Manuel Outumuro muestra sus recuerdos íntimos de infancia en “O anxo que nunca fun”



La muestra “O anxo que nunca fun” es un paseo por los expresiones de Manuel Outumuro (Premio Lucie 2022), especialmente de su infancia. Puede ser que esta memoria sobre la comienzo le haya influenciado en la forma de mirar a través del objetivo, aunque de eso, no se ha transmitido cuenta hasta que ha ido construyendo esta exposición en el Marcos Valcárcel. Esa influencia de A Merca -lugar donde creció hasta los 10 años- en su obra posterior ha sido descubierta durante la construcción de esta muestra de la mano de las comisarias Silvia Omedes e Imma Cuesta de Photographic Social Vision.

Outumuro por primera vez se venablo a contar lo íntimo y lo hace a través de la distracción de fotografías asociadas a sus expresiones de infancia del municipio ourensano. Todo comienza con una imagen visual. La de un crío entrando a la iglesia vestido con alas de garbo. “Hubo una fiesta del Espíritu Santo en el que los niños teníamos que ir de garbo y las niñas de comunión. Mis tías mataron a una cagueta e hicieron las alas con una caja de galletas. Pintaron las plumas de blanco y las cosieron encima de la pulvínulo de cartón”, recuerda Outumuro. Sus tías, con quienes residía en A Merca mientras sus padres trabajaban en Venezuela, prepararon todo para aquel día. “Compraron unas zapatillas y calcetines blancos, es opinar, me hicieron el outfit completo”. El fotógrafo recuerda la ilusión de aquel crío de siete primaveras y cómo esta se desvaneció cuando el cura anunció el domingo aludido que al final tocaba “ir de paisano”. Esta sucedido se refleja en fotografías posteriores de sus trabajos donde inmortaliza a Paco Bizarro, entre otros grandes rostros conocidos.

Aunque la mayoría de caras de la exposición, así como del trabajo de Outumuro son mujeres, quizá porque creció con ocho de ellas en su casa de A Merca, donde a los pies de su cama y rodeada de un ámbito de madera había una instantánea de sus padres de los primaveras 40. Una imagen de la partida, como él mismo denomina, pues aquellos progenitores estaban al otro costado del Atlántico.

A espaldas quedaron los tiempos donde el señorita Outumuro recorría el carmen de la boticaria de A Merca repleto de flores “exóticas” a las que acuñaba como “flores de otros mundos” y que recogía para compendiar en jarrones en la casa de su abuela. Un componente que además ha estado presente en su obra, y así se podrá ver el 18 cuando la inaugure, con un apartado para esa representación floral a través de Rossy de Palma, Marisa Paredes o una instantánea en pleno París. 

La obra de Outumuro es un refleja de la elegancia entremezclada con el oficio artesanal. Una refracción que lleva además a aquel espejo que su viejo compró en un anticuario vigués y al que sus tías llamaban directamente de “segunda mano”. Ellas decían que el objeto se “había cansado de devolver imágenes” oportuno a su estado descascarillado.

Los rostros y la figura humana son dos grandes utensilios en la exposición, pero además hay paisaje como el de Nueva York. Y es que los dos abuelos de Outumuro fueron a trabajar en los primaveras 20 a la Gran Manzana, donde tuvieron que fajarse en el patrón durante 14 o 16 horas al día. Outumuro recuerda aquellas historias de su viejo que le resultaban tan “fascinantes” de pequeño mientras le advertía: “Manoliño pórtate ben que se non voute mandar ó subway para que saibas o que é o inferno”. Y aquella fue la primera palabra que el fotógrafo aprendió en inglés. Primaveras posteriormente viajaría a Nueva York y su primera parada fue aquella andana 6 que se dedicó a recorrer como homenaje.

Cada pequeño detalle de esta exposición tiene una historia. Componen un reconvención por expresiones recreados e inmortalizados que construyeron la memoria de un crío que soñaba con ser uno de esos danzantes de cristal y que ha ido puliendo una carrera de agradecimiento franquista e internacional.

“O anxo que nunca fun” es esa expresión del crío que creció osado en A Merca, que jugaba con “hacer y deshacer la luz” cuando esta llegó a su casa con ocho primaveras y las velas se apagaron. Una historia de archivos que no vieron la luz u otros de la página 9 que componía aquel obra con el que estudiaba en Maristas. Un reconvención, en definitiva, por aquellas “lembranzas” del fotógrafo. 

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