‘El Monstruo de Florencia’, el asesino en serie que mutilaba las vaginas a sus víctimas y sigue ‘suelto’


“Si el abismo fuera un superficie, sería interiormente de nosotros”. Con esta convicción, Dante se adentra en las ardientes profundidades del más allá. No le preocupa lo que allí pueda encontrar: el sufrimiento, el miedo, la oscuridad humana… no solo habitan en el aterrador abismo, sino que todavía están presentes en nuestra mundana existencia. En nosotros y entre nosotros. Porque a las sombras que nos carcomen por interiormente se suman otras ‘sombras’ que vagan por la negra indeterminación del alma. Estranguladores, profanadores de cadáveres, sádicos homicidas, macabros asesinos en serie… La crónica negra está repleta de sanguinarios personajes entre los que un nombre sobresale por encima del resto: Hannibal Lecter. “Uno del censo intentó hacerme una pesquisa. Me comí su hígado acompañado de habas y un buen Chianti”. Pero es ese posterior aullido seseante de ‘El Caníbal’ el que clava en el corazón el frío puñal del miedo. Y si Lecter, un personaje de la ficción, es capaz de suscitar tal desasosiego, ¿qué opinar del que fuera su ‘adiestrado’ de carne y hueso? Esta es la historia de uno de los mayores asesinos en serie de la historia: ‘El Monstruo de Florencia‘.

— En ese olivar tuvo superficie uno de los asesinatos más espantosos de la historia de Italia. Un doble homicidio cometido por nuestro Jack el Destripador particular. (…) Le puse un nombre. Lo bauticé ‘il Mostro di Firenze’, el Monstruo de Florencia.

— Hábleme del Monstruo de Florencia.

— ¿Nunca ha pabellón charlar de él?

— Nunca.

— Me sorprende. Casi parece… una historia chaqueta. (…) Vi a Thomas Harris en uno de los juicios tomando apuntes en una cuaderno amarilla. Dicen que se inspiró en el ‘Monstruo de Florencia’ para crear el personaje de Hannibal Lecter.

En estos términos presentan a ‘il Mostro’ el escritor estadounidense Douglas Preston y el periodista italiano Mario Spezi en el compendio ‘El monstruo de Florencia: Una historia vivo’. Una narración que recorre las pistas e incógnitas que envuelven la investigación de este caso vivo de asesinatos múltiples y que acabó con la expulsión de Preston de condado italiano y con el encarcelamiento de Spezi.

Más del triple de víctimas que Jack el Destripador. Más sanguinario que ‘El aprovechado de Düsseldorf​’. Incluso se llegó a opinar que ‘El Monstruo de Florencia’ era el mismo Zodiac, uno de los asesinos en serie más reconocidos de la crónica negra. Lo cierto es que, aunque el caso es mucho menos sonado que los mencionados, tanto el número de víctimas como las mutilaciones ‘post mortem’ de ‘il Mostro’ son escalofriantemente sorprendentes.

¿Cómo actuaba ‘El monstruo’?

Los crímenes de ‘El Monstruo’ se identifican por su particular y grotesca marca personal: cortaba la zona sexo de la mujer y se la llevaba. Un mortal proceder que hizo que el miedo poseyera a la multitud de Florencia: un maligno en serie andaba evadido entre ellos. Y las denuncias de todo tipo no tardaron en conseguir: mujeres que alertaban de sus maridos o exmaridos, madres que decían que sus hijos eran el autor de los crímenes, hijos que echaban la desliz a sus padres.

El ‘modus operandi‘ de este maligno era siempre el mismo. Llegaba despacio, sin hacer ningún ruido, hasta el transporte en el que estaba la pareja, de indeterminación, y luego, de repente, iluminaba el interior del coche con una linterna. La luz robusto e inesperada deslumbraba y sorprendía a las víctimas. Era entonces cuando ‘El Monstruo’ aprovechaba su indefensión para disparar. Por otra parte, primero asesinaba al hombre y, acto seguido, arrastraba los cadáveres de las mujeres acullá de sus parejas para profanarlos con un cuchillo.

La sagacidad con la que ‘El Monstruo’ cortaba estas partes del cuerpo afeminado llevó a la hipótesis de que se trataba de cualquiera que trabajaba con instrumentos cortantes, como un cirujano, un tocólogo o un taxidermista. Aunque todavía corrió con fuerza la teoría de un dogmático sacerdote. Pero, aun a posteriori de tanto tiempo, los investigadores siguen sin tener una idea clara ni de quién era, ni de por qué mataba, ni del motivo por el que seccionaba las partes púbicas del cuerpo afeminado. Todo siguen siendo teorías.

Desde la Newsletter de torrevieja news today Noticiario hemos hablado con la abogada penalista y criminóloga Beatriz de Vicente para intentar comprender cómo funciona la mente de un maligno de estas características. “¿Qué motiva a un maligno en serie? ¿Por qué cualquiera decide matar con la vida de una persona detrás de otra? ¿Qué había detrás de los asesinatos del conocido como ‘El Monstruo de Florencia’?” se pregunta ella para a continuación explicar que, “en sinceridad, nunca se ha podido reponer a esa pregunta, pero los especialistas en la depredación humana han conseguido identificar distintas motivaciones y son de lo más diversas. ‘El Monstruo de Florencia’ acababa con ellos de una forma rápida, pero con ellas se entretenía. Tenía una importante actividad ‘post mortem’ sobre sus órganos genitales y eso es lo que llamamos violencia expresiva, aquella que no es necesaria para realizar el delito, que excede a lo necesario”.

