La altura de los tiempos


Los jíbaros formaban parte de un pueblo amerindio que había desarrollado una técnica para acortar las cabezas. En nuestro país hoy se puede balbucir de una jibarización de la política, perpetrada por unos individuos que no tienen otro mérito que el tener formado parte de una inventario y que se empeñan en empequeñecer y abatir cada vez más la dignidad de una actividad tan estimable como la política. Se nos turba y encoge el talante cuando contemplamos espectáculos tan bochornosos como el que han legado estos días nuestros representantes políticos en el Parlamento. Vergüenza es la palabra. El nivel que muestran esos señores y esas señoras desde sus escaños nunca había caído tan bajo. Se podría escribir con ellos un manual de estilo de la zafiedad y la chabacanería. Su repertorio de insultos y los socorridos «tú todavía» o «tú más», nos sonrojan, al mismo tiempo que insultan a nuestra inteligencia. Ahora la moda consiste en dirimir sus diferencias políticas en los tribunales y querellarse todos contra todos. Los ciudadanos sentimos la vergüenza que no tienen sus señorías, que han convertido la más importante institución española en un mentidero. El otro día determinado, un burlón supongo, comparaba a Sánchez con Azaña, que es como comparar a Isabel Díaz Ayuso con Clara Campoamor o Conquista Kent.

Algunos de los actuales políticos se jactan de su ignorancia, incluso de no tener sabio un volumen en su vida. Observen que muchos de los señores diputados no son falta más que eso, un dedo, un dedo para agobiar un pitón en las votaciones, y aun así se equivocan. Los hay que, por no observar, no leen ni siquiera la reforma de ley que beneficia a los presos de ETA y perjudica a los intereses de su partido, con el consiguiente ridículo de éste y el mayúsculo enfado de Alberto Núñez Feijóo, quien, con antiparras o sin antiparras, tiene dificultades para ver con claridad. El Apuesto y Amado Líder del partido que gobierna ha hecho picadillo al escaso Montesquieu, ya suficiente maltrecho, convirtiendo el cinismo en obra de arte. La política y la corrupción siempre ha sido un casorio proporcionadamente avenido, aunque siquiera podemos caer en la emplazamiento chanchullo fisiatra: como siempre ha sido así, deducimos resignados que debe ser así. Hay políticos que desmienten lo que desde que existe la filosofía no se han cansado de repetir los filósofos: no hay que fiarse de las apariencias. Pues proporcionadamente, en algunos casos, como el antedicho ministro de Transportes, José Luis Ábalos, y número dos que fue del que sigue siendo número uno, aparenta exactamente lo que es (que el leyente elija aquí la palabra que convenga).

La Verdad, como en el afamado ilustración de Goya, ha muerto. La mentira se practica con impudicia. Las promesas, como lo programas electorales, ya no tienen ningún valía. Tan verdad es que Sánchez va a crear 50.000 viviendas en arriendo, como prometió, a «precios asequibles», como que los inmigrantes se comen las mascotas de los estadounidenses blancos que votan a Trump. El bulo es como esa trola de cocaína que no para de crecer y que nos va a engullir a todos. La desinformación y la manipulación mediática no parece importar mucho a una sociedad de masas narcotizada y analgesizada por las series de Netflix y las redes sociales. Imagínense ustedes si es difícil, en un paseo por una calle de Madrid, por ejemplo, encontrarse con un círculo cuadrado. Pues más difícil es encontrarse con una prensa independiente. Y ya que hablamos de Madrid, preguntemos a su señora presidenta qué está haciendo para atenuar la dificultad de golpe a la vivienda de los jóvenes de su Comunidad. A quién le importa, nos la imaginamos canturreando por las mañanas la canción de Alaska. A quién le importa que dicha Comunidad sea la que menos invierte en la enseñanza y en la sanidad públicas. Qué le importa a la señora presidenta, si su mayoría absoluta se nutre en buena parte de esa clase social más o menos acomodada (no todos rentistas, pues sorprendentemente todavía cosecha muchos votos en el cinturón industrial de Madrid) a la que lo único que le importa es que le bajen los impuestos, no de esa chica que se ve obligada a estar en un sótano (o en un trastero) o de esa otra estudiante a la que el casero le pregunta cuánto mide de prestigio antiguamente de alquilarle un ático. Por fortuna para la señora Ayuso, muchos de estos jóvenes «pasan» de la política y no votan. Aunque el pasado domingo un número considerable de ellos se echaron a la calle para clamar contra estos felones que consienten y promueven que un derecho fundamental como la vivienda se convierta en un negocio. Un soplo de flato fresco y un atisbo de esperanza. Ojalá regrese aquel espíritu del 15-M y se oiga de nuevo en las calles el chillido de «¡Hilván ya!» Quizás entonces no vuelva a pervertirse lo que nació como un movimiento asambleario para convertirse, mérito que puede atribuirse Pablo Iglesias, en un partido político al uso (es aseverar, en expresión de un buen amigo, en un dispositivo de corrupción).

Al parecer muchos estadounidenses, desengañados de esa sociedad paranoica en la que viven, se están viniendo a estar a Europa. Y eso que Europa ya no es lo que era: esa sociedad del bienestar que se creó posteriormente de la Segunda Pugna Mundial y que se manguita en la defensa de la dignidad y los derechos humanos de las personas, está siendo atacada por todos los frentes, y hoy la Unión Europea toma como maniquí de política migratoria la de la neofascista Meloni (brillante e imaginativa su idea, de deportar y confinar como si fueran criminales a esas personas que huyen de la exterminio y el escasez en países extracomunitarios).

En serio, ¿qué hemos hecho los ciudadanos para merecer a estos políticos? Oscuros y tenebrosos los tiempos que se avecinan. Lo peor es que el descrédito de los políticos tradicionales, que éstos se han hato a pulso, sólo puede rajar las puertas a populismos ultramontanos como el de Le Pen en Francia, Orbán en Hungría, Abascal en España o la propia Meloni en Italia.

Pero no perdamos la esperanza. Algún día se retirarán estos políticos y vendrán otros con decano prestigio de miras. Tal vez en un futuro no muy futuro Pedro Sánchez, retirado por fin de la política, acabe compartiendo con su esposa la cátedra de Ética en la universidad en la que se sacó el doctorado; e Isabel Díaz Ayuso, fatigada ya de esas luchas por el poder, ocupe una apero en la Vivo Corporación Española de la jerigonza castellana. Va pa’lante.

SOBRE EL AUTOR

Luis Peñalver Alhambra

Doctor en Filosofía por la Universidad Complutense de Madrid

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