Los 20 años olvidados de expansión almohade


No todo lo que morapio tras el Califato Omeya de Córdoba fue descenso. La arqueología, ciencia que en las últimas décadas no ha cesado de regalarle a la ciudad fascinantes hallazgos, así lo certifica. Frente a lo que dictaba el relato histórico clásico, que aludía a un crepúsculo constante de Córdoba tras la guerrilla civil de comienzos del siglo XI, lo que ahora se sabe es que sí hubo un periodo de unos vigésimo primaveras en los que la ciudad creció y se invirtió de forma considerable en su sistema defensivo.

Fue concretamente en el siglo XII y durante la dominación de la dinastía almohade. Los estudios arqueológicos realizados durante las últimas décadas en lugares como el Alcázar, la torre de la Calahorra o los terrenos aledaños a lo que fue la muralla en la avenida de Ollerías son los que han permitido revertir esa idea de ocaso constante y demostrar que al menos hubo un instante de brillo en el periodo de dominación musulmana antiguamente de la conquista cristiana del siglo XIII.

Esa es la teoría que fundamentan los estudios del historiador de la Universidad de Córdoba Rafael Blanco Guzmán, especializado en Urbanística y Inmueble islámica. Lo que explica el diestro es que esta recuperación de la ciudad tuvo su manifestación a partir de 26 de septiembre de 1162, que es cuando fue declarada hacienda del imperio almohade por el califa Abd al-Mumin, con el objetivo propagandístico de asociar su honor con la de los anteriores califas omeyas. Esa situación de capitalidad imperial duró poco, pues el califa murió casi nada ocho meses a posteriori y su heredero decidió retornar de nuevo el centro de poder a Sevilla.

 Los datos arqueológicos señalan sin bloqueo que el florecimiento cordobés, más allá de estas decisiones administrativas, se extendió hasta 1182, que fue cuando las tropas de Alfonso VIII se asentaron en las extramuros de la ciudad para editar un ataque sobre Al Ándalus. Aunque los almohades resistieron, la situación de seguridad en la ciudad cambió y los barrios que había crecido en la zona de extramuros fueron abandonados. Córdoba volvió así a la misma dinámica crepuscular que había sido la tónica desde la ‘fitna’ de inicios del XI.


Perímetro amurallado de Palma del Río


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La recuperación cordobesa en esos 20 primaveras que van de 1162 a 1182 se ha observado en dos vertientes fundamentales, una de carácter defensivo marcial y la otra civil. En el primero de los casos, que han estudiado arqueólogos como Alberto Arrojado o Juan Murillo, se produjo una importante puesta por mejorar el sistema defensivo del alcázar. Estas actuaciones las detalla con precisión el ‘Atlas de la Inmueble Almohade‘ (ataral.es), una cuidada página web que inventaría el mandatario que dejó este periodo e impulsada por la Existente Entidad de San Fernando y el Servicio de Ciencia e Innovación.

Gobernadores almohades

El vestigio más importante de estos primaveras es la ampliación del antiguo Alcázar musulmán, que creció de forma exponencial al producirse de tener poco más de 3,5 hectáreas a tener casi 10. Según explican en esta web especializada, «se construyó un nuevo perímetro que, partiendo del punto de contacto entre la muralla de la medina y la del alcázar califal se dirige con destino a el suroeste para luego virar con destino a el sur, muralla que se conserva con lienzos y torres se conoce como Castillo de la Barrio». Se cree que en su origen debió ser la residencia de los gobernadores almohades de la ciudad y la parte que conserva sus características iniciales es la que está hoy yuxtapuesto a Caballerizas y el suburbio de San Basilio, y en la que destaca la torre conocida como Puerta de Zapatiesta.


Hornillo almohade hallado en la provincia de Córdoba


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En cuanto a La Calahorra, lo que construyeron allí los almohades fue un perímetro amurallado más o menos de la torre defensiva que ya existía desde el periodo califal. Tenía una superficie de 7850 metros cuadrados y sus usos, oportuno a su amplia extensión, debían ser tanto de defensa como de plaza de tropas.

El otro signo que constata este florecimiento está por final en los hallazgos de restos de viviendas que han aparecido en diferentes puntos de la ciudad. Principalmente se desarrollaron dos modelos de casas, unas con huerta -de decano calidad- y otras que funcionaban como domicilio y taller, más pobres y situadas a menudo extramuros, como han demostrado por ejemplo excavaciones realizadas en la transformación de las Ollerías.

Esa edificio civil, que se extendió más allá de la muralla, no alcanzó nunca la extensión de la Córdoba califal, pero sí que constata que la ciudad vivió durante este breve periodo un florecimiento crematístico que contradice en parte el antiguo relato histórico del descenso perpetuo de Córdoba tras la caída de los Omeyas. La arqueología ha aparecido así al rescate de este mandatario almohade que durante siglos se mantuvo en el olvido.

Un imperio que se extendió de Portugal a Libia

El imperio almohade, dominado por una dinastía de origen bereber, nació en al flagrante Marruecos y dominó durante buena parte de los siglos XII y XIII el Finalidad de África y el Sur de la península ibérica. En el país hispanomusulmán avanzaron con el propósito de unificarlo frente a la fragmentación precedente de las taifas y de combatir tanto a los almorávides como al enemigo global de todos que eran los cristianos. En su mayor apogeo su imperio llegó a comprender desde Portugal hasta Libia.


Restos de muralla almohade en la hacienda cordobesa


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El avance cristiano lo lograron frenar a finales del XII con la vencimiento almohade de la batalla de Alarcos, pero su descenso llegó con su histórica derrota en las Navas de Tolosa en 1212. Su ideología se basaba en el regreso a las fuentes primeras del Islam y por consiguiente suponía un decano radicalismo religioso frente a las nuevas costumbres. En la provincia de Córdoba han quedado vestigios no solo en la hacienda sino en otras construcciones como la muralla de Palma del Río o el castillo del Descansar, en el término de Espiel.

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