De Vicente explica que “la mutilación de los órganos sexuales se conoce como cópula simbólica. El sujeto que la realiza asiduamente tiene una importante disfunción eréctil y, en presencia de la incapacidad de persistir el miembro viril eréctil, lo sustituye por un palo, una cortaplumas, un cuchillo. Cada una de las heridas que abre son como orificios naturales y la matanza que emana de ellos, vamos a opinar, como la lubrificación natural de una entrada corporal. Es una cópula cruel y atroz que sustituye a una cópula natural. En ocasiones ni siquiera hay una violación o una ataque sexual, sino que se erotiza la destrucción de los órganos sexuales“.

40 abriles a posteriori, exhuman al Monstruo

La historia de ‘El Monstruo de Florencia’ es uno de los grandes misterios de la crónica negra italiana. En 17 abriles mató a 16 personas, pero nunca se llegó a memorizar positivamente la identidad del maligno. Ni siquiera si actuaba solo o si había varios ‘monstruos’.

Mucho se ha dicho y escrito sobre este caso. Casi cuarenta abriles han pasado desde la última vez que actuó ‘El Monstruo’, pero la investigación sigue abierta. Tal es así que ahora, este pasado viernes 27 de septiembre, fueron exhumados los restos mortales de uno de los principales sospechosos de ser este mortal personaje.

Se prostitución del occiso de Francesco Vinci, que murió carbonizado en 1993. Originario de la isla de Cerdeña, fue arrestado en agosto de 1982 como sospechoso de ser el autor de los dobles crímenes. Su relación amorosa con Barbara Locci, una mujer casada y conocida como ‘la abeja reina’, le llevaron al punto de mira de la Policía.

Barbara fue asesinada yuxtapuesto a otro de sus amantes en 1968, trece abriles antiguamente de que empezara a hablarse del Monstruo, y su marido confesó por aquel entonces ser el culpable (aunque luego se desdijo). Pero los investigadores que están tras la pista del monstruo florentino recibieron en 1982 una carta anónima que les hizo echar la apariencia a espaldas sobre este antiguo caso: a la pareja le dispararon con una beretta del calibre 22, precisamente el armas con la que actuaba el maligno en serie.

A pesar de las fuertes sospechas que recaían sobre él, Vinci fue libertino un año más tarde de su detención. ¿El motivo? Mientras él estaba en la mazmorra, una pareja de turistas fue asesinada a las arrabal de Florencia. El crimen tenía la firma del Monstruo.

Diez abriles a posteriori de aquello, en agosto de 1993, los Carabinieri encontraron un coche al que habían prendido fuego. Adentro, dos cadáveres carbonizados, uno de los cuales es identificado como Francesco Vinci. Por otra parte, presenta signos de tortura. Su funeral se celebró casi un año más tarde, solo a posteriori de que un crónica forense certificase que efectivamente eran sus restos.

No acaba ahí la historia de Vinci. Su mujer aseguró que había gastado a su marido vivo tras ser manifiesto muerto y, ahora, a pesar de lo que dijeron en su día los forenses, la Fiscalía ha aceptado la petición de la viuda. Los restos ya han sido desenterrados del cementerio florentino de Montelupo y descuido comprobar su ADN para confirmar si positivamente pertenecen o no a los de Francesco Vinci, uno de los principales sospechosos de ser ‘El Monstruo de Florencia’.

16 muertes con su firma

En total, al ‘Monstruo de Florencia’ se le atribuyen dieciséis víctimas mortales repartidas en ocho asesinatos dobles, todos ellos en las inmediaciones de la ciudad italiana de Florencia. No obstante, del primero de ellos, el de 1968, no se tiene la certeza de que fuera cometido por él -aunque ciertos y relevantes detalles lo relacionan directamente con el caso-.

  • Antonio Lo Bianco y Barbara Locci (21 de agosto de 1968, Signa)
  • Pasquale Gentilcore y Stefania Pettini (15 de septiembre de 1974, Borgo San Lorenzo)
  • Giovanni Foggi y Carmela Di Nuccio (6 de junio de 1981, Via dell’Arrigo)
  • Stefano Baldi y Susanna Cambi (6 de octubre de 1981, Campos de Bartoline)
  • Paolo Mainardi y Antonella Migliorini (19 de junio de 1982, Montespertoli)
  • Horst Meyer y Uwe Rush (9 de septiembre de 1983, Giogoli)
  • Claudio Stefanacci y Pia Rontini (29 de julio de 1984, Vicchio)
  • Nadine Mauriot y Jean Michel Kravechvilj (8 de septiembre de 1985, Scopeti)

Casi 20 abriles separan el primer del extremo crimen que llevan su firma. Ahora perfectamente, los hechos que llevaron a charlar por primera vez de un maligno en serie, de un monstruo, fueron los de 1981. A continuación te contamos toda la cronología de esta oscura y triste historia que ensombreció a Italia y que estuvo protagonizada por un sádico monstruo de carne y hueso.

