La resistencia de los oficios tradicionales en Ourense


Los oficios tradicionales son una clase empresarial en peligro de extinción. Los tiempos cambian, y con ellos, las formas de consumo. Los establecimientos conocidos como comercio local van muriendo poco a poco desde hace cinco años.

Según datos del Instituto Gallego de Estadística (IGE), la ciudad de Ourense pasó de tener 11.492 establecimientos en 2018; a 10.648 en 2021 (el año pasado contado). Un paseo por la zona sur del Casco Vello equivale a un “¿Dónde está Wally?”, por un recorrido de portones bajados para intentar encontrar comercios abiertos. Sin embargo, en Ourense aún existen y resisten oficios centenarios.

el ultimo sacapuntas

Benito Carballos en su taller de afilador.
Benito Carballos en su taller de afilador. MARTINO PINAL

Benito Carballos es el único sacapuntas que queda en la ciudad. Es propietario de la Cuchillería-Paraguas Benito, con dos establecimientos abiertos: uno, frente a la Catedral; el otro, el original, en el barrio de A Ponte, a pocos metros de Puente Romano. Es la tienda que abrió su padre, pero Benito es de pura raza: “mi abuelo y mi padre visitaban Tui y O Porriño; y mi abuelo materno también era del gremio”, explica.

Experimentó la evolución del comercio “del coche a la moto, de la moto al coche y del coche a la tienda”. Dice que el secreto para perdurar “es trabajar”, ​​sin más. “Modernizarse y adaptarse a los nuevos tiempos.” Ahora, además de cuchillos y paraguas, también copian llaves y mandos a distancia de portales. Se jubilará pronto, aunque afortunadamente Ourense tendrá afilador muchos años más porque tomará el relevo su hijo.

tocados de la década de 1910

Pablo Rodríguez posa en el mostrador de su tienda con la imagen de sus bisabuelos.  MARTINO PINAL
Pablo Rodríguez posa en el mostrador de su tienda con la imagen de sus bisabuelos. MARTINO PINAL

A dos pasos de la Plaza Mayor, en la Rúa das Tendas, hay un local de estilo “vintage”. Al entrar ves varias estanterías llenas de sombreros, boinas y viseras de todos los colores y estilos.

Pablo Rodríguez es bisnieto del propietario original, Fausto Rodríguez, quien aún da nombre al establecimiento. Sus antepasados, a quienes guarda con una fotografía debajo del mostrador, abrieron la tienda original en 1917, al lado. Hasta el año pasado la ubicación era la misma, pero la venta del edificio obligó a Pablo a mudarse.

La herencia de la cuarta generación tuvo un “repunte”, según explica, porque “Durante la crisis de 2010 no pude encontrar trabajo y tuve que ayudar a mi madre”. Se especializaban en sombreros de “la más alta calidad” y, aunque “hubo una recesión en la década de 1950 porque el gel para el cabello se puso de moda”, el negocio sigue funcionando bien porque “nunca pasan de moda”. Como anécdota, cita que su madre le vendía sombreros a “Juan Luis Guerra”.

El primer fotoperiodista.

La fotógrafa Belén Villar.  MARTINO PINAL
La fotógrafa Belén Villar. MARTINO PINAL

Los herederos de Leopoldo Villar, el primer fotoperiodista ourensano, son Belén y Miguel Villar. Su padre, Miguel Ángel Villar, era el único hijo y aprendiz del hombre que fotografió a personajes como Alfonso XIII o Franco, a su paso por la provincia. El Museo Etnográfico de Ribadavia custodia actualmente su archivo familiar. Leopoldo se adelantó a su tiempo, pero Belén y su hermano Miguel comenzaron “haciendo reportajes de bodas con carretes” y “haciendo fotos de mítines”, respectivamente.

Ambos vivieron en primera plana la transición del mundo analógico al digital. “Aprendí a revelar en el estudio, teníamos laboratorio y ampliadoras”, comenta Belén. Su hermano trabajó en televisión: “Filmamos la noticia con cámaras de 16 mm, con cinta adhesiva”. Explica que “la inmediatez de lo digital supuso un antes y un después para agilizar el trabajo; pero lo analógico es más sensual, siempre guarda ese misterio, como el vinilo”.

Desafortunadamente, este es el negocio centenario que corre mayor peligro. “La única opción es que lo lleven mis sobrinos”, afirma Miguel, aunque es consciente de que “todo en la vida es una etapa”. “Hemos avanzado, pero ahora los establecimientos van para otro lado, todo se hace online y los jóvenes se interesan por otras cosas”, concluye.

En el otro lado de la balanza, Olga Kozenkova es una rusa que vive en Ourense desde hace 30 años. ella abrió el Comercio de accesorios para matrioskas en 2017, en las proximidades de la Plaza Mayor. “Conocí a mi marido en San Petersburgo y, como siempre, vine por amor”. Su marido era “mitad catalán, mitad ourensano” así que vinieron a la ciudad para estar con sus padres y se quedaron. “Me vi sin trabajo y comencé con bolsos y complementos en esta tienda que me encanta”. Las paredes del local están revestidas de madera y su nombre indica “que dentro puedes encontrar muchas cosas y llevarte una sorpresa”.

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