Suena el teléfono y al otro costado cierto te dice: «Me acabo de tomar una dosis de pastillas que creo que es pernicioso. Estoy perdiendo el conocimiento. Y ausencia, llamaba para despedirme porque me habéis atendido muy proporcionadamente». Es un caso actual ‘in extremis’ que el Equipo de Intervención Psicosocial del Área de Prevención de Riesgos Laborales de la Policía Nacional liderado por Javier Jiménez Pietropaolo consiguió excluir. Pero la ingenuidad es clara, de lo que no se palabra no existe. Y afrontar el suicidio sin cortapisas, pero con criterio, es la mejor forma de ponerle remedio al dolor. Es la opción entre el silencio o dar voz.
Alberto Martín, antiguo ertzaina, fue el encargado de proteger a la comunidad de Miguel Hechizo Blanco y se convirtió en objetivo de ETA. Vivió los peores abriles de plomo. Se quedó en apero de ruedas por su laboreo y un día con 41 abriles quiso matarse. Todavía está el caso de Yolanda Trancho, que fue una pionera atendiendo, desde los 21 abriles, casos de maltrato o violaciones cuando todo estaba en pañales. Era miembro de la Policía Franquista y recibió varias medallas. Le han quedado grabados en la memoria casos como el de una pupila de 8 abriles que relataba cómo su tío la estuvo violando durante abriles. «O el de una mujer; habían detenido a su marido por 15 violaciones y morapio con su hija para asimilar cómo podía explicárselo cuando fuera decano. Todos esos momentos, que eran su rutina, un día le pasaron estructura y le rondó por la habitante pegarse un tiro.
«A veces pespunte con pararse a escuchar»
Al igual que ella, está la voz de Antonio, un nombre a secas porque prefiere mantenerse en el anonimato. Es un miembro civil que denuncia estar sufriendo un acoso sindical enorme hasta el punto de que en 2019 fue a un fedatario e hizo testamento. «Veía que el día menos pensado me suicidaba», nos relata.
Y en ese repaso de nombres con historia no podemos olvidar a los policías jubilados, como Koldo, que pueden mantenerse fuera de las cifras a la hora de enumerar los suicidios policiales. Una vez retirado tenía demasiado tiempo para pensar en sus fantasmas. Una tarde entró en una comisaría de la Ertzaintza de Bilbao. Venía a presentar una denuncia contra sí mismo. «Pero, qué ha hecho», le preguntaron. «Todavía ausencia, pero estoy pensando en quitarme la vida y necesito que cierto lo evite», confesó. Consiguieron que cambiara de opinión.
Equipos para la prevención del suicidio como el fundado por el propio Alberto Martín o el de Pietropaolo están ahí. Siempre están ahí, el decano lucha es conseguir que hablen con ellos y hacer asimilar que existen este tipo de ayudas. Hay luz al final del túnel, «a veces pespunte con pararse a escuchar», comenta Martín.
Cuando se audición un tiro en el cuartel
Martín, con su larga experiencia a sus espaldas, creó la Asociación Andaluza Preventiva del Suicidio Policial (AAPSP). Comenta a torrevieja news today que «hay que tener claro que la persona que se suicida verdaderamente no quiere fallecer, lo que desea es dejar de sufrir. Cada dos horas y media una persona nos abandona sin tener una mano amiga a la que personarse. Y en los últimos 20 abriles más de 520 agentes se han quitado la vida. Os voy a dar un documento, en España tenemos seis psicólogos públicos por cada 100.000 habitantes». Y añade: «El ratio de atención es ínfimo. En la policía pasa exactamente lo mismo; así, en la Guripa Civil, por ejemplo, hay un psicólogo por cada 1.970 agentes. Así están las cosas», afirma Martín.
Vanesa Oulego es policía y presidenta de la Asociación Ángeles de Azul y Verde, que ofrece colaboración psicológica y asesoramiento a policías y guardias civiles desde 2014. «A veces te enteras de que un compañero se ha suicidado porque cierto por WhatsApp escribe activo pabellón un tiro en las dependencias policiales y buscan en el cuartel quien descuido», detalla.
