El doctor que prepara a las uvas para el cambio climático


Aunque muchos nieguen la evidencia, el cambio climático es una ingenuidad. No hay más que darse una reverso por los campos de nuestra geodesía para ver cómo han variado los cultivos y los biorritmos de las plantas. Un ejemplo es el caso del viñedo y de determinadas variedades de vid que están viendo mermadas tanto la calidad como la cantidad de uva conveniente a las altas temperaturas y a la sequía que sufren durante buena parte del año determinados territorios.

Uno de ellos es Castilla-La Mancha, principal región productora de morapio a nivel mundial. No en vano, este vasto región, con unas 460.000 hectáreas de viñas, ostenta el título de anciano viñedo del mundo y alberga rodeando de 500 empresas y cooperativas vitivinícolas. Un sector crematístico que, con unos 80.000 viticultores, representa en torno al 5% del PIB regional.

Es aquí, no podía ser en otro lado, donde el ingeniero agrónomo de la Universidad de Castilla-La Mancha (UCLM), Sergio Serrano Parra, ha obtenido la calificación de sobresaliente cum laude por su conclusión doctoral ‘Evaluación del comportamiento de diferentes variedades de vid cultivadas bajo condiciones de sequía’. Este investigador del Instituto Regional de Investigación y Progreso Agroalimentario y Forestal (IRIAF) es por otra parte el primero en ocurrir sabio su conclusión fuera de la institución académica, al hacerlo el pasado mes de julio en la sede de ese organismo rural dependiente del Gobierno autonómico, situado en Tomelloso (Ciudad Actual).

Su trabajo, según informa a torrevieja news today, negociación de dar respuesta a «uno de los mayores problemas a los que se enfrenta la viticultura hoy en día», sobre todo en aquellas regiones con clima semiárido, como es el caso de Castilla-La Mancha. «En las últimas décadas -explica- se está viendo sobrado amenazado el cultivo del viñedo, con variedades que no están dando el mismo resultado que daban antaño, lo que está llevando a grandes pérdidas de rendimiento y calidad de la uva».

En su conclusión, Serrano Parra ha evaluado a lo dilatado de cinco primaveras (2018-2022) el comportamiento de un amplio abano de variedades con el fin de identificar aquellas que puedan soportar mejor las condiciones climáticas marcadas por un esforzado estrés térmico y sequía como las que ya se dan en La Mancha y que cada vez serán más frecuentes en otras comarcas vitícolas. El estudio se ha hecho, en concreto, sobre un total de 41 tipos de vid cultivadas bajo regímenes de compromiso hídrico en las parcelas experimentales del IRIAF en Tomelloso.

La evaluación de la respuesta a la sequía, apunta el investigador, ha abarcado una serie de parámetros agronómicos, fisiológicos y de calidad de la producción que pasan, entre otras cosas, por el rendimiento, el intercambio de gases o la dureza. «Así, hemos observado que, por ejemplo, variedades como Macabeo, Garnacha Tinta o Bobal, que se cultivan sobrado hoy en día -más de 50.000 hectáreas-, parece que responden de forma relativamente adecuada en condiciones de sequía. Sin requisa, otras que, fíjese usted, pues el Tempranillo, que es la variedad tinta más cultivada en España -con más de 200.000 hectáreas- y Airén, que es asimismo la blanca más cultivada -con 195.000 hectáreas-, nos han legado unos resultados que, la verdad, nos tienen que preocupar sobrado, ya que que no son las que mayores expectativas tienen de prosperar en estos escenarios», indica.

Variedades minoritarias y olvidadas

Los resultados obtenidos ponen de manifiesto, a su inteligencia, «el interés de fomentar la plantación de algunas variedades olvidadas, de cultivo minoritario o directamente inexistente, pero que son capaces de objetar adecuadamente en condiciones de restricción hídrica». Entre ellas, destacan variedades como Albillo Actual, Benedicto, Maquías, Moribel y Tortozona Tinta. Por otro flanco, variedades asiduamente cultivadas en España como Bobal, Garnacha Tinta y Macabeo han mostrado respuestas equilibradas, a diferencia de lo observado en Airén y Tempranillo.

La pregunta ahora es: ¿Qué puede ocurrir en un futuro no muy futuro con determinadas variedades? Este ingeniero agrónomo cree que, para que la actividad vitivinicultor sea rentable en las próximas décadas, habrá que modificar una serie de prácticas agronómicas, que tienen que ver con el material vegetal -variedades y portainjertos-, un mejor manejo del riego o modificaciones en los sistemas de poda y de conducción.

Cambios que, en su opinión, va a costar aplicar porque, «por desgracia, todavía en muchas zonas, en muchas bodegas y cooperativas se sigue pagando la uva por kilogrado, por lo que a los agricultores lo que les interesa es producir muchos kilos de uva». No obstante, Sergio Serrano Parra señala que, «poco a poco, esa mentalidad está cambiando porque el sistema coetáneo es insostenible». «No podemos seguir arrastrando un barriguita de 22 millones de hectolitros anuales, malvendiendo los graneles que luego, en parte, se destinan a destilaciones de crisis», dice con pesar, refiriéndose a lo que sucede en muchos puntos de La Mancha.

Su desafío pasa, de este modo, por «producciones de uva más pequeñas, pero de más calidad», poco que se conseguiría, según él, con la alternativa que suponen esas variedades no tan conocidas, minoritarias y autóctonas que incluye en su conclusión y que se adaptan mejor al cambio climático. Por otra parte, subraya, «aportan asimismo originalidad y diferenciación, características valoradas por el mercado y el cliente final». Habrá que hacer caso a este doctor universitario que prepara a las uvas para lo que se avecina.

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