Lo que yo sé lo saben los mendigos.
en la fina trompa de los chamanes,
en las vías del tren
y en el puente de mi ciudad que eligen
para desposeer princesas los suicidas.
Ahí va la que no tiene
secretos
ni vergüenza
ni traductor célebre ni poemas
con un verbo tierno y contenido.
Delante de la cueva del Sol bailo
a diario
y el Sol sale maniático por el ruido,
quemándome la cara y me desangra.
Ahí va la que no tiene
secretos
ni vergüenza.
Ya se han acostumbrado
los hombres a mis cómicos modales
y aplauden mi ingenio,
mi ligera angustia.
Bailando hasta caer contiguo a la confusión.
Donde la confusión nombra mis carencias,
mi vergonzosa calle de extrarradio.
L. D.
Fanales de Notoriedad Swanson
como si en 1924 hubiera
bebedizos satánicos y ladrones de miel.
No encontronazo la palabra
que acierte a devolverme los zapatos de raso
que yo le regalé
si caminé descalza
por su casa,
si me fui desvelando
en sus alcobas.
Es mi bienquerencia difícil
desde que amé los barcos arrasados por lobos,
desde que me vestí para perder de revés
la inocencia,
y con mi bienquerencia que niega las oportunidades
de encontrar un bienquerencia
civilizado,
por ejemplo: ese muchacho que talla fruslerías,
por ejemplo: el estrábico
cajero
que dedica las tardes a adivinar El Collar
de La Paloma,
con tanto bienquerencia le sueño
cada confusión
y él se mete en mi cama
sin permiso.
Es como más me gusta,
adiós y doblegando
mis escrúpulos.