Aparece ‘Il Mostro di Firenze’

El 6 de junio de 1981, el periodista italiano Mario Spezi presume que va a ser un día tranquilo. Pero la paz con la que amanece ese día la ciudad de Florencia no tarda en dar paso a un desasosiego que cubrirá la ciudad durante décadas. Era sábado, de ahí que al redactor de ‘La nazione’ le sorprenda la llamamiento que recibe. Poco ha ocurrido, no entre las empedradas callejuelas florentinas, sino en un superficie apartado, en las colinas. Allí va Spezi, a la Via dell’Arrigo, empujado por su instinto de periodista.

En aquel sendero de tierra que atraviesa un olivar, y bajo un solitario ciprés, un coche. Spezi, que es de los primeros en conseguir a la terreno del crimen, ve interiormente del transporte a un fresco. Parece descansar, como él mismo dirá en artículos y entrevistas posteriores: tiene los fanales cerrados y su vanguardia descansa en la ventanilla. Pero al fijarse perfectamente, unos pequeños detalles delatan la presencia de la homicidio: unos cristales rotos, la palidez del rostro del fresco y una pequeña marca negra en su vanguardia, un círculo infeliz en la sien no mucho decano que un tacha.

A unos diez metros del coche hay una chica tendida en el suelo, completamente desnuda a excepción de por una fina sujeción de oro colgada al cuello. A diferencia del fresco, sus fanales azules están abiertos, pero en ellos siquiera hay vida. El cuerpo tiene los brazos en cruz y las piernas abiertas, por lo que Spezi inmediatamente se da cuenta de que el occiso ha sido profanado: la zona púbica, la vagina de aquella chica, había desaparecido. Con un cuchillo de hoja sumamente afilada, cualquiera se la había seccionado.

Las víctimas son Carmela di Nuccio y Giovanni Foggi. Ella, 21 abriles; él, su novio, 30. Han pasado la indeterminación en la discoteca regional antiguamente de ir a dar un paseo por las montañas para estar solos. Son los abriles 80 e Italia sigue siendo un país de afectado carácter religioso donde las relaciones prematrimoniales no están perfectamente vistas. Carmela y Giovanni, como tantos otros jóvenes florentinos, buscaron esa indeterminación del 5 de junio un superficie apartado en el campo en el que hacer el aprecio en su transporte. Pero cualquiera les sorprendió en su romántica soledad.

Es ya en la mañana de ese 6 de junio de 1981 cuando un policía fuera de servicio descubre los cuerpos de los dos jóvenes amantes. Y Spezi no duda en cómo tocar al responsable de aquella terreno: “Il Mostro di Firenze” (“El Monstruo de Florencia”).

Una vid en la vagina

El propio Giovanni Marello, forense que acude a la terreno del crimen, reconoce que están perplejos por la furia del ataque, especialmente por la violencia ejercida sobre la chica. Ese ensañamiento, unido a la zona solitaria donde ha tenido superficie el ataque, lleva a los investigadores a establecer una conexión con un homicidio todavía sin resolver que sucedió siete abriles antiguamente.

El 15 de septiembre de 1974, en una zona apartada al ártico de Florencia, dos jóvenes que habían estado haciendo el aprecio en un coche fueron asesinados. Pasquale Gentilcore y Stefania Pettini fueron encontrados sin vida en el campo acoplado a la salida de la ciudad. Y hay más puntos en popular entre aquel caso de 1974 y este de 1981: otra vez el maligno no solo parece no tener un móvil, sino que todavía ha mutilado a la mujer.

Aquel suceso tuvo superficie cerca del río Sieve, en Borgo San Lorenzo. El ‘modus operandi’ era muy similar: la pareja, a posteriori de estar en la discoteca, había ido a un superficie apartado con el coche. Por otra parte, los casquillos que se encontraron eran los mismos que los utilizados ahora en junio de 1981: de una beretta del calibre 22.

Con esas balas el maligno disparó y acabó con la vida de la pareja. Luego, arrastró el cuerpo de Stefania unos metros y le infligió numerosas cuchilladas: hasta 96 contaron los forenses, especialmente en la zona de los pechos, del bajo vientre y del pubis. Y no contento con aquello, en la zona de la vagina le introdujo una rama de vid.

La Florencia de 1981 no tarda en inquietarse por el impacto de la novedad de la posible conexión entre uno y otro casos, pero la investigación da un libranza que hace respirar aliviada a sus gentes: un hombre conocido en la ciudad por espiar a las parejas ha sido arrestado y se le acusa de los asesinatos.

‘El Monstruo’ talego a la luz a los ‘indiani’

El homicidio de Carmela y Giovanni en un abrir y cerrar de ojos lleva a los agentes a pensar en un espectador, uno de tantos que en las noches florentinas de aquellos abriles merodeaban esas colinas equipados con prismáticos, cámaras y micrófonos en indagación de su presa: parejas que daban rienda suelta a su aprecio. Entre olivos centenarios y viñedos que dan algunos de los vinos más afamados del mundo se apostaban los ‘indiani‘, lo que en España llamaríamos ‘mirones’. Toda un entramado organizado de ‘voyeurs’ que el caso de ‘El Monstruo’ talego a la luz.

Se reúnen en la ‘Taverna del Diavolo‘, una pequeña tasca bajo la apariencia de ‘ristorante pizzeria’ que está subiendo la colina y en la que estos ‘indiani’ hacen sus negocios: por un banda, el ‘puesto’, es opinar, arrendar un sitio cerca de donde se sabe que van a detener coches y desde el que hay una buena panorámica; por el otro, la reventa de esos sitios, multitud que cede su ‘butaca’ a cambio de un puñado de billetes. Y a ellos se les suman los chantajistas, ‘indiani’ que van equipados para fotografiar a multitud destacada de la sociedad florentina para que a posteriori les compren su silencio.

