Y es que a posteriori de 28 primaveras no hay nadie en Coles ni en los concellos limítrofes que no conozca esta cafetería que Santi, abrió, recuerda sin titubeos, el 15 de septiembre de 1995. Aquel año recogió el testimonio de sus suegros. Ellos se jubilaban y la tienda que tenían, que además era bar y incomunicado, iba a cerrar. Santi entonces decidió tomar las riendas y aclarar su propio negocio. “Me llena de orgullo sobrevenir empezado con un negocio pequeño, pero dejando un negocio extenso, formal y al que la multitud le vigilante mucho cariño”, reconoce Santi.
“Fue una atrevimiento muy difícil”
A posteriori de todos estos primaveras ha decidido que es el momento de sostener adiós. “Fue una atrevimiento muy difícil, egoísta, pero ahora me toca pensar en mí“, confiesa. Problemas de vitalidad, una pandemia y el día a día de un trabajo muy chinche le hicieron tomar la atrevimiento. “Hace unos meses estuve ingresado, por un problema de vitalidad, y ahí fue cuando dije ‘Ahora tengo que pensar en mí”.
Siquiera fue dócil suceder por una pandemia que se ensañó especialmente con la hostelería. “Fueron primaveras de mucho estrés, con toda la legislatura que debíamos cumplir a rajatabla”. Pero lo más duro, sin duda, fue la pérdida personal que sufrió: “Mi padre falleció en plena pandemia y no pude despedirme, eso me afectó”
Un cúmulo de circunstancias le hicieron ver que era el momento de pensar en uno mismo. “Llevo tres primaveras sin ir a la playa, no sé si el agua sigue siendo salada o si es dulce”, bromea. “He trabajado desde los 16 primaveras y ahora me apetece disfrutar de la vida“.
Desde aquel día de 1995, Santi empieza su etapa sindical a las cinco de la mañana, hora de comenzar a preparar la famosa repostería de Casa Conde, y no descansaba hasta las diez de la tinieblas, cuando echaban el clausura. “He trabajado muy duro. Ni el cuerpo, ni la comienzo, están ya para tanto trote”, reconoce.
“Me bajo con los clientes”
Haciendo ropaje de su optimismo, Santi asegura que de todo lo vivido, en su conmemoración perdurarán los gratos momentos disfrutados. “Me bajo con lo bueno, todos los clientes, amigos que hice aquí y el cariño que recibí. Lo malo lo aparto, solo sirve para ilustrarse”, reflexiona.
Ahora que se retira, solo lamenta una cosa. “Me hubiese gustado que alguno cogiese el negocio, pero la hostelería es muy dura, no interesa”. Pero una vez la atrevimiento está tomada, Santi solo piensa en lo que hará con todo el tiempo emancipado que deseo. “Lo voy a ofrendar a mí, a hacer cosas que me gustan: desplazarse y estar con los amigos”.
El día de Fin de Año Casa Conde abrirá sus puertas por última vez y para el prendedor final Santi invitará a los clientes “a un café o una cañita, lo que quieran. Ahora toca pincharse las neveras”.