la muerte de un cisne


Si en el firmamento lírico de la España del Siglo de Oro (siglos XVI y XVII) brillan estrellas como Garcilaso de la Vega, Fray Luis de León, San Juan de la Cruz, Góngora, Quevedo o Lope de Vega, hubo una ciudad que Regaló la réplica con una importante representación poética que formaba escuela, los Cisnes del Tajo. Esa ciudad era Toledo. Eso sí, quizás los nombres de sus poetas nos suenen menos: Valdivieso, Chacón, Barrionuevo, Angulo, Cernúsculo, Hurtado, Palomino, Quiñones, Ruiz, Pantoja o Baltasar. Elisio de Medinilla.. Su referente y vínculo, Lope de Vega, que tuvo varias estancias en Toledo, vino a vivir a la ciudad (1604-1610), tras ser apartado de la Corte por los libelos que publicó por despecho contra la familia de Elena Osorio, uno de sus múltiples amantes. Su antecesor, el ‘príncipe de los poetas’, el toledano Garcilaso de la Vega. La influencia de ambos sobre estos poetas más el fervor religioso como seña de identidad de una ciudad que, tras perder la capital del Imperio, permaneció en primacía, creó un grupo en Toledo, con la enseñanza de Medinilla.

Sin embargo, siendo Baltasar Elisio de Medinilla (1585-1620) el más popular, no sólo por su poesía, sino también por la forma en que murió, de un golpe mortal en un pasillo de un Palacio de Toledo el domingo 30 de agosto de 1620, del que nadie supo qué hacía allí, ni por qué ni quién seguro lo mató, aunque una de las monjas del convento vecino, las Carmelitas Descalzas, contó el crimen con nombre y apellido e incluso la causa en una carta dirigida a Beatriz de Jesús, la sobrina de Santa Teresa, que había sido elegida priora del Convento de Toledo en 1607, y era priora de Madrid cuando se produjo el crimen.

Los toledanos no entendieron lo que le pasó a Medinilla en el palacio, la Casa de Andrada, ya que Medinilla era muy querida, una persona culta y erudita que escribía tanto en latín y griego como en romance y que era capaz de combinar los popular entre los filosóficos. y teológico. También se destacó por su civismo, colaborando en la vida municipal y por ser de gran ayuda en todos los encargos poéticos que recibía, la mayoría de eventos religiosos, además de participar en todo tipo de academias, justas y concursos poéticos que se celebraban en el ciudad. que no fueron pocos. También fue considerado un hermano distinguido, de la Cofradía de la Caridad, por ser una persona ‘cabaña’ y por ser, además, ‘muy simpático’.

Así los rumores volaron hacia los insospechados, dejando como más verosímil lo que el carmelita relató: «Les cuento una desgracia que ocurrió el domingo por la noche en casa de don Martín, nuestro vecino, después de muchas otras en las que se vieron involucrados padre y padre». . hijo, recordarás el odio que le tiene don Jerónimo a su hermana por haber recibido el cargo de mayor, por lo que el domingo entra al anochecer, encontrando allí a un amigo, reunidos todos en un pasillo, doña Inés lo agarró, que quería detenerlo. él, y sin más, le clavó su espada y lo dejó allí. El muerto era un hidalgo muy querido y un gran poeta que hizo muchas cosas para la fiesta de Nuestra Señora, se llamaba Medinilla. Don Martín salió para San Pedro Mártir, y allí lo arrestaron, el muchacho no ha sido detenido hasta ahora».

Palacio de Medinilla procedente del convento de las monjas que denunciaron el crimen en la plaza de Santa Teresa de Jesús.

En efecto, el matador fugado era amigo de Medinilla, sus familias se conocían y sus padres habían elegido como padrino al historiador toledano Fray Francisco Rades de Andrada, tío de Jerónimo muy elogiado por sus investigaciones sobre las órdenes religiosas en España, y administrador de el Colegio de Doncellas de Siliceo, cuando el abuelo del poeta dirigía la institución fundada por el arzobispo de Toledo para la formación de ‘buenas madres’. Y efectivamente, Jerónimo de Andrada no fue detenido de inmediato, a pesar de que las hermanas del poeta, Clara y Estefanía, monjas en el convento toledano de Santa Úrsula, iniciaron contra él un proceso que poco esclareció, que duró nueve años y que llegó a nada cuando ellos, a petición de un superior que les pedía que abandonaran su persecución y le concedieran perdón, así lo hicieron. A cambio, sólo pidieron la fundación de unas capellanías para el bien del alma del difunto, con sus emolumentos y cuatro años de destierro para el asesino, que les servía muy de cerca, en Olías donde poseía un señorío.

