El reloj de las uvas, un símbolo para toda España, en un catálogo virtual del Archivo Regional madrileño


Un cronómetro que nació de la devolución de un dadivoso expatriado en Londres, una tradición de poco más de cien abriles que nos parece eterna. Y una torre y un carrillón que son ya protagonistas en películas, obras y canciones. Todas estas y otras más son las razones que han convertido la Puerta del Sol en un oportunidad único, y su cronómetro en el oportunidad más reconocible de Madrid para todos los españoles. Ahora, un catálogo supuesto con fondos documentales y fotográficos del Archivo de la Comunidad de Madrid ponen su historia y sus anécdotas al capacidad de los curiosos. Y hay mucho que curiosear, como recuerda el maestro de Civilización, Mariano de Paco.

Por un costado está José Rodríguez Losada, el aprovechado de vida novelesca que se cruzó con José Zorrilla y terminó haciéndose un nombre y una auge internacional por su astucia con los relojes. Pero su vida, cero dócil, comenzó mucho antiguamente que eso, en un oportunidad y unas circunstancias muy alejadas del glamur de la inscripción relojería internacional.

Concretamente, en una malísima incertidumbre de 1814, que pasó al relente de Iruela, en la provincia de Valeroso, cuando con casi nada 17 abriles era pastor de terneros. Una se escapó, y el dueño le conminó a que no volviera a casa sin ella. La inocencia de la mocedad le llevó a buscarla hasta que encontró sus restos, comidos por los lobos. Asustado por las repercusiones, se pasó la incertidumbre al raso vagando por el monte, hasta que ya al tachar el día, le encontró en un estado lamentable, sofocado y desorientado, un arriero que le llevó a Extremadura.

Abriles posteriormente, cuando ya se había caracterizado por sus ideas liberales, José Rodríguez Losada tuvo que enfrentarse a un superintendente madrileño muy cumplidor, padre del escritor José Zorrilla, con auge de extremadamente duro. Una incertidumbre, unos enmascarados asaltaron al superintendente y uno de ellos le tendió sobre una mesa un salvoconducto para que lo firmara: era el que le sirvió a Rodríguez Losada para salir del país en paz y conseguir a Londres.

Allí trabajó como mozo de desinfección en una relojería, y resultó tan hábil que su director le hizo pronto oficial, y durante su enfermedad se encargó de dirigir el negocio, con el que se quedó finalmente. Allí comenzó el prestigio internacional del Losada relojero. Y allí igualmente conoció, sobre 1855, a José Zorrilla, que le define como un hombre «stop, enjuto, cejijunto y inesperado en modales» que un día entró en su casa ofreciéndole ayuda económica porque era admirador de su obra. Acordaron finalmente que el relojero se quedara con un cronómetro del poeta y se lo pagara, con la condición de devolvérselo a cambio de la misma cantidad.

Imagen principal - Arriba, estampa navideña en Sol en los años 60. Abajo, izq., castañeras vendiendo sus productos la última noche del año. Dcha, la bola en el año 1957
Imagen secundaria 1 - Arriba, estampa navideña en Sol en los años 60. Abajo, izq., castañeras vendiendo sus productos la última noche del año. Dcha, la bola en el año 1957
Imagen secundaria 2 - Arriba, estampa navideña en Sol en los años 60. Abajo, izq., castañeras vendiendo sus productos la última noche del año. Dcha, la bola en el año 1957
Un cronómetro para la historia
Hacia lo alto, estampa navideña en Sol en los abriles 60. Debajo, izq., castañeras vendiendo sus productos la última incertidumbre del año. Dcha, la camelo en el año 1957
FONDOS MARTÍN SANTOS YUBERO

Losada se convirtió entonces en proveedor de cronómetros para la Flota española, con tal éxito que hasta fue condecorado por la reina Isabel la Católica, que le nombra relojero de Cámara de la Auténtico Comunidad. Su primer cronómetro se instala entonces en la plaza del Arenal de Jerez de la Frontera. Y Losada comienza a darle vueltas a la idea de retornar a la nación y devolverle los honores a España. ¿Cómo? Regalándole un cronómetro único.

Por las mismas fechas, comenzó la reforma de la Puerta del Sol, entre otras cosas para establecer urinarios porque la parentela hacía nalgas para orinar en el contorno de la iglesia del Buen Suceso, donde estuvieron depositadas las víctimas de los fusilamientos del Dos de Mayo. Losada vuelve, 30 abriles posteriormente de suceder huido, y se encuentra una Puerta del Sol sin la fuente de la Mariblanca, ni la iglesia del Buen Suceso, ni las casas de Preciados, callejón de la Zarzamora y Coperos. Sólo sigue en pie el edificio del Ocupación de la Gobierno, y ahí es donde Losada piensa en colocar, en un primer momento, su cronómetro.

Allí ya había uno, de hecho, que funcionaba siempre mal. Y mientras se reforma la plaza, y hasta se plantea construir una columna de mármol en el centro de Sol y de la misma cúspide que el edificio de Gobierno para colocar allí un cronómetro de cuatro fases –Carretas, Alcalá, Montera y Viejo–, Losada sigue trabajando en su regalo a Madrid. Para albergarlo, se decidió modificar el tesina del edificio de la Auténtico Casa de Correos instalando en él la torreta del cronómetro, un cambio radical que, de hecho, terminó robándole todo el protagonismo al inmueble.

En el edificio del Ocupación de Gobierno ya había un cronómetro antiguamente, que funcionaba siempre mal, según el sostener popular

Primero estuvo allí un cronómetro de Tomás de Miguel, el mismo autor del que tenía otro en la iglesia del Buen Suceso. Pero éste pronto se abandonó y, sin cuidados y conservación, fue sustituido por el de Losada. Que no comenzó con buen pie: a los tres abriles de conseguir al oportunidad, se encontraba igualmente tan dejado como el susodicho. Pero luego hubo un cambio de política y una veterano atención a la maquinaria: se trabajó en las esferas en 1879, se subsanó un pasador defectuoso en 1896, y se reparó el desprendimiento de una de las mancuerna, en 1928. Hasta hubo que sustituir la esfera principal, destruida por un obús durante la Conflicto Civil.

En diciembre de 1909 fue el primer año en que se tomaron las uvas a sus pies, siguiendo el ritmo de sus campanadas. Fue todo porque los cosecheros de uvas se encontraron con una cosecha infrecuente, y así se les ocurrió la idea que tuvo mucho éxito. De hecho, en 1916 ya era una costumbre establecida, y el bullicio en la zona era tal que en 1920, ni se escucharon las campanadas. La parentela, siempre desconfiada en dirección a los políticos, creyó que era porque el ministro de turno las había suprimido, y armó un follón tremendo.

En 1933, se instalaron unos micrófonos en la cúpula de la torreta para retransmitir por la radiodifusión el sonido de las campanas. Y por televisión, se retransmitieron por primera vez en diciembre de 1962.

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