el origen de muchos nombres no era valenciano ni catalán, sino lemosín


Uno de los exponentes de la imposición filología y la reserva del castellano en la Comunidad Valenciana -al igual que en Cataluña y Baleares- se aprecia en las denominaciones de municipios. Para el investigador y divulgador Jesús Laínz, ese revisionismo apelando a fundamentos históricos contesta más a «obsesiones identitarias» que a rigor verificado, y lo rebate con documentos.

En su capítulo interiormente del obra recientemente publicado ‘El robo de los nombres de nuestros pueblos. La sinrazón de la toponimia en España’, este coautor recuerda que en estas tres Comunidades Autónomas, antiguamente de que se llamara su habla «valenciano» o «catalán» (menos usual, «balear») las referencias documentadas indicaban «lemosín», cierto origen del idioma.

Y más allá de esta formalidad, que parece oportunamente olvidada a partir del siglo XVIII, más por convenciones acordadas para encajar en la táctica nacionalista que en aras de respetar la tradición a la que tanto se apela, la cuestión registro en la lista es que los nombres de ciudades y municipios en castellano se usaban tanto o más que en las otras lenguas hoy cooficiales.

«Tanto los libros como los mapas demuestran la utilización de topónimos de ambas procedencias lingüísticas», subraya Laínz, quien menciona casos como los de Ontiniente, Castellón, Alicante o Elche, en el ámbito de la Comunidad Valenciana, por otra parte de otros catalanes como Lérida y Gerona, que incluso aparecen así en textos antiguos escritos en catalán.

Para este escritor, autor todavía de ‘La habla retorcida’, entre otras obras, «los diversos topónimos de las regiones bilingües en España han convivido sin problema algunos, ni divulgado ni privado, desde hace casi un milenio, por lo que no se comprende proporcionadamente la aniquilación de la interpretación denominada castellana o española como si se tratase de la corrección de una imposición política en tiempos de Franco, Felipe V o los Reyes Católicos».

En cambio, según su investigación, las razones de esta mutación toponímica de erradicación de una de las dos denominaciones hay que buscarlas más recientemente, «desde la instauración del Estado de las Autonomías diseñado en la Constitución de 1978».

Los «cambios» y «eliminaciones» de nombres de división no se han consumado «para entregar su identificación; no se proxenetismo de una aprieto de los ciudadanos españoles y extranjeros para ganar comprender donde se encuentran, sino de los políticos que con ello refuerzas sus obsesiones identitarias».

Y concluye que «no hay ningún motivo histórico ni filológico para hacerlos desaparecer, solamente político, esta mutilación es un atentado contra la habla y la historia de España en universal».

Replica a una «hispanofobia», según Hablamos Castellano

Para Honor Laguna, presidenta de la asociación Hablamos Castellano, que edita este obra, y autora de otro de sus capítulos, «lo que subyace en esta actos hispanófoba es un intento de ocultación de que el gachupin todavía es una habla que históricamente ha tenido una presencia en estos lugares».

Pone el acento, asimismo, en que muchos de estos topónimos en castellano «no son exónimos, palabras que se hayan generado mediante traducción, adecuación grafológica o fonética ‘desde fuera’, sino que han sido creadas por los hablantes de gachupin, parte de los cuales vivían en estos lugares», y en algunos casos, incluso es más antiguo el topónimo en gachupin que en la otra habla. Uno de los casos más paradigmáticos está en Villajoyosa, sustituido por La Vila Joiosa que -con el artículo- no existió hasta 1978.

En cuanto a los orígenes y ese término proscrito de lemosín, se puede encontrar, por ejemplo, en documentos difundidos en 1700 sobre «La Fiesta de Elche» referidos al Misteri d’Elx, con la ulterior presentación: «Este traslado de la Fiesta de Nuestra Señora de la Assumpción de esta Villa de Elche, Reyno de Valencia; fue traducido de habla lemosina a la castellana por Claudiano Phelipe Perpiñán…» No obstante, esta evidencia se interpreta por otros investigadores como parte de un «discurso periférico» y se prefiere la denominación de catalán con carácter universal y universal.

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