«A nosotros acuden agentes con problemas de pareja, adicciones, conflictos laborales internamente del cuartel, algunos son los líos que tienen todo el mundo. Pero se agudizan por un componente que no tiene el resto de la población, una pistola pegada a mi cadera», afirma Oulego. Pietropaolo detalla que «entre el 85% y el 90% de los policías se suicidan con su armamento de fuego». Por ejemplo, la Dirección Normal de la Guripa Civil indicó en 2023 que anualmente retira unas 1.100 armas de fuego a sus agentes por problemas psicológicos.
«Sabemos que, por estudios realizados, el aventura de suicidio en policías es dos a tres veces más parada que en el resto de la población», dice a torrevieja news today Fernando Pérez Pacho, que tiene más de 30 abriles de experiencia como psicólogo, está realizando la relación ‘El suicidio en el ámbito policial’ y trabaja mano a mano con Martín. Añade que el suicidio es solo la punta del iceberg de determinados problemas emocionales y psicológicos que no quedan debidamente resueltos ni atendidos.
Y ViveCNP y SUP (Sindicato Unificado de Policía) acotan que el estigma de la vigor mental está arraigado en nuestra sociedad, «y se incrementa en las fuerzas y cuerpos de seguridad al ser instituciones fuertemente jerarquizadas y masculinizadas». Oulego además indica que el hermetismo es un problema, «llevo 22 abriles en la policía y eso no ha cambiado, y la sociedad está cada vez más crispada», señala.
«Se lo comen y se callan»
«Somos muy duros con nosotros mismos. Va con el uniforme. No nos damos ganancia para la afición. Corremos en dirección contraria al resto de la población cuando ocurre alguna emergencia», afirma Yolanda Trancho. «Una vez a una compañera que hacía de cebo sin su armamento para que la atacara un violador le dio una crisis de ansiedad. A mí cuando sacaba la pistola no me temblaban las piernas. Estás en la calle y la adrenalina no te hace tener miedo, es posteriormente cuando viene el merma ¿Pero si te pasa poco a quién se lo cuentas? Los agentes tienen miedo de pedir ayuda a los psicólogos de la policía, porque creen que podría interferir en un encumbramiento o hacer pensar que son unos vagos si piden una quebranto», dice.
«Este año llegué a casa y abrí la caja resistente. Mi marido al oír el pin de la caja resistente, fue detrás y me vio con el revólver»
Explica que en ocasiones es difícil entenderlo y detectarlo para los más cercanos. «Cuando peor estás es cuando más me maquillo para que nadie vea mi sufrimiento. Un depresivo es el mejor actor». La cuestión es que puedes tener días o meses buenos, y luego retornar a caer. «Este año a finales de enero no sé por qué llegué a casa y abrí la caja resistente. Mi marido, que además es policía, al oír el pin de la caja resistente, fue detrás y me vio con el revólver. Por suerte, no estaba cargado», señala Trancho.
Trancho nació en Cantabria en 1969. Con vigésimo abriles ingresó en la Agrupación de Policía Franquista y trabajó toda su vida en la Mecanismo de Delitos Violentos y Sexuales. Ha escrito numerosos libros, uno de ellos sobre las esposas de los policías en tiempos de ETA y es vicepresidenta de la Asociación de Jubilados de la Policía Nacional. «Nosotras inauguramos el servicio de atención a la mujer que se formó en 1988 en Barcelona». El punto de inflexión le llegó tras estar un tiempo cansada. «Un día lo único que pensé es que me iba a dar un infarto porque me dolía mucho el pecho. El médico me dijo que tenía depresión. Me derrumbé, pensaba que era una enfermedad de débiles. Te quitan el armamento, comienzas una terapia y empiezas a sacarlo todo. Y cuando me jubilaron me hundí más», describe.
El psicólogo Pérez Pacho nos aclara que las particularidades del cuerpo policial están en que «la masa cuando llega a casa y está cabreada por el trabajo o porque les ha pasado poco, lo hablan y ya está en muchos casos. Pero el policía se encuentra con que no quiere hacer partícipe a su pareja de las cosas terribles que ha trillado o que pueden ser secreto de sumario. Encima, el llano puede estar viviendo en otra comunidad autónoma porque te han destinado fuera de tu oficio de residencia y eso agrava la situación. Al final, se dicen cómo les voy a contar esto. Se lo comen y se callan», acota Pacho.