Para ver las luces, pero sobre todo las sombras de Medinilla, hay que darse cuenta de su amistad con Lope de Vega, que sabemos vivió en Toledo y visitó durante toda su vida. El Monstruo de la Naturaleza o Fénix de los Ingenios, como le apodó Cervantes, supo rodearse de jóvenes poetas, que le veneraban y colaboraban con él, como ocurrió con los Cisnes del Tajo toledanos, y especialmente con Baltasar Elisio de Medinilla, sumiso y comprometido en su relación con el amo. Lope sintió la muerte de su amigo y lo insertó en su libro de poesía Filomenael ‘Elegía a la muerte de Baltasar Elisio de Medinilla’, lamentando lo temprano que fue debido a su juventud, aunque se consoló diciendo que “la poesía le otorga la inmortalidad”, y lo situó en todo momento en su tierra natal, Toledo, “tierra pródiga en cultivadores de musas”.

Pues bien, la amistad de Medinilla con el madrileño quizá no le haya favorecido tanto como podría considerar. Aunque el propio Lope se decantó más por el bando de las intrigas de poder como móvil del asesinato de su amigo que, hijo de regidores, seguía la pista familiar en el Ayuntamiento de Toledo, y aunque se señaló que había sido víctima de una trifulca posterior Después de unas elecciones, también se dictaminó que su muerte era un castigo de Dios y esto tenía más que ver con intrigas literarias que políticas.

Portada del polémico memorial que el poeta escribió ‘A la Ciudad Imperial de Toledo’

Lope, un tipo polémico y bastante canalla, supo hacerse amigos y enemigos a la misma velocidad, desplegando como mínimo sátira feroz y humillación (poemas burlescos) sobre quienes se atrevían a contrariarlo. Así, por ejemplo, al historiador Abraham Madroñal le sorprende que Medinilla no asistiera a la Justa de 1616 hasta la construcción de la Capilla del Tabernáculo. Pero sí asistieron dos enemigos de Lope: Góngora y Torres Rámila. Torres Rámila fue otro poeta que criticó toda la obra de Lope, y Lope le respondió en latín, con textos contra su familia y hermanas, que las malas lenguas atribuían a su amigo Medinilla, dado el escaso dominio de Lope en esa lengua. Medinilla siempre fue criticada por su amistad con Lope.

Pero Medinilla tenía otro asunto, que en su momento fue muy polémico. Hacia 1618, dos años antes de su muerte, publicó un memorial: A la ciudad imperial de Toledo. En el texto reclamó justicia para un Ciudad humillada por el traslado de la Corte a Madrid (1561), decisión que había diezmado su población y provocado su ruina: «Una ciudad celebrada en todas las naciones del mundo por su grandeza, fuerza, riqueza, población, letras, armas y nobleza ha llegado en estado miserable por haber lo abandonaron los eclesiásticos de mayores rentas, señores y ancianos, empresarios y gran número de funcionarios». El poeta toledano pide al Rey una Cancillería para Toledo, que obligaría a quienes la dejaron vacía a regresar a sus hogares para prosperar en Madrid. No sólo se queja de la pérdida de capital, sino de lo mal distribuidas que están las prebendas, algunas de las cuales favorecen a los extranjeros, como es el caso de los textiles importados del extranjero.

Medinilla, que amaba la poesía casi tanto como amaba la ciudad de Toledo, escribió dos obras principales: Limpia Concepción de la Virgen y obras divinas. En esos años en que no hay toledano culto que no escriba algún poema, Los cisnes del Tajo muestran la importancia de la cultura, la poesía y la literatura pero Medinilla no fue un cisne como los demás, porque más allá de que murió misteriosamente, su muerte marca el final de una etapa de prosperidad poética en una ciudad en decadencia cultural, social y cultural. que el poeta lamenta: «Nueva ciudad del sol, alma de España/ a cuyo nido, en pedernal tallado,/ descendió la paloma, dueña de la paz,/ admira el mundo en ti tan altísima hazaña,/ así como el mundo fue mundo abreviado,/ estás tú, Toledo, en él, cielocito».

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