Es un mal que se extiende a otros locales. Lo comprobamos en Simpar, el plan del chef Axel Smyth, con una hado Michelin. Ellos han sufrido esta misma semana dos cancelaciones que les dejó con la sala casi al 50% de la ocupación. “Me llamaron a las seis y media de la tarde para suprimir una mesa de siete personas, y a las nueve y media para suprimir otra de dos personas para las diez. Yo tengo un total de 20 mesas en el restaurante, echa cuentas”, explica.
Lo cierto es que esta mala destreza, cada vez más extendida, afecta en decano medida a los restaurantes más pequeños, que no pueden recuperar las plazas de quienes cancelan o simplemente ni aparecen. “Lo peor es que hay parentela que ni fogata para opinar que no va a venir y te quedas con una impotencia que termina frustrándote”, dice Brisa.
Alén Tarrío, propietario de Pampin Bar, incluso ha sufrido importantes pérdidas en los últimos meses. “En lo que llevamos de año he tenido, al menos, unas cien mesas que no aparecieron y, por supuesto, muchísimas más cancelaciones de última hora”. Por esto, ya solicita la polímero de crédito de sus clientes para reservas de más de cuatro personas, y hace uso de un sistema que envía un mensaje a quien ha reservado para que confirme o anule dos horas antaño de que llegue al almacén.
Cada vez son más los que se plantean tomar medidas en presencia de una destreza ya habitual entre muchos clientes. Pasada la época de Navidad, estos tres negocios replantearán sus sistemas de cobro para aminorar las pérdidas.