Tenemos que hablar de Armengol


Parecía complicado empeorar su última intervención, la de la juramento de Leonor, pero vaya si lo consiguió. Contra todo pronóstico, Francina Armengol se ha superado a sí misma en la tolerancia de la XV Vigencia al pronunciar un discurso sectario, rudimentario y táctico en el que solo faltó, de fondo, la música de la clase de pilates. Y el olorcillo a ‘trujas’. Tenemos que charlar de Armengol. Yo tengo la sensación de que nadie le ha explicado que es la tercera autoridad del Estado y por eso se comporta como si estuviera en un acto de partido de modo constante. O peor aún: como si su papel institucional se limitara a descubrir en tirabuzón el manifiesto de una ‘manifa’ de izquierdas, con sus abajofirmantes, sus actores secundarios y sus rimas.

Cuatro momentos estelares en una intervención para olvidar. El primero al charlar de las Cortes de Arrojado como origen del parlamentarismo, para que el pueblo -es proponer, ella- no estuviera sometido al poder -el Rey, a su lado-. En ingenuidad, el parlamentarismo consiste en que el pueblo -nosotros- no nos sometamos al poder -ella, el PSOE, el Gobierno, Ferraz, ya todo es lo mismo-. Porque Francina ha puesto desde el primer día el Congreso a las órdenes de Sánchez. Como todos sus predecesores, puede ser. Pero nadie lo había hecho con tanta claridad, sin disimulo y sin intentar custodiar, al menos, la apariencia de neutralidad y de institucionalidad que requiere del cargo.

El segundo: su velado intento de explicar que el parlamentarismo está en peligro por error de la extrema derecha cuando, en ingenuidad, el único liga que está intentando destruir hoy con la separación de poderes y supeditando el Legal al Parlamentario y uno y otro al Ejecutor es el suyo, que es hoy la auténtica amenaza para el Estado de derecho en España.

Tercero: su intento de aducir de nuevo -esta vez sin citarlo expresamente- el concepto de soberanía popular al explicar que el pueblo ejerce su poder a través del Parlamento, como si el resto de poderes no fueran la expresión de la soberanía doméstico. A ver, vamos a repetir juntos, Armengol: «La soberanía doméstico reside en el pueblo castellano, del que emanan los poderes del Estado». Los tres. No solo uno. Los tres poderes emanan del pueblo, no solo uno. Y por ello no es el Parlamentario quien ostenta el poder ni está justificado el atropello sistemático al resto de poderes.

Y cuarto: su indisimulado intento de equiparar democracia con izquierda, reivindicando una serie de medidas ideológicas y polémicas como parecido de avance. Su papel es reivindicarlas todas, puesto que todas son hijas del Congreso que preside. Reivindicar unas -las más divisivas- es ponerse de una parte, es proponer, hacer exactamente lo que no debe. Remató con unos versos en catalán de Margarit, que es su forma de insistir en no referenciar nunca a nadie que haya creado en nuestro idioma popular. La centro del hemiciclo ni siquiera aplaudió tras un murmullo generalizado de indignación.

El discurso del Rey fue todo lo contrario: medido, sensato, prudente, reivindicando la responsabilidad, la convivencia y la Constitución. Apelando a la dispositivo de España, al entendimiento sin imposiciones y a la defensa de nuestra democracia como encomienda a las generaciones venideras, a las que debemos un futuro mejor. «La obligación de todas las instituciones es legar a los españoles más jóvenes una España sólida y unida, sin divisiones ni enfrentamientos», dijo. Y algunos no sabían donde meterse, claro. Y eso los que fueron, porque ERC, Junts y Bildu ni siquiera aparecieron. Podemos y PNV no aplaudieron. Esos son los socios de nuestro Gobierno. Y todos, presentes y ausentes, sometidos a las imposiciones de un señor en Waterloo. Admisiblemente: un día más en la oficina.

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