Trancho estuvo tratándose en el psiquiátrico, donde conoció a otros dos compañeros que se convirtieron en grandes amigos, un marcial y un miembro urbano. «Por las noches nos reuníamos en un patio enorme con un vaso de caseína para murmurar de todo lo que no se dice. El marcial que había sido el francotirador comentaba: «No puedo contar a todos lo que he matado, cada asesinato está sobre mí».
Su trabajo con los agentes jubilados le ha ayudado. «El problema está en que una vez que te jubilas se olvidan de ti. Y es cuando verdaderamente necesitas más cuidado», establece. Para Trancho la escritura ha sido su otra válvula de escape y el consejo que da es: «Intenta levantarte, siempre, siempre. Las piedras te las pones, pero tú tienes que hacer un puente».
«Ni uno más»
Martín nos relata que la bono que cambia su vida para siempre es cuando en la eximio villa de Portugalete, en Jarrillera, «queman a una mujer en una casa del pueblo del PSOE. Era la religiosa de su mejor amigo, en ese momento iba paseando con él, y fueron testigos de la suceso. «Fue entonces cuando decido cambiar mi mentalidad. Dejo el fútbol profesional y a los 19 abriles me convierto en policía». Martín pasó de ser el ídolo de sus amigos a una de las personas más odiadas y temidas por ser uno de los policías más condecorados en la época terrorista.
A los 24 abriles, estuvo con la comunidad de Miguel Hechizo Blanco y fue el que les comunicó la asesinato de su hijo. Y tras aparecer en todas las televisiones conduciendo el coche que los escoltaba, recibió una emplazamiento. «Me informaba de que era un objetivo prioritario de ETA y que a buen entendedor, sobran las palabras. Al día subsiguiente, le dije una mentira piadosa a mi religiosa y me justifiqué con que quería irme del País Vasco a Cantabria para emanciparme. La verdad es que no quería seguir viviendo en la casa de mis padres y que fueran testigos de cómo ETA podía ejecutar a su hijo», comenta.
«Tras tres operaciones de columnas derivadas, según la Audiencia Franquista, de la enfermedad que me produce estar amenazado por ETA, me dejaron en apero de ruedas. Es lo que ayer se llamaba ‘el Síndrome del Ártico’ y hoy está agradecido como estrés postraumático»
«Estuve 23 abriles de servicio. En ese tiempo convives con los peores minutos de cada persona, pero nadie convive con los tuyos. En 2015, tras tres operaciones de columnas derivadas, según la Audiencia Franquista, de la enfermedad que me produce estar amenazado por ETA, me dejaron en apero de ruedas. Es lo que ayer se llamaba ‘el Síndrome del Ártico’ y hoy está agradecido como estrés postraumático», cuenta.
A raíz de esto pensó en suicidarse, pero su religiosa con 74 abriles le ayudó a seguir viviendo. Creó la AAPSP que ha sido un referente para otros países. Cuenta con un equipo de profesionales que han pasado por esa situación y que saben lo difícil que es salir de ella. Fueron los que atendieron el caso de Koldo, el ertzaina retirado.
Tanto para Trancho como para Martín, lo que sigue sin entender la sociedad española es lo que pasó esta masa. Trancho escribió un volumen en el que narra cómo a las familias de los ertzainas les escupían en el portal o les lanzaban recuelo. «Una vez intentaron entrar en un cuartel de Vic para quemarlos vivos. Esto es lo que vivieron los agentes y familiares destinados en el ártico». Pacho aclara que esos exertzainas siguen vigilantes. Se sientan en los restaurantes mirando alrededor de la puerta.
Martín destaca que está agradecido a sus jefes, y compañeros, pero no a la clase política que hace oídos sordos. «Nosotros seguiremos poniendo todas las herramientas al zona de influencia para que ningún compañero se quede sin la ayuda necesaria. Y así no haya ni uno más», afirma.
