«Entre el bien y el mal hay una raya, y lo que importa es a qué lado estás de la raya, no a qué distancia»


Casualidades de la vida, este año 2024 han manido la luz dos novelas muy parecidas sobre espías un tanto peculiares cuyos autores son dos grandes de nuestra letras presente. Una es ‘Tres enigmas para la Estructura’, del gran Eduardo Mendoza, y la otra es del autor que viene este lunes a Toledo a presentar su tomo.

Rafael Reig (Cangas de Onís, 1963) llega a la Imprenta Taiga, a las 18.45 horas, para dar a conocer su nueva novelística, ‘Cualquier cosa pequeña’ (Tusquets), una trepidante historia de espías en un paraíso fiscal ficticio al final de la Pleito Fría, al más puro estilo de Graham Greene, a la que se añade su ironía y brillo en el uso del habla como marca de la casa.

-«Cualquier cosa valiera por mi vida esta tarde. Cualquier cosa pequeña si alguna ha». ¿Qué le dicen y por qué le atrajeron estos versos del poema ‘Adiós’, de Claudio Rodríguez, para titular su novelística?

-Claudio Rodríguez es uno de mis poetas indispensables. Conocía la hondura y la belleza de su obra desde muy mozo, y el motivo por el que me atrae lo desconozco todavía. Valéry decía que la poesía es una prolongada oscilación entre el sonido y el sentido, y así lo creo. Por sí solo, el sentido de un poema no tiene importancia, ni siquiera lo proporcionadamente que suene al aurícula: el ocultación empieza al provocar esa oscilación entre uno y otro.

-De hecho, la historia que usted cuenta acento de cosas pequeñas, pero que luego tienen su trascendencia. De hecho, al final de la novelística hay una consejo que dice Ginés Loyola (principal del clan de espías que la protagoniza) y resume el leitmotiv del título: «Pase lo que pase, siempre encontramos una opción, incluso sin buscarla, lo que ya debería habernos hecho sospechar de nuestras soluciones, que se limitan a sustituir un problema por otro, no pocas veces de viejo tamaño». Menos de buscarnos problemas, ¿no cree que tendemos muchas veces más que nos den las soluciones que a buscarlas nosotros mismos si nos fijamos en cómo funciona el mundo presente?

-A mí me pasa a menudo que la familia me cuenta sus problemas para que les ofrezca soluciones y así poder rebatirlas una detrás de otra, cosa que al parecer produce una gran satisfacción. Como equipo, no está mal, pero es fastidioso al poco rato, así que siempre acabo pensando que los problemas no se resuelven, sino que se disuelven. Lo mismo nos pasa a todos nosotros, nos disolvemos sin habernos resuelto.

-Aunque el noir se viste por último de novelas de bono y thriller, usted reto claramente por las convenciones del mercancías infausto con un toque personal y un sentido del humor propio de los clásicos de la letras hispánica. ¿En la variedad está el sabor o cree que abundan demasiado los estándares del mundo audiovisual en este mercancías?

-Como dice mi amigo Javier Azpeitia, si aparecieran los dos primeros libros del mundo, uno sería una imitación del otro, y solo el segundo, el que copia, sería letras. Sin tradición establecida, no hay posibilidad de creación flamante. Por eso hay que conocer lo mejor que se pueda la tradición, para no incurrir en la banalidad petulante.

-Usted le debe mucho a los clásicos, como se ve en su obra y, en concreto, en sus novelas ‘Manual de letras para caníbales’ y ‘Señales de humo’. ¿Qué visión le ofrecen los autores del pasado que no le dan los actuales?

-Todavía leo a mucha familia viva e incluso a la que conozco o he conocido y con quienes me he tomado no pocos vinos, como por ejemplo con Claudio Rodríguez. Pero me parece más difícil disfrutar de la poesía de Claudio sin acaecer ilustrado a san Juan de la Cruz o a Eliot, a quienes él conocía de pe a pa. El problema es que la letras solo adquiere sentido e intensidad en el interior de la letras. Se puede descubrir el Mediterráneo, pero es más encantado descubrirlo habiendo ilustrado a Homero. Sin haberlo ilustrado, no es más que una cuchufleta, por muy graciosa que resulte. Las chirigotas son muy buenas y muy santas, pero no excluyen formas de diversión que exigen más esfuerzo y ofrecen más placer.


