Luis Peñalver Alhambra: Toledoficción


Toledo, en un futuro próximo. El casco histórico prácticamente se ha vaciado de residentes. Al punto que resisten unos pocos ancianos y un puñado de románticos que se niegan a confiarse sus casas. Conviene aclarar que hablamos de románticos de cierta tiempo y poder adquisitivo, pues los escasos jóvenes que desearían estar en el casco no pueden respaldar unos alquileres que alcanzan precios desorbitados. A los viejos del división les cuesta cada vez más moverse por las estrechas callejuelas atestadas de turistas. Encima, la desidia de ascensores y la desaparición de centros de día (el posterior lo cerraron hace ya muchos primaveras) no invita siquiera a la parentela decano a salir de casa. El comercio tradicional hace décadas que desapareció, devorado por los grandes centros comerciales de las periferia de la ciudad. Al punto que sobreviven en el casco unos pocos supermercados express salpicados entre un sinnúmero de heladerías, hamburgueserías, pizzerías y tiendas baratas de souvenirs. En otros tiempos era habitual encontrarse a algún paisano por la calle Ancha camino del sotabanco o de un organismo oficial para hacer alguna diligencia, pero ahora el ciudadano todo lo tiene que tramitar por internet.

A cambio, es muy probable toparse con individuos vestidos con blusas de tela baste, calzas y sayos con capucha, pues el concejo ha repartido licencias para que por todo el trazado moro de la ciudad se instalen de modo permanente mercados medievales. Para crear animación, dicen. Una experiencia que los turistas pueden enriquecer gracias a la gamificación: mediante la ingenuidad aumentada (AR) y la ingenuidad supuesto (VR) participan en juegos interactivos que les llevan a explorar la ciudad de guisa divertida, adaptándola a sus diferentes intereses y edades. Uno puede sumergirse en una experiencia inmersiva en la Tulaytulah de Al-Mamún o asistir en el circo romano como espectador a una carrera de cuadrigas. Los conventos de clausura hace ya mucho que se quedaron vacíos (aún no se sabe qué hacer con ellos), de modo que si uno se cruza por la calle con un fraile o con una monja, es muy posible que sea un figurante de una producción de Netflix u otra gran plataforma de streaming. Si determinado tiene la curiosidad de preguntar a los escasos paseantes nativos, le dirán que exclusivamente una cosa no ha cambiado en Toledo: el río Tajo sigue siendo una sumidero a bóveda celeste descubierto.

Pero lo importante es que Toledo está de moda y sale cada vez más en los medios. El parque temático Puy du Fou, ya casi completado en todas sus fases (existe el temor de que si sigue creciendo a este ritmo, el Sueño de Toledo se trague finalmente a la Efectividad de Toledo), ha frecuentado su propio récord: cuatro millones y medio de visitantes en el posterior año. No en vano ha sido predilecto por enésima vez consecutiva el mejor parque temático del mundo. Las autoridades municipales, a las que entusiasman las cifras, se frotan las manos, porque Toledo asimismo ha registrado un récord histórico: sólo hasta el mes de julio más de dos millones de personas eligieron la ciudad del Tajo como destino turístico. Tan satisfechas están, que han prometido nuevos espectáculos audiovisuales a los toledanos y a sus visitantes.

No deja de ser mono que la Inteligencia Fabricado Generativa (IAG), que analiza ingentes volúmenes de datos y que estaba citación a ofrecer recomendaciones personalizadas basándose en las preferencias de cada turista, haya destruido sugiriendo los mismos destinos y las mismas actividades. Las expectativas de que las nuevas tecnologías pudieran ayudar a distribuir mejor el flujo de turistas evitando la saturación de los lugares más populares y promoviendo destinos alternativos, han fracasado estrepitosamente. El hacedor mediocre de nuestra especie, tan desarrollado en la sociedad de masas, parece que no ha sido analizado adecuadamente por sus algoritmos. Finalmente, pese a las narraciones interactivas personalizadas cargadas en sus móviles, las plataformas de redes sociales y las aplicaciones de alucinación compartirán los mismos memorias digitales.

A las autoridades les sigue preocupando, eso sí, el problema del alojamiento, porque los hoteles no dan abasto, tanto los construidos interiormente del propio parque temático como los que han proliferado por toda la ciudad, en el casco y fuera de sus murallas, destacando el hotel ultramoderno que se ha destacado yuxtapuesto al puente de la Cava (una obra tan ambiciosa como incomprendida que le ha amado al equipo de arquitectos que lo proyectó un prestigioso premio internacional). Un problema que sólo se puede resolver con la concesión de nuevas licencias. Por esta razón, el número de los apartamentos turísticos nunca se acabó de regular, de guisa que una buena porción de las viviendas habitables (el resto es un atrezo de fachadas revocadas vacías por interiormente) son para uso y disfrute de los turistas que nos visitan.

Otro problema que afecta por igual al macroparque temático y a la ciudad de Toledo es el calor. Adecuado al mejora de la temperatura por desliz de un cambio climático que algunos afirman que no existe, los responsables municipales han hecho lo que los gerentes del vecino parque: cubrir con toldos las calles principales e instalar climatizadores de vapor y nebulizadores para refrescar el corriente. Pero el calor no desanima a las decenas de miles de turistas que todos los días llegan a la ciudad imperial en caravana desde Madrid. Los turoperadores de la hacienda tienen que reservar plaza en los diferentes miradores de la carretera del Valle para hacer la panorámica. La afluencia de vehículos es tal, que las autoridades no han hecho sino ampliar los aparcamientos e intercambiadores de autobuses en las inmediaciones del casco, de modo que Toledo, sobre todo cuando uno llega desde el noreste, cada vez se parece más a un ciclópeo hipermercado turístico-cultural rodeado de un enorme parking de asfalto. Y es una suerte a posteriori de todo que una porción importante de potenciales viajeros se hayan quedado en sus casas contentándose con realizar visitas virtuales a través de la AR y la VR.

Toledoficción: no sólo es el título de esta especie de contrautopía turística que hemos imaginado para Toledo. Hace remisión asimismo al maniquí de ciudad que parece inspirar las actuaciones de nuestros próceres políticos y culturales. ¿Importa la ingenuidad cotidiana de los pocos residentes que todavía resisten en el casco? ¿Se tienen en cuenta las incomodidades del día a día de estos heroicos toledanos? En esta sociedad del entretenimiento que nos mantiene siempre distraídos de las cosas verdaderamente importantes, lo que cuenta es la ficción, el simulacro, el ornamento: en una palabra, el espectáculo. En ingenuidad, nuestra época siente cierta inquina por la ingenuidad. Sobre todo, por la ingenuidad histórica. Y en Toledo se hace demasiado licencia el peso (y el paso) de la historia. Enamorados de la contemporaneidad, sólo soportamos la historia cuando la vivimos como ficción. Ese endeudamiento de atención tan característico de nuestro tiempo y que está asociado a un estilo de vida que tiende a realizarse en lo supuesto, conlleva siempre un endeudamiento de ingenuidad, con la consiguiente incapacidad para atender a los problemas reales de las personas. Si continúan prevaleciendo los intereses de la industria turística sobre las micción de los residentes de Toledo, ayer de que nos demos cuenta, nuestra ciudad acabará pareciéndose al cuadro distópico que hemos pintado en estas líneas.

SOBRE EL AUTOR

Luis Peñalver Alhambra

Doctor en Filosofía por la Universidad Complutense de Madrid

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