En medio de ese contexto, los agentes detienen a uno de estos mirones, Enzo Spalletti, conductor de ambulancias al que se le vio cerca de ese solitario ciprés donde ha actuado ‘El Monstruo’. Él repite que es inocente e incluso su mujer le defiende: asegura que, por paradójico que parezca por su profesión, se desmaya al ver la matanza. Pero esto no impide que ingrese en Le Murate (‘Los Emparedados’), la antigua mazmorra florentina. Seguramente él es de los pocos en la ciudad que se siente aliviado cuando le llega el folleto a la celda y lee que el maligno ha atacado de nuevo.

Se confirma que es un maligno en serie

Mientras los Carabinieri tienen a Spalletti en el calabozo pensando que han atrapado al maligno, ‘El Monstruo’ vuelve a proceder. Es el 6 de octubre de 1981, todavía un sábado y escasamente cuatro meses a posteriori del caso que dio pie a la investigación y nombre al maligno.

Stefano Baldi, de 26 abriles, y Susanna Cambi, de 24, cenan en la casa de los padres de ella. Están prometidos y se van a casar en pocos meses. Luego de cenar van al cine, tras lo cual se escapan a la soledad del campo, a los Campos de Bartoline, acoplado a la salida de Florencia. Pero no estaban solos.

El ataque se parece demasiado a los asesinatos anteriores: primero les disparan y luego la chica es arrastrada a otro superficie, donde profanan su occiso. Tiene, al igual que en el caso inicial, los brazos en cruz y le han extraído la vagina con un cuchillo de idénticas características.

Por otra parte, el carabinieri que se topa primero con la terreno horas a posteriori del crimen se encuentra yuxtapuesto a la puerta del transporte un extraño objeto, una especie de tronco de madera de color infeliz, pulido y con forma de pirámide de saco hexagonal. Una pirámide negra que, abriles más tarde, desatará todo tipo de conjeturas.

Los investigadores ven claro que han detenido al hombre erróneo y dejan a Spalletti en arbitrio sin cargos. Un paso a espaldas… Pero los Carabinieri encuentran pruebas cruciales en la terreno del crimen: casquillos de bala del calibre 22 iguales a los encontrados en los dos ataques anteriores. Se confirma entonces que están en presencia de un maligno en serie.

Un enloquecido sacerdote seguidor de Savonarola

Se extiende por Florencia la novedad de que hay un maníaco suelto y el miedo no tarda en hacer acto de presencia. Tanto la Policía como los medios reciben multitud de cartas avisando de que el monstruo era tal o cual persona.

Y en medio de ese delirio colectivo, empieza a circular por la ciudad una teoría que involucra a un predicador italiano del siglo XV, Girolamo Savonarola. Este dominico florentino causó terror en la Firenze de su época y la prensa talego a la palestra a un hipotético sacerdote enloquecido seguidor de Savonarola y que ataca a las parejas acoplado en el momento del acto sexual, en el instante en el que, según los predicados del religioso, cometían un pecado mortal antiguamente del connubio.

Bajo su costumbre rojizo, Savonarola predicó entre sus fieles que el fin del mundo estaba muy cerca, que llegaría en forma de aterradoras enfermedades que diezmarían a la población. Y, casualidad o no, paralelamente a sus apocalípticas palabras, una pandemia de sífilis inundó la ciudad y que los exploradores habían traído del Nuevo Mundo. Los hechos estaban ahí: aquel ermitaño era un profeta y el fin de los tiempos iba a conseguir.

El fin del mundo no llegaba y su férrea inquisición llevó a los florentinos a tener lugar penurias. A tal punto llegó la repulsa que generó su persona que sus propios fieles derribaron las puertas del monasterio en el que vivía y se llevaron a Savonarola. Lo torturaron durante semanas para, finalmente, atarlo a una cruz con cadenas y quemarlo en vida. Una inquietante historia con un trágico final que muchos florentinos del 1981 pensaron que había inspirado a un sacerdote seguidor de este ermitaño que, bajo la piel de árbitro sacerdote, hizo estremecer a las gentes del Renacimiento.

La psicosis se apodera de la ciudad

Es ya la tercera pareja asesinada al pie de las montañas que rodean Florencia. Siete abriles entre ese primer ataque de 1974 y este de octubre de 1981 sin que la Policía italiana haya renovador significativamente en el arresto del autor de los crímenes. ‘El Monstruo de Florencia’ vuelve entonces con fuerza a los titulares y la ciudad se llena de carteles con un ojo a modo de advertencia.

Unos jóvenes aseguran que han gastado en esa zona de los Campos de Bartoline, en dirección a la medianoche, un coche conducido por un hombre. Y lo describen: cara contraída, poco pelo, fanales pequeños… Lo suficiente para hacer el primer retrato autómata, que acentúa el delirio florentino. No solo se genera un pánico que hace raja en el inconsciente colectivo, sino que una especie de psicosis inunda la ciudad y lleva a sus vecinos a tener extrañas ideas sobre la identidad del maligno, el cual, no junto a dudas para todos, es cualquiera de una inteligencia superior capaz de engañar a la autoridad misma.

