Fátima Balsa: “Sientes dolor, soledad, silencio y mucha rabia”



El 10 de noviembre de 1998 a Fátima Balsa le dieron la peor novedad posible: su hija de 14 primaveras, Cristina, había muerto. En la víspera del festivo de San Martiño, salió a dar una dorso en velocípedo con su amiga Diana, cuando todavía había poco de luz, y fue arrollada por un camión en la avenida Ribeira Sacra. Fátima perdió a una hija; su hijo Pablo, de cinco primaveras, “a una hermana que era la salsa de su vida”, y todo cambió de repente para toda la comunidad. “Te ves en una habitación oscura en la que se va apagando la vela y todo deja de tener sentido”, relata desde su experiencia. El  tiempo, un nuevo hijo y mucha terapia la ayudaron. “No lo superas, solo aprendes a conducirse de otra guisa para salir al mundo otra vez ”, apostilla. 

Desde entonces, trabaja desde Stop Accidentes para que las ciudades sean más amables para peatones y ciclistas y, sobre todo, concienciar que “un coche es un arsenal de matar que puede causar un daño tremendo a nosotros mismos y a los demás, no se puede banalizar”. Alzando su voz para sacar de las carreteras a los delincuentes viales y para suprimir la palabra “imprudencia” de los homicidios. 

Todavía ofrece su hombro a otras víctimas que transitan por el pena: “Cuando te ocurre poco así no se te olvida; sientes muchísimo dolor, aparece la soledad, el silencio, el vano  y, en mi caso, mucha furia por la impunidad que hubo con el conductor porque mi hija iba correctamente por el arcén”.

Fátima admite que en materia de seguridad viario se ha liberal mucho, pero no lo suficiente mientras siga habiendo muertos y heridos en el asfalto. “La inmensa mayoría de los accidentes son por bebida, drogas, velocidad o cansancio y son todas ellas causas que se pueden evitar”. E insiste en que “subirse a un coche es una responsabilidad tremenda y no hay excusas para descabalgar la guarda”.

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