«Me estaba prostituyendo y casi no era consciente»


La dirección de su casa o su nombre real no aparecerán aquí. Ni detalles concretos de su juventud ni de su nacionalidad. La llamaremos Selena, y con saber su edad, 49 años, es suficiente. El lugar de la entrevista es una pequeña oficina dentro de un local de cristal traslúcido que pasa desapercibido en una calle estrecha de Madrid. Dos trabajadores municipales la acompañan en todo momento y revisan sus fotografías para que no haya forma de reconocerla una vez publicadas. Todos estos cuidados son para protegerla, que durante más de una hora, frente a una botella de agua y un paquete de clinex, no tiene reparos en contar cómo sobrevivió al infierno.

Aunque esta no es la historia de una catabasis, sino de lo que viene después, es necesario mencionar algunos capítulos de la vida de Selena. Nació en un país latinoamericano, en un hogar roto que tuvo que abandonar demasiado joven. También era madre demasiado joven. Tardó muchos años en decidirse a pasar al otro lado del Atlántico, a esa España que sus compatriotas alababan porque parecía posible construir un futuro. Aterrizó en la capital con todos los papeles en regla y habilitada para encontrar trabajo en una residencia de ancianos. Envió muchos currículums, pero no recibió ninguna llamada. Una amiga le recomendó un lugar y, de repente, estaba en un prostíbulo conociendo a una señora. “¿Crees que soy bueno para esto?” Selena preguntaría; ella tenía 36 años. «¡Tú, cálmate, aprenderás!»

Después de una década subsistiendo entre las telarañas de la trata y la prostitución en la ciudad, Selena trabaja a tiempo completo en una cadena de supermercados. Disfruta de sus ahorros y paga el alquiler. “Mi vida es completamente normal”, dice, con una amplia sonrisa, en el salón del Centro de Atención Integral a la Mujer Concepción Arenal. Junto a ella está la directora del centro, Silvia García, y la jefa de la Unidad de Atención a Otras Violencias del Ayuntamiento de Madrid, Manuela García-Casarrubios, que interviene: «Selena tiene su trabajo, tiene autonomía, pero Concepción Arenal, y si no (mira a Selena), me corriges con total libertad, sigue siendo su casa, es su referente, es su familia. Selena asiente. El tabú de su pasado sólo se desvanece en ese lugar con un cristal traslúcido: “En cualquier otro ámbito, es un tema completamente muerto”, afirma.

Selena duró dos años en su primer apartamento-prostíbulo, que estaba regentado por alguien a quien ella llama “manager”, la señora que repartía los “clientes” entre las chicas. «Había un hombre terrible, estuvo dos horas allí, y luego un día le dije que no quiero cuidar de él. «¿Qué quieres decir con que no quieres atenderlo? “Son dos horas, vas a ganar 70 euros”. Entonces sabías que si no lo cuidabas, te dejaría muriendo de hambre toda la semana. “Ella fue quien manipuló la situación de si se podía ganar dinero o no”, dice. Al final, la señora la echó y Selena acabó en uno de los agujeros negros de la droga y la prostitución de Madrid, el prostíbulo de Legazpi, durante tres años. Huyó tras una pelea en la que una mujer casi la apuñala y decidió quedarse en un departamento libre. Otros cinco años.

Desterrar la culpa

Selena sobrevivió en un mundo hostil, en el que ni siquiera las víctimas son aliadas y mucho menos las instituciones. “No es que quisiera encubrir el hecho de que ella estaba allí prostituyéndome, es que casi no eres consciente de que estás en esa situación”, explica. Ahora sí identifica las vejaciones, humillaciones y agresiones sexuales del pasado; Su entrevista apenas contiene una milésima parte de la brutalidad que experimentó en una década. Entonces sólo pudo ignorarlo y seguir adelante. “Son mujeres muy valientes, pero no podemos olvidar que, detrás de todo lo que cuenta, hay una falta de derechos y una situación de vulnerabilidad”, añade García-Casarrubios, “lo más jodido de todo esto es que, en el fondo, , crees que fuiste el culpable.

Ahí es donde se centra la obra de Concepción Arenal. Selena quería parar, buscar trabajo, formarse, pero no podía dejar de lado la única forma en la que podía ganar dinero. Hasta que se topó con un anuncio del centro municipal, a finales de 2020. A partir de ese momento, llegó el infierno: citas periódicas con trabajadores sociales y psicólogos, un primer puesto de tres meses como informante de Covid, un programa de formación en Mercamadrid, otro curso organizado por una fundación que promueve la inclusión laboral de colectivos vulnerables… Y, hace año y medio, la llamaron para el trabajo de sus sueños.

Selena es una de cientos. A lo largo de 2022, el centro de Concepción Arenal atendió a 482 víctimas de trata con fines de explotación sexual y otros abusos de derechos humanos en contextos de prostitución. Su unidad móvil atendió a 899 mujeres, 208 más que en 2021; Esa furgoneta recorre los puntos rojos, las calles y los prostíbulos y, poco a poco, se convierte en un punto de apoyo. Un café en invierno, un descanso a mitad del día, un profesional al que pedir consejo por un problema ginecológico. Hasta que el logo municipal deje de ser una amenaza. “Estamos ahí para que, cuando llegue su momento, den el salto y digan: ‘Sí, quiero iniciar un proceso de cambio'”, afirma García-Casarrubios.

Selena visita el centro de vez en cuando. Ahora disfruta de un ambiente saludable, con familiares, amigos y compañeros de trabajo. “Estoy súper feliz con mi trabajo y con mi vida, a pesar de esos pequeños fantasmas que todavía tengo”, admite. Ella e innumerables mujeres. Como el mito griego de Selene, la diosa capaz de viajar a través de la oscuridad y las sombras para luego regresar al mundo de la luz.

Leave a Comment

Your email address will not be published. Required fields are marked *