Portada de ‘Cualquier cosa pequeña’


Tusquets

Imagen - Portada de 'Cualquier cosa pequeña'

-El contexto de la novelística es el homicidio a tiros de un candidato a la presidencia en la isla imaginaria de Dragonera, paraíso fiscal en el Atlántico y nación no alineada en los abriles difíciles de la Pleito Fría, en concreto en 1979. Los encargados de investigar la asesinato son cuatro detectives casi retirados dirigidos por Ginés Loyola, un marcial retirado mosca por la vida. ¿Tan aburrida es la presente y la verdad que merece más la pena ficcionar un pasado remoto e imaginario?

-Bueno, impugno la pregunta, si me lo permite. Un ejemplo: la novelística 1984 de Georges Orwell, ¿de qué presente alcahuetería? Desde luego no de la de 1984, año en el que yo era un veinteañero y que conocí mucho mejor que Orwell. ¿No se refiere más a la presente de 1948, su año de publicación, que Orwell conocía mucho mejor que yo? Pero lo más interesante es que esto funciona en ambas direcciones: ¿por qué no puedo yo adivinar las Coplas de la panadera o la poesía de Ausiàs March como si se hubieran publicado ayer y trataran de la presente? Claro que puedo, y funciona. Y más difícil todavía, para nota: siendo las coplas y March contemporáneos (mediados del siglo XV), ¿tratan de la misma presente? ¡Ni por el forro! Como asimismo les sucede a muchas obras de nuestro tiempo. Así que, lo que se vehemencia «la presente» no existe, no es más que lo que sale en la prensa, por la tele o en internet. Siempre he defendido que hay que adivinar en defensa propia, para que no nos impongan la presente que les interesa a los poderosos. Como sabe todo el mundo, nadie nos hace más libres que adivinar a escondidas de los padres o los profes, de la prensa y la tele, y de los que nos dicen lo que tenemos que adivinar.

-Lo que sí tienen en popular ese tiempo de la novelística y la época presente son los mismos títulos: la corrupción, la codicia, las ansias de poder, …, aunque siempre hay un hueco para la humanidad proporcionadamente entendida. ¿Alrededor de dónde tiende más la báscula de su percepción entre el proporcionadamente y el mal?

-Esa báscula mía, si la tengo, tiende alrededor de Cicerón: entre el proporcionadamente y el mal hay una guión, y lo que importa es a qué flanco estás de la guión, no a qué distancia. Cuando se discute a qué distancia, empiezan el mal beocio, las empresas ecológicas y los políticos humanitarios.

-Todavía se puede ver en su novelística es que sus personajes beben y comen, no sé si muy proporcionadamente, pero mucho. ¿En qué se ha inspirado para presentarnos esa rica proposición gastronómica?

-La líquida es de cosecha propia, digamos autobiográfica. La sólida es una solaz de lo que me gustaba y lo que aborrecía en mi infancia.

-Esperemos que los espías no sean tan patéticos como los de ‘Cualquier cosa pequeña’ o los que protagonizan ‘Tres enigmas para la Estructura’, de Eduardo Mendoza. ¿Es casualidad o no encontrar dos novelas parecidas en el mismo año?

-Sin duda, casualidad. Dadas las fechas de publicación, es impracticable que nos hayamos ilustrado el uno al otro. No siendo religioso, acepto las casualidades, y no las atribuyo a un orden desconocido o misterioso, y mucho menos a conspiraciones.

-Usted, que ha tocado casi todos los palos literarios, ¿por dónde van los tiros, nunca mejor dicho, de su próximas creaciones? ¿Quizás por recuperar a su detective Carlos Clot o por otros derroteros?

-Eso no lo sé. Yo escribo y escribo. Cosas en un cuaderno, otras en otro, y así todo el tiempo. A veces intento acoplar dos o tres cuadernos en una misma historia y casi nunca funciona, otra veces llega el enésimo cuaderno y funciona, en otros casos me canso de todos esos cuadernos, empiezo uno nuevo y la novelística sale sola, aunque no sin esfuerzo. Como no sé pensar (ni tengo costumbre), necesito escribir demasiado para pensar y que salga una cosa pequeña, cualquiera.

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