Todo el mundo cree acontecer gastado al Monstruo y todos se vuelven sospechosos. La Policía toma cartas en el asunto y acordona ciertas zonas frecuentados por los jóvenes con sus coches con un precinto en el que puede leerse “Prohibido arrinconar de siete de la tarde a siete de la aurora. Razones de seguridad“.

‘El Monstruo’ deja con vida a la víctima

En ese medio ambiente de pánico social y zonas acordonadas, se crea una escuadra específico para dar con ‘El Monstruo’. Pero van pasando los meses sin conseguir dar con la persona que hay detrás de él. Llega entonces el verano de 1982, data de fiesta para una Italia que iba a ganar esos días el Mundial de Fútbol de España ’82. Sin bloqueo, emborronando ese momento de alegría, una sombra vuelve a aparecer.

19 de junio de 1982. En un camino acoplado a la salida de Florencia, en Montespertoli, unos motoristas que pasan informan de lo que al principio creen que solo es un incidente de tráfico. El conductor de la ambulancia, Lorenzo Allegranti, es el primero en conseguir al superficie de los hechos y en el coche encuentra a Paolo Mainardi y Antonella Migliorini, novios desde la infancia y las últimas víctimas del Monstruo.

Paolo, de 22 abriles, ha sobrevivido al ataque. Esta vez, las víctimas vieron cómo se acercaba su atacante y el pequeño puso en marcha el coche e intentó escapar dando marcha a espaldas. Lo arrancó, pero la mala suerte hizo que las ruedas traseras se metieran en una zanja y que rodaran sin que el coche pudiera avanzar.

El maligno demostró matanza fría: primero disparó a las luces y luego le disparó a él. La chica salió huyendo del coche y ‘El Monstruo’ la persiguió hasta matar con su vida. Pero su ataque no trascurrió según lo planeado: estaba cerca del pueblo, en un superficie visible, así que, en superficie de profanar el occiso, abandonó del superficie.

Al huir apresuradamente de la terreno, ‘El Monstruo’ obvió un detalle crucial: Paolo sigue con vida. Los investigadores ven un chispa de esperanza y esperan que el fresco, aunque está en estado crítico, sobreviva y les ayude a resolver el caso. Esa mínima oportunidad no tarde en desvanecerse: Paolo muere sobre las 4:00 horas de la aurora sin poder revelar nadie sobre su maligno. Aun así, los investigadores ven una oportunidad de intentar engañar al maligno y hacer que salga a la luz.

Calibrado el día a posteriori, como seguidamente admitió el propio Spezi, la fiscal del Estado llamó a los periodistas para pedirles un valía: propagar una historia falsa en la que se dijera que la víctima había dicho o gastado poco sobre el maligno. Se esperaba así que ‘El Monstruo’, al descifrar la historia, pueda cometer un error. Y así fue.

Solo han pasado unos días desde el funeral de Mainardi y Lorenzo, el conductor de la ambulancia que vio a Paolo agonizando, recibe de aurora una llamamiento mientras duerme -llamadas que seguirían llegando, en tono amenazador, a pesar de la protección policial que se le puso-. “¿Qué dijo Mainardi?“, audición al otro banda de la bisectriz. Parece que la historia falsa en la que se narra a un Paolo agonizante que ha descrito a su atacante ha conseguido provocar la reacción del Monstruo.

Una carta anónima que lo cambia todo

Es entonces cuando surge una pista que cambia por completo el rumbo de la investigación. Una pista que llega en forma de carta anónima, escrita con cultura recortadas de diarios y que va acompañada de una página de un folleto antiguo. Una historia, la de un homicidio como tantos otros que cayó en el olvido. En esa misiva, un mensaje claro: “¿Por qué no miráis el homicidio de 1968?“.

21 de agosto de 1968. Hace ya 14 abriles, pero los investigadores buscan en los archivos policiales y descubren que el caso tiene un sorprendente parecido con los asesinatos del Monstruo: todavía a la salida de Florencia y en un superficie solitario, una pareja fue asesinada a tiros en su coche. Aquellas víctimas eran Barbara Locci, una mujer casada, y su concubina, Antonio Lo Bianco. De hecho, la chica era conocida entre sus vecinos como ‘la abeja reina‘ por la cantidad de amantes de tenía.

Varios disparos. Primero por la ventana del conductor, la del hombre; a posteriori por la de Barbara. Los investigadores inmediatamente pensaron en un crimen pasional y detuvieron a Stefano Mele, el marido celoso de la mujer, que aseguró acontecer sido el maligno de la pareja. Aunque cambió su lectura al poco tiempo alegando que otra multitud le había obligado a confesar, fue manifiesto culpable y condenado a mazmorra.

Lo que más sorprende a los investigadores de este caso de 1968 es que a Barbara y Antonio les dispararon todavía con un armas del calibre 22. Los expertos forenses examinan entonces los casquillos de bala. Para ello utilizan un microscopio comparativo y analizan las características particulares que el percutor del armas ha dejado en los casquillos. Las huellas microscópicas que imprime en la bala al dispararse son únicas para cada armas. Los resultados son reveladores: todas las balas fueron disparadas con la misma pistola.

Todos estos asesinatos, separados por 14 abriles, han sido cometidos con la misma armas, por lo que el punto en popular tiene, por fuerza, que ser la pistola homicida, una beretta del calibre 22. Y eso quiere opinar que cualquiera del entorno de la Barbara Locci, cualquiera de su círculo, tenía esa pistola.

