Si los platillos volantes vienen de otros planetas, Benidorm igualmente podría decirse que abrió las puertas a nuevos mundos en los primaveras 60 con discotecas cómo no se habían conocido, como la icónica Cap 3000, con forma de esa avión espacial. Hubo otras muchas, y estrellas del firmamento… musical, como un Julio Iglesias que dio el brinco a la triunfo en aquel festival de la canción pionero, u otras que ya brillaban, como Aretha Franklin, Albano o Little Richards.
Estas curiosidades y otras muchas están recopiladas con profusión de detalles, nombres propios y fechas, encima de fotos de gran valencia testimonial manifiesto en el tomo de Pedro Delgado titulado ‘Playa, sol y platillos volantes. Una itinerario pop de Benidorm y la Escuadra Baixa (1958-1978)’.
En aquella incipiente industria del turismo se le echaba mucha imaginación al marketing, sin las poderosas e instantáneas armas que ofrece internet y, por ejemplo, unas jóvenes que derrochaban simpatía y belleza repartían flores de vivos colores a los visitantes en las zonas de playa para avisar de la proposición de ocio noctívago y los espectáculos en aquellas salas. En ocasiones, ni siquiera se anunciaban las actuaciones y shows en carteles, sino que se fiaba todo a ir de boca en boca.
Aretha Franklin, en 1970 a su presentación a El Altet (aeropuerto de Alilcante-Elche)
«La ciudad en la que parecía que a nadie le importaba echarse», es un consigna que resume aquel esfera entre calavera e iniciático en plena dictadura, , un contexto en el que la idea que propulsó al destino turístico y lo puso en el planisferio con una proyección internacional fue, sin duda, el Festival de la Canción. Arrancó impulsado por la radiodifusión y acabó como evento televisivo de remisión, si perfectamente los últimos primaveras en franca decadencia, tal como relata el autor, sin pelos en la sinhueso en estas páginas, cuando ejerce como crítico musical, principalmente, para evaluar cada publicación del certamen y sus participantes.
Asimismo rememora este conocedor en profundidad de aquel ecosistema benidormense cómo se recurrían a tópicos como el tablao flamenco, aunque no tuviera ninguna relación con las tradiciones locales.
Un novato Julio Iglesias en el trenet conducido por el «explotador’, en 1968
Entre el rico material manifiesto en este tomo, de Vicente J. Sanjuán Ediciones, hay una selección de fotografías de aquella época, con un mozalbete Julio Iglesias a borde de un tren turístico rodeado de visitantes, o varias de la discoteca Cap 3000, guarismo que podía mentar según «epígrafe urbana» a su capacidad, aunque cabía más manifiesto. En existencia, parece que se copió de un macrocentro comercial de Niza (Francia), país del que era originario su impulsor, Jean-Louis Brillaud. Como detalle del afán por predominar, en sentido textual, este platillo volante titán se pintó con un producto peculiar empleado en la automovilismo.
Portada del tomo de Pedro Delgado
No fue aquel nombre representativo el único plagio, puesto que otra sala de remisión, Penélope, importó aquel logo auténtica bandera de Benidorm, con un rostro afeminado enmarcado en una pelambrera sensual, de la sujeción internacional Tiffanny’s. En otras ocasiones, el teatralidad buscado para atraer al manifiesto llevó a la difusión de bulos sonados, como el anuncio de un concierto nulo menos que de Led Zeppelin, en aquellos primaveras una cuadrilla que pocos podían contratar por su elevado gusto.
En definitiva, nadie se aburría en aquel ayer pueblecito de pescadores transformado en paraíso del ocio de la tinieblas, donde captaban la atención personajes pintorescos, hasta un explotador, el turista germano Waldemar Wohlfhart, un «apuesto gigoló teutónico» de 1,90 metros de importancia y luceros azules que se pasó un mes encarcelado como sospechoso marcado de un crimen, hasta que se probó su inocencia.