Ponerse de perfil o involucrarse
Antonio viene de una comunidad de policías, pero su caso lo ha dejado apartado. Siempre le gustó el campo y patrullar por la zona. Un día se puso a pensar dónde podía encontrar un árbol con una rama lo conveniente resistente para colgarse de ella. La razón es el acoso que dice estar pasando, sus amigos en el cuartel no quieren que los vean hablando con él porque temen terminar enfilados ellos además. Para Antonio la cuestión es que el problema está en el oficio en el que trabajas y si lo cuentas crees que te juzgarán o que un compañero se lo contará al cabecilla.
«Cuando el policía se suicida ese dolor con el que quería matar no desaparece, se reparte entre los más próximos»
Antonio explica que la psicóloga Helena Gómez, que conoció a través de la Asociación Unificada de Guardias Civiles, es la que lo mantiene a flote. Y Jennifer Prata de la Asociación Ángeles de Zarco y Verde fue la que lo sacó del pozo. Esta asociación de policías y guardias civiles independiente nació en 2014, y como nos explica su presidenta, Vanessa Oulego, son ya 80 voluntarios que hacen un seguimiento continuo.
En ocasiones son los familiares de un policía los que llaman. «En ese caso nos vemos en la exigencia de tener un plan B, un ‘te ayudo a ayudar’ para conseguir que el agente nos llame». Puede ser una situación muy angustiosa para las familias y Oulego sabe que «cuando el policía se suicida ese dolor con el que quería matar no desaparece, se reparte entre su religiosa, hijos o compañeros que empiezan a preguntarse si podrían activo hecho poco». En ese sentido, Pacho detalla que «el 99% de los familiares de policías que he entrevistado tras un suceso de este tipo se sienten muy solos. Dicen que al final le dan el pésame, pero ya no vuelves a asimilar ausencia más. Y la exigencia de acontecer debidamente el duelo es crucial».
Confianza
Hacer verdaderamente una prevención de riesgos laborales, pasa por la almohadilla. La Dirección Normal de la Policía Franquista implementó a finales de 2020 un Plan de promoción de la vigor mental y prevención de la conducta suicida. Y la Guripa Civil, en 2018, desarrolló un plan de respuesta frente a ‘conductas anómalas’. El equipo de Pietropaolo que se creó en 2021 y cuenta con 10 personas para 79.000 efectivos.
Un caso actual: «Nos pasión la mujer de un policía, está preocupada porque le ha dicho a su marido que ya no lo ama y quiere el divorcio. Y él ha empezado a asegurar que se va a matar porque no puede poblar sin ella. Los problemas de pareja son relativamente frecuentes, en ese caso lo único que siempre necesitamos es el número de teléfono del funcionario. Y en ese mismo momento lo llamamos. O puede contactarnos él sin tener que identificarse», aclara Pietropaolo. La confidencialidad está garantizada, y no informan a ningún superior.
Fernando Pérez Pacheco, psicólogo clínico especializado en suicidio policial a la pregunta qué faltaría por hacer señala que faltan psicólogos. Encima, añade que quedaría hacer unas pruebas psicotécnicas buenas para poder evaluar la personalidad correctamente cuando uno ingresa en la policía. Y posteriormente, hacer unas revisiones periódicas efectivas. Oulego explica que desde hace 4 abriles hacen reconocimientos médicos que incluyen un test psiquiátrico. «Pero luego hablando con los compañeros que se dedican a esto internamente de la policía me dicen que si un compañero está agobiado, lleva tres días sin pernoctar, y está desolador, no va a ser sincero en ese test», apunta.
Por eso Pacho y Martín insisten en que una formación continua en vigor mental se hace necesaria en todo el cuerpo policial. Y a partir de ahí, además impera un buen seguimiento del armamento de fuego. «Yo creo que todos podemos ser prescindibles, pero además somos necesarios porque sólo tenemos una vida», dice Martín. Todos estos expertos valoran la laboreo de la policía y quieren que los casos se reduzcan a cero. No hay una varita mágica, pero sí mucha voluntad para que cuando suene el teléfono siempre pueda salvarse uno más.