La pista sarda

Las autoridades empiezan a tirar de ese hilo, lo cual les conduce a otro concubina de Barbara: Francesco Vinci. Conocido matón de la zona, tenía éxito de violento, de querer parecer ser un hombre muy puerco a quien le gustaba hacer alarde de su virilidad en presencia de las mujeres. Proviene de Cerdeña, de ahí que a esta bisectriz de investigación se la conozca como ‘la pista sarda’.

Los agentes piensan que, esta vez sí, han entregado con ‘El Monstruo’. Y nuevas pruebas vienen a aumentar sus ya de por sí sólidas sospechas: días a posteriori de la homicidio de Paolo Mainardi y Antonella Migliorini se encontró un coche dejado en el bosque y su dueño resulta ser Franceso Vinci.

‘El Monstruo’ comete un error

Pero la historia parece repetirse una y otra vez y, mientras los Carabinieri tienen a su principal sospechoso bajo custodia, se comete un doble homicidio más. El propio Spezi llegará a opinar que, esa indeterminación, cuando llegó a la terreno del crimen, vio a los policías y magistrados positivamente conmocionados, ya que estaban totalmente convencidos de que ‘El Monstruo’ estaba en la mazmorra, de que Francesco Vinci era el Monstruo.

Era el 9 de septiembre de 1983. Horst Meyer y Uwe Rush, dos turistas alemanes, recorren Europa en una furgoneta Volkswagen zarco claro tan característica de la época hippie. Han llegado a la Toscana, a una Florencia que ya había empezado a perder el miedo a un Monstruo que llevaba más de un año sin proceder. Esos precintos policiales en zonas peligrosas han sido arrancados y muchos de los carteles de advertencia con el ojo han caído al suelo sin que nadie los devuelva a su sitio. En uno de esos campos precintados es donde acampa la pareja.

Es finales del verano del ’83 y la sintonía de Blade Runner suena en todas partes. Al parecer, Horst y Uwe se habían dormido en la furgoneta con esta música de Vangelis puesta en rizo gracias a un sistema que ellos mismos habían ideado para que la cinta volviera a reproducirse. Y en medio de esa estampa, una sombra aparece en la ventanilla superior de la furgoneta.

‘El Monstruo’ les dispara unas vigésimo veces, tras lo cual golpea la puerta del transporte y entra. Pero no todo transcurre según lo previsto. Al ir a dar la revés a los cadáveres, descubre que lo que él pensaba que era una fresco, es en sinceridad un hombre, un estudiante germánico. Su pelo amplio, rizado y rubio le han despistado. Quién sabe si desengañado o satisfecho de ira, ‘El Monstruo’ abandona el superficie sin profanar ningún occiso.

La prensa publica entonces que el maligno en serie florentino ha empezado a matar al azar, pero la hipótesis policial es más racional: opinan que la motivación principal para cometer el homicidio no es la homicidio de la víctima, sino la mutilación posterior. De ahí que, al ver que uno y otro eran hombres, ‘El Monstruo’ no ha sentido el más imperceptible interés por completar su ritual.

‘El monstruo’ se vuelve más salvaje

La investigación de la ‘escuadra antimonstruo’ sigue sin curso sin demasiadas novedades y llega el verano de 1984. Otra vez en esos meses estivales, otra vez un doble homicidio. En la tarde del 29 de julio, Pia Rontini, de 19 abriles, y Claudio Stefanacci, de 21, son asesinados en un superficie llamado ‘La Bosquetta’. Estaban prometidos.

Al ver que no vuelven a casa pasada la medianoche, sus amigos van a buscarlos, sabían dónde solían ir a esas horas. Efectivamente, allí están, muertos. Ellos todavía han muerto a causa de los disparos de una beretta del 22, pero esta vez la mutilación ha sido aun más salvaje.

El fresco está tirado de espaldas en el coche con varios orificios de bala y ella ha sido arrastrada a unos treinta metros del transporte. El rito es siempre el mismo: el maligno quita la zona púbica femenina. Pero ‘El Monstruo’ innova, puede que por la chasco de que en sus dos últimos actos no haya podido vestir el trofeo deseado. Apuñala a Pia, le extirpa la vagina con el cuchillo y poco poco nuevo que no se había gastado hasta la data: mutila los pechos de la fresco.

La homicidio del marqués Roberto Corsini

Por esos días ocurre poco que pasa de puntillas, casi desapercibido entre los titulares del nuevo ataque del Monstruo. La extraña homicidio de un príncipe florentino, el marqués Roberto Corsini. La multitud que conoce a este miembro de la decadente indulgencia lo describe como un personaje atípico, un hombre taciturno que prefiere la soledad y que solo indagación la compañía de su círculo más cercano.

Corsini, que viene de una importante tribu de Florencia venida a menos con el paso del tiempo pero que todavía conserva terrenos, desaparece el 19 de agosto en una de sus fincas mientras está con unos amigos. Estos van a buscarlo y, por el camino, encuentran pruebas: un árbol con matanza, unos prismáticos… Y más delante, el cuerpo boca debajo del marqués. Al darle la revés al occiso, ven que tiene la cara destrozada por un disparo.

El carácter reservado y hosco de Corsini le había yeguada sospechas de ser ‘El Monstruo’. Incluso corría el rumor de que en su palacio podía tener escondido restos mutilados de las mujeres a las que mataba.

La opinión pública piensa que por fin se ha desvelado la identidad del Monstruo, pero un año a posteriori el maligno vuelve a proceder. Este no podía ser Roberto Corsini.

Envía una carta con un trozo del pecho de la víctima

Tras el crimen de julio de 1984, el miedo vuelve a sobrevolar Florencia y en todas las tiendas y bares hay carteles que instan a los jóvenes a evitar las zonas aisladas, a no ir solos en automóvil a estos peligrosos lugares de las arrabal. Pero no todos entienden el peligro que acecha.

En septiembre de 1985, concretamente el día 8, los turistas franceses Nadine Mauriot y Jean Michel Kravechvilj están de recreo en la Toscana. Acampan en un bosque de Scopeti. ‘El Monstruo’ introduce cuchillo uno de los laterales de la tienda y va cortando la tela. Dispara a la pareja y ella muere al instante, pero él se las arregla para salir y escapar. Sin bloqueo, presa del pánico, corre en el sentido erróneo. Si lo hubiera hecho en la otra dirección, habría llegado a la carretera principal, pero se adentra en el bosque, en dirección a una zona tapiada y sin salida. ‘El monstruo’ le da caza: le apuñala en el estómago y le corta el cuello.

Una persona que buscaba setas, guiada por el robusto olor, encuentra los cadáveres de la fresco pareja. El crónica posterior del forense señala que la tienda ha generado un microclima, que los cuerpos están en un renovador estado de descomposición. La fresco francesa tiene la cara negra y llena de gusanos.

Poco a posteriori, ‘El Monstruo’ envía una carta a Silvia Della Monica, fiscal del Estado. Nuevamente, está escrita con cortaduras de periódicos, y en su interior hay un trozo del pecho que le había cortado a la víctima, Nadine.

Ya van catorce víctimas confirmadas, dieciséis si se tienen en cuenta los asesinatos del ’68, y los florentinos empiezan a perder la paciencia, entre asustados y frustrados, con una investigación que no ha conseguido dar con el maligno. La opinión pública está muy agitada e incluso la Policía pide ayuda a través de los medios por si cualquiera tiene cualquier tipo de información. ‘El Monstruo de Florencia’ se había convertido en una mancha de matanza negra para Italia que nunca antiguamente se había gastado en la historia criminológica del país.

¿Se descubre la identidad del Monstruo?

El inspector Ruggero Perugini se pone entonces al mando de la investigación. Admirador del FBI, enfoca la búsqueda desde una nueva perspectiva. Se inicia entonces un enorme software de indagación entre los delincuentes locales utilizando para ello los nuevos ordenadores de la Polizia y las bases de datos de la soberanía policial.

Los agentes analizan a aquellas personas con referencias penales que estaban en arbitrio para proceder en los días en los que se cometieron los crímenes. Cotejan las fechas y localizaciones de los asesinatos con los movimientos de los delincuentes que identifican y un nombre surge una y otra vez: fue condenado por homicidio y reside precisamente en el centro de la zona donde ‘El Monstruo’ mata. Se prostitución de Pietro Pacciani, está casado, es padre de tres hijos y es peón.

En los abriles 50, cuando Pacciani estaba prometido con una chica del pueblo, la encontró en un coche con un turista. Los celos le llevaron a matar a aquel hombre: como él mismo dijo en el proceso de 1951, ver a su novia desnuda con otro hombre fue lo que le había hecho asesinar.

Perugini decide inquirir al sospechoso y el detective pronto se da cuenta de que se encuentra en presencia de un hombre astuto e inteligente, con una gran capacidad de manipulación. Tiene más de 60 abriles y problemas de lozanía, pero los investigadores tienen la convincente impresión de que el peón puede encajar perfectamente con el perfil del Monstruo. Ahora perfectamente, necesitan pruebas para demostrarlo, por lo que la Policía se embarca en una serie de minuciosos registros en casa del sospechoso que se alargaron durante merienda días con sus noches.

La perseverancia policial acaba dando sus frutos en forma de un cuaderno de dibujo que podría conectar a Pacciani con uno de los asesinatos, el de los dos turistas alemanes. Ese bloc no se puede conseguir en Italia y la Policía descubre que proviene de una tienda de la ciudad alemana de Osnabrück, la misma en la que los dos jóvenes alemanes compraban sus cuadernos. Pero todavía hace descuido conectar a Pacciani con el armas del crimen: creen que la pistola del calibre 22 usada en los asesinatos debió perderse o fue robada tras el homicidio de Barbara Locci en 1968 y que, de alguna forma, fue a detener a las manos de Pacciani.

Todo parece encajar al encontrar una bala en el huerto del sospechoso. La Policía forense la analiza inmediatamente y la compara con el resto de balas y casquillos que tiene del resto del asesinatos. El resultado: hay correspondencia y encajan perfectamente. Ese cartucho era de la misma pistola usada en los homicidios dobles del ‘Monstruo de Florencia’.

El proceso empieza en abril de 1994 y él mantiene en todo momento su inocencia. “Yo dejo todo a vuestras conciencias. Ya he manifiesto todo, con cartas y con todo. Siempre he trabajado en aldeas, sin alejarme, y soy inocente, lo juro por Todopoderoso. La verdad saldrá y yo rezo indeterminación y día. Un agricultor como yo no tiene tiempo para nadie. He dicho toda la verdad”, confiesa. El 1 de noviembre se dicta sentencia: “En nombre del pueblo italiano, este tribunal del pueblo de Florencia, sección primera, declara a Pietro Pacciani culpable de todos los casos de los que se le acusa y lo condena a sujeción perpetua”, lee el árbitro. Pacciani es llevado a la mazmorra de Sollicciano.

