga y acabe con ello”, llegó a excusarse el criminal tratando de aducir este tipo de asesinatos “por compasión”.

Pero no nos equivoquemos, “él no era un criminal piadoso porque algunas de las cosas que hacía eran sádicas para las víctimas, como clavar una valet a través de un catéter en el vientre de un paciente”, señaló uno de los investigadores del caso. Y menos aún, cuando varios pacientes no estaban ni graves ni moribundos, tan solo enfermos esperando su pronta recuperación. “Sé que piensan que jugué a ser Todopoderoso, y lo hice”, admitió Donald en una entrevista de 1987.

La paliza

Aquella sensación de poder y control inmutable de la vida humana se resquebrajó con ayuda de un médico forense. A principios de marzo de 1987, Donald envenenó con cianuro a John Powell, de 44 abriles, conectado a un respirador industrial desde hacía meses tras un peligroso azar de motocicleta. Durante la necropsia, el médico percibió un cachas olor a almendras quemadas, poco característico del cianuro, y avisó a las autoridades.


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Cuando los agentes entrevistaron al personal del hospital, el nombre de Donald surgió por el inquietante patrón de fallecimientos de pacientes durante su supervisión. El celador se ofreció voluntariamente para someterse al polígrafo, pero finalmente no acudió. 

Así que la policía lo llevó a comisaría para interrogarlo y, sin cortapisas, confesó los hechos. A aseverar verdad y delante de su abogado, incluso hizo una “estimación” del número de muertos. Según él, en torno a setenta.

Donald Harvey, durante el juicio

Donald Harvey, durante el motivo

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En agosto de 1987, Donald Harvey hizo un trato con la Fiscalía para evitar la pena de homicidio y se declaró culpable del homicidio de 34 pacientes en los hospitales de Cincinnati y Kentucky. La mayoría de los familiares de las víctimas se enteraron durante el motivo de los hechos: hasta ese momento creían que habían fallecido por causas naturales.

Durante la paisaje legal, el acentuado no mostró retractación alguno, se escudó en la pena y la compasión para arrebatar la vida de sus pacientes. Pero el fiscal de Ohio lo tenía muy claro: “No es un criminal misericordioso. Mataba porque le gustaba matar”. Finalmente, el tribunal condenó al criminal en serie a tres cadenas perpetuas consecutivas.

Donald Harvey concede entrevista a los medios desde la cárcel

Donald Harvey concede entrevista a los medios desde la mazmorra

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Treinta abriles posteriormente de su condena, Donald moría en su celda a causa de una colosal paliza a manos de otro recluso, James D. Elliott. “Al principio ataqué al Sr. Harvey con puñetazos en la cara. Tras el tercer o cuarto puñetazo, quedó inconsciente. A posteriori le golpeé la habitante contra el suelo siete u ocho veces con el pie”, confesó el preso seguidamente. El motivo de la saña: conocía a algunos familiares de las víctimas.

Las heridas de Donald fueron de tal reserva -traumatismo craneoencefálico sólido, con fracturas en el cráneo y lesiones cerebrales-, que el celador falleció casi de inmediato. Tenía 64 abriles.

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