“Skinamarink” es una película absolutamente divisiva: o lo amas o lo odias. La trama es muy sencilla: dos niños se quedan solos en casa una noche. Sus padres parecen haber desaparecido, así como las puertas y ventanas del hogar, mientras una presencia indefinida llama insistentemente su atención. Ambientada en 1995, la película adopta el aspecto de una vieja cinta VHS muy granulada, en la que las formas y los contornos apenas son visibles. La película pretende emular las sensaciones que tiene un niño pequeño cuando es atacado por terrores nocturnos, convencido de que hay un monstruo debajo de su cama o de que el montón de ropa sucia que hay sobre la silla de su habitación es en realidad la silueta de un ser malvado. El 100 minutos de duración de “Skinamarink” se componen de tomas estáticas largas e ininterrumpidas filmadas desde la perspectiva de un niño, mirando pasillos alfombrados hacia puertas entreabiertas y la impenetrable oscuridad más allá.
“Creo que es difícil no identificarse tan profundamente con la historia porque Todos hemos sido niños pequeños en algún momento y todos hemos tenido miedo.”, dice Bola. El director confiesa haberse inspirado en la descripción que le hizo un amigo del videojuego “Silent Hill 2”: “Hay horas en el videojuego en las que no pasa nada. Simplemente estás caminando sin hacer nada. Y después de un tiempo todo se vuelve desconcertante y espeluznante. Entré a la película un poco con esa mentalidad”. El director aconseja a los espectadores que se enfrenten a “Skinamarink” diseñar el ambiente perfecto para el visionado: “Lo ideal es que la sala esté tranquila y a oscuras, ver la película de madrugada y con el sonido de los auriculares al máximo”.