No todo encaja

Pietro Pacciani, manifiesto como la identidad detrás del ‘Monstruo de Florencia’, está entre rejas pronunciado de siete homicidios dobles. Pero las autoridades pronto empiezan a cuestionarse si han cogido a la persona correcta. Una controversia que aumenta a raíz de las pruebas halladas en la terreno del extremo crimen, el de los dos jóvenes franceses, que crean serias dudas en torno a la codena del peón.

La tienda de campaña en la que fue encontrada la pareja y el microclima que se generó allí interiormente hace difícil determinar la hora exacta de la homicidio. La Policía afirma que la pareja fue asesinada el domingo por la indeterminación, pero sus estómagos todavía contenían restos de la comida que ingirieron el sábado. Esto lleva a algunos forenses a afirmar que habían muerto el sábado por la indeterminación. Un problema para las autoridades, ya que Pacciani tenía una buena coartada: ese día estuvo en unas fiestas de pueblo donde mucha multitud lo vio.

Asimismo, todavía surgen dudas sobre cómo pudo Pacciani, un hombre de más de 60 abriles, con un corazón débil (le habían hecho varias operaciones de ‘bypass’) y que tenía sobrepeso, perseguir a Jean Michel, un pequeño fresco que estaba en forma y que solía practicar atletismo.

Con tantos utensilios cuestionados, Pacciani presenta una apelación y la anhelo: es puesto en arbitrio. Pero la Policía está convencida de su culpabilidad y no se da por vencida. Vuelven a la casa del peón para transigir a extremo otro registro y encuentran la foto de una mujer cuyo pecho izquierdo había sido subrayado con rotulador y cuya vagina había sido marcada.

‘Compañeros de merienda’

Entonces la investigación da un libranza inesperado y los agentes encuentran pruebas de que Pacciani no actuaba solo. En San Casciano In Val di Pesa, dos de sus amigos, Mario Vanni, un cartero ya retirado, y Giancarlo Lotti, un indigente del pueblo, confiesan acontecer ayudado a Paccini a cometer los asesinatos. Sus declaraciones son consistentes y encajan con lo antagónico en las escenas de los crímenes.

Vanni, apodado ‘torsolo’ (el corazón de la manzana, esa parte sin valencia que se tira), asegura durante el proceso que es ‘compañero de merienda‘ de Pacciani. ‘Compañero de merienda’… Una expresión que en Italia viene a significar ‘compañero de pillerías’.

Por su parte, Lotti afirma que ha matado a varias personas durante abriles. Unos asesinatos que cometió siguiendo los dictados de la secta de la Rosa Roja, una orden que tiene sus orígenes en las raíces de Florencia. Y esas pirámides negras que la Policía ha antagónico en algunas de las escenas parece formar parte de esta nueva teoría. Lotti no revela los nombres de aquellos que les han encargado los crímenes, pero sí que deja un antecedente aterrador: esas vaginas seccionadas de las víctimas son las hostias de las contramisas satánicas que tienen superficie en el subsuelo de algunas villas de la región.

Entreambos son declarados culpables de cuatro de los asesinatos dobles: Vanni, a sujeción perpetua; Lotti, a una pena estrecha de 26 abriles de prisión por acontecer colaborado con la Policía.

Los investigadores están decididos a devolver a Paccini a prisión y la condena a sus dos amigos significa que pueden retornar a juzgarle. Están seguro de que, esta vez, podrán demostrar de forma concluyente que era el líder de un clase de asesinos a sueldo. Pero días antiguamente del proceso, lo encuentran muerto en su casa. Tenía problemas de corazón.

Para algunos, la homicidio de Pietro Pacciani deja el caso sin resolver e infinidad de preguntas sin respuesta. Lo cierto es que, desde que la investigación condujo a Pacciani, no hubo más víctimas: ‘El Monstruo’ no volvió a atacar.

El caso sigue hendido

La índice de sospechosos acusados de ser ‘El Monstruo de Florencia’ está repleta de nombres. Se deje, por ejemplo, del ‘Doctor’ Carlo Sant’Angelo, un copiado médico forense que deambulaba por los cementerios de indeterminación. O del farmacéutico Franceso Calamandrei, que en 2007 es pronunciado de formar parte de un círculo satánico que encargaba al monstruo asesinar para obtener partes de cadáveres para sus rituales. Incluso el propio periodista Mario Spezi es encarcelado durante unos días pronunciado de ser ‘El Monstruo de Florencia’.

Pero cada nuevo sospechoso que aparece es absuelto. Muchos nombres, algunos convincentes, otros que parecen dichos al azar. La única certeza de esta dantesca historia es la de la alargada sombra de un Monstruo que tiñó de matanza los campos florentinos y que aún hoy, cuarenta abriles a posteriori, sigue sobrevolando la Toscana.

Síguenos en nuestro canal de WhatsApp y no te pierdas la última hora y toda la presente de antena3noticias.com

Fotografía de proyectiles de artillería israelíes

Leave a Comment

Your email address will not be